«Olvidarse del pasado no ayuda a construir la democracia»

A. de Mingo / Toledo
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La escritora Marta Sanz presentó en los jardines del Castillo de San Servando la novela 'Pequeñas mujeres rojas' (Anagrama), con la que cierra la trilogía de Arturo Zarco y Paula Quiñones

Marta Sanz, escritora.

«Me preocupa no solo la mala memoria, sino la memoria mala, la que tergiversa interesadamente los hechos, la que pretende hacernos comulgar con la rueda de molino de una equidistancia que no es tal». La escritora Marta Sanz (Madrid, 1967), que ayer presentó en los jardines del castillo de San Servando su novela Pequeñas mujeres rojas (Anagrama), con la que pone punto final a la trilogía iniciada con Black, black, black (2010) y Un buen detective no se casa jamás (2012), desconfía de «quienes creen que toda suerte de memoria es bruma, poco fiable, por basarse en percepciones de las que no podemos fiarnos al cien por cien». La memoria, explica, se construye también a base de evidencias como el sonajero encontrado entre los restos de una madre fusilada y enterrada en una fosa. En una semana en la que ha sido noticia el intento de Vox, Partido Popular y Ciudadanos de equiparar los crímenes del franquismo con las figuras de Largo Caballero e Indalecio Prieto -Marta Sánchez ha manifestado en varias ocasiones su repugnancia frente a las declaraciones del diputado Ortega Smith a propósito de las Trece Rosas-, queda de manifiesto «la manera torticera de intentar blanquear cuarenta años de represión al tiempo que se sostiene que todos fueron iguales». Porque «los lotófagos -advierte la escritora-, quienes manifiestan tener alzhéimer hacia estas cuestiones, nunca serán capaces de construir una democracia digna de ese nombre».

Sanz recomienda leer despacio, «el mejor antídoto contra los eslóganes apresurados de estos tiempos, en los cuales se hace propaganda a lo Goebbels». Es así como mejor pueden disfrutarse las atmósferas de su última novela, que ella define como una mezcla entre género negro, terror e incluso western. Azafrán, un pequeño pueblo de la Meseta norte castellana también conocido con el sobrenombre de ‘Azufrón’, es «una especie de boca del infierno donde se guardan secretos, donde hay silencios cómplices y connivencia con discursos políticos perversos, algo que convierte la realidad en opresiva y temible». Hasta allí llega la inspectora de hacienda Paula Quiñones, protagonista de esta trilogía junto al detective Arturo Zarco, con el fin de localizar unas fosas de la Guerra Civil.

«Con las tres novelas he intentado hacer algo muy característico de la novela negra: un fresco de la violencia, y cómo esa violencia estructural, sistémica, se filtra en nuestras vidas cotidianas, pasando a través de ese paraguas económico, social y político que pensamos que nos protege». Al mismo tiempo, la escritora se ha preguntado hasta qué punto la violencia puede manifestarse también a través de las palabras. «Siempre he pensado que la literatura no es solamente un reflejo de la realidad, sino que tiene también la capacidad de intervenir en ella». Por ese motivo rechaza aquellas novelas negras que, lejos de concienciar, lo que hacen es «adormecer a los lectores». Así mismo, propone reflexionar sobre la manera en que este género literario representa la violencia contra el cuerpo femenino. «Es algo que a menudo se suaviza a través del estilo, porque el escritor considera normalmente esa violencia algo natural, e incluso deseable, porque puede resultar morbosa o sexualmente deseable. Para mí era prioritario todo lo contrario: reflejar la violencia, sí, pero de manera que no fuera complaciente».