Cuando la derecha se despertó el día 24 de julio, el dinosaurio todavía estaba allí. Sánchez derrotado con estrépito apenas dos meses antes se lo había jugado todo a la única carta que tenía para sobrevivir. Y sobrevivió.
Permítanme que eche mano del famoso minicuento del escritor Augusto Monterroso porque nada se me ocurre a mí que describa mejor la sensación que hoy estoy seguro embarga a mucha gente.
Sabía que tenía casi imposible ganar, de hecho, no ha ganado, pero si una leve posibilidad de que la derecha no sumara y con ello salvarse. Lo ha conseguido. Y hay más aún, porque eso le vale para seguir gobernando. Y gobernará.
Lo hará pactando con los separatistas catalanes, los nacionalistas vascos y los bilduetarras. Sí. Y sin ningún empacho ni vergüenza en hacerlo. Considera, y no le falta motivo para hacerlo, que ello ya no le va a penalizar. Que las urnas le han dado la absolución y bula para seguir haciendo lo que en su gana esté.
Pocas victorias más amargas que la del domingo de Feijóo. Tan inesperada como abrasiva. Las causas de ello están siendo analizadas y desmenuzadas hasta la saciedad. Muchas ha habido, hasta las engañosas encuestas cuya responsabilidad no es poca, y que cada cual señala y elige como responsable del fiasco. Todas han ayudado al penoso resultado final.
No voy a abundar en ello. Llorar sobre la leche derramada solo conduce a una mayor y peor melancolía.
Pero si hay algo que me duele mucho más que la permanencia o no en La Moncloa del señor Sánchez. Me temo muy mucho que ayer se acabó por romper de manera definitiva con el anclaje y espíritu del pacto constitucional que alumbró nuestra democracia y nuestra convivencia. Ojalá no. Pero todo me indica que sí.
Las elecciones, en realidad, quienes las han ganado, aun habiendo perdido también, han sido los que tienen como objetivo la secesión territorial y la voladura de nuestra Constitución. Ellos disponen del botón decisivo y a ellos se ha entregado y se entregará Sánchez mañana. De ello no tengo duda alguna. Ni tampoco que será considerado 'normalidad' y algo todavía más grotesco, 'progresista'.
A ello hemos llegado y nos esforzamos en cavar cada vez con mayor ahínco la fosa del odio y la división con el enfrentamiento enconado y hasta con efluvios de pasados guerracivilistas que es ya santo y seña de nuestra política y está ya afectando como un cáncer letal a toda la sociedad.
Eso es lo que me preocupa, me entristece y más temor me da, por encima de cualquier otra cosa, para este futuro que es acelerada continuación de lo que estamos viviendo ya.
Y es algo en lo que no deseo en absoluto participar. Creo saber quién fue el primer responsable de ello. Pero no lo voy ni a traer a colación. Prefiero el tomar posición personal, y por mi lado, contraer públicamente, lo hago aquí, la responsabilidad de no contribuir a ello en lo más mínimo. No se puede seguir deshumanizando y convirtiendo en un ser apestoso y exterminable al rival. No es tolerable que lo hagan con uno, y lo han hecho, pero no se puede tampoco el hacerlo por nuestra parte con nadie. Si alguna vez he caído en ello, desde aquí pido, por mi parte, perdón. Es hora, aunque me parece que ya es tarde, pero hay que intentarlo, me sentiría miserable si no lo hiciera, de poner coto y pared a esta deriva que parece imparable ya. Pero, por la cuenta que nos tiene, hay que lograr detener.
He querido que sea esta reflexión y compromiso mi despedida, hasta que ya asome septiembre, de los lectores. Me iré con ella a descansar, que falta me viene haciendo desde hace ya.