Aunque en el mundo hay más de 7.000 idiomas, lo cierto es que la mitad de la población habla tan solo 23 de ellos, liderados por el inglés, con 1.456 millones de usuarios; el mandarín, 1.138 millones de personas; el hindi, 609 millones; el español, 559; el francés, 310 millones; el árabe moderno, 274, el portugués, 264; y el ruso, con 255 millones de hablantes.
Las potencias idiomáticas y sus respectivas instituciones lingüísticas se han puesto manos a la obra para proyectar una expansión de la lengua cuyo reto se centra ahora en las nuevas zonas de explosión demográfica del planeta, como son África y Asia.
En España lo saben bien y lejos del triunfalismo de los últimos años respecto al aumento del número de hablantes y de estudiantes en las zonas de influencia del castellano, las autoridades son conscientes de la próxima amenaza de aquellos idiomas que se van a convertir en número uno por tratarse de territorios que son bombas demográficas, sobre todo en el continente negro. Esta nueva situación hará que el español pierda cierto peso frente a idiomas como el portugués y el francés, advierte el filólogo David Fernández.
En su último libro, titulado Panhispania. Visita guiada por un país que nunca existió (editorial Catarata) este profesor universitario relata como en algunos informes se vende el buen momento del castellano en el mundo. Sin embargo, la letra pequeña de estos estudios refleja que el número de hablantes nativos, más de 550 millones, «está en horas bajas, lleva dos décadas decreciendo», por lo que el español se encuentra ante el reto de expandirse hacia aquellos lugares que lo tienen como segunda lengua, alerta el autor.
Aumentar su presencia internacional es una tarea «dificilísima», apunta el experto, no por falta de interés en emprenderlo o por la hegemonía del inglés, sino también por el potencial de otras lenguas que tienen una más fácil proyección en estos territorios considerados bombas demográficas.
«El español tiene que buscarse un refugio, pero tremendo, para salir indemne en la medida de lo posible de lugares en donde la población va a verse incrementada de manera exponencial, sobre todo en el continente africano y en menor medida en oriente», observa.
Angola con el portugués y Níger con el francés son dos ejemplos de previsiones de Naciones Unidas «bestiales» en crecimiento demográfico: «En el continente africano es donde están las nuevas canteras de idiomas».
«Los datos triunfalistas muchas veces enmascaran tendencias que son bastante perniciosas para el español y a las que es imposible ponerles coto», recalca Fernández.
La mayoría de países hispanohablantes son contiguos, comparten fronteras en América, sin apenas dispersión geográfica, salvo España en Europa y Guinea Ecuatorial en África, a diferencia del inglés o el francés.
Entonces, «¿cuál es la utilidad de aprender esta lengua?», se pregunta. Pues a su juicio ese es el trabajo del Instituto Cervantes y también de la Real Academia Española, una tarea «diplomática» para fomentar su aprendizaje en otros continentes, ya que ahora el 80 por ciento de quienes estudian español como segunda lengua se concentra en EEUU, Brasil y dentro de la UE
El reto tecnológico
Aún está por ver cuál será el impacto tecnológico real en sectores económicos como el de los idiomas y la traducción. Los expertos son cada vez más pesimistas al respecto y prevén, incluso, que el aprendizaje de otras lenguas entrará en una clara recesión. Tal es así que ya argumentan que el hecho de saber idiomas se devalúa a marchas forzadas, en palabras de David Fernández.
Sea como fuere, lo cierto es que la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados en la traducción simultánea y «es un secreto a voces dentro de la Real Academia» que el destino del español y del resto de los idiomas lo dictan cada vez más los gigantes tecnológicos, apunta este analista.
«Google, OpenIA y Apple analizan de forma automática el aluvión de macrodatos y toman decisiones instantáneas sobre el uso de las palabras», para generar «tendencias en el uso del idioma», al margen de lo que marque una academia como norma, subraya.
Además, el resto de países hispanohablantes no tienen equivalentes al Instituto Cervantes o a la Real Academia para promocionar el español, con lo que «la política panhispánica» liderada por España «tiene menos predicamento fuera».
«Estamos mandando mensajes erróneos», insiste, porque «que el reguetón esté en el número uno de Spotify no quiere decir que el español también lo esté: para ello hay que elevar el nivel en otros ámbitos como el científico, el cultural, el literario y no solamente la música», incide.
La comunidad hispana de Estados Unidos utiliza para ascender socialmente algo como la música latina, pero está por ver si «cuando llegue a la planta de arriba no se habrá dejado el español en la de abajo», porque muchos no consideran que para distinguirse como hispano necesariamente haya que hablar español, sentencia.
La asignatura pendiente
El que fuera director de la Real Academia Española y posteriormente del Instituto Cervantes Víctor García de la Concha ya pronosticaba a mediados de la década pasada que para que un idioma sobreviva debe ser una lengua que sea utilizada por un gran número de personas, que sea unitaria, que esté presente en la ciencia y que tenga una relevancia importante en la diplomacia y en los foros internacionales.
El académico ya anunciaba entonces que el español cumplía las dos primeras condiciones, pero que en las tres restantes el castellano pecaba aún de incipiente y lo sigue haciendo.
En consecuencia, el prestigio de la lengua de Cervantes y de Quevedo en el mundo se debe más al alto número de hablantes y a la amplia difusión de la cultura hispana en el ámbito internacional que a su peso en la economía y la ciencia.
Y eso es así, fundamentalmente, porque los avances actuales en el campo de la investigación científica y técnica tienen como lengua vehicular el inglés, que es el idioma de trabajo más utilizado y extendido entre la comunidad científica.
Aunque en los últimos años la ciencia española ha logrado superar algunos de los más desfavorables indicadores de desarrollo, se encuentra todavía muy lejos de los primeros puestos en la jerarquía internacional. Este hecho, que se da de forma aún más marcada en el resto de los países con mayoría hispanohablante, determina sin duda la posición del castellano como idioma de transmisión de los conocimientos científicos.
El mapa de la producción científica mundial muestra una alta concentración en torno al espacio angloparlante, ya que tanto Estados Unidos, que es el país que lidera este fenómeno, como el Reino Unido, Canadá y Australia se encuentran entre los 10 primeros puestos de la clasificación. En comparación con los países anglófonos, la visibilidad de la producción científica de los países hispanohablantes es bastante escasa, salvo en el caso de España, que ocupa el puesto número 12 en este ranking, y, en mucha menor medida, en el de México, Argentina y Chile. A pesar de ello, la Academia de la Lengua y el Instituto Cervantes, así como el resto de instituciones científicas, luchan a diario por posicionar el español entre los idiomas mejor cualificados en esta materia. Una ardua tarea que aún tiene mucho camino por recorrer.