Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Puerta grande o enfermería

23/06/2023

Uno de los triunfos más sonados de la vida política de García-Page es haberse cargado a Podemos en Castilla-La Mancha. Los vio venir, los acogió por obligación en su primer Gobierno y los fue difuminando hasta hacerlos desaparecer. Me lo imagino en aquel momento cual doctor Claw acariciando su gatito, con la diferencia de que al archienemigo del inspector Gadget se le presuponía una gran maldad y al presidente una notable picardía. Todavía resuenan las carcajadas socialistas cuando el entonces líder de la formación morada dijo que no iban a aceptar propuestas que les dejaban como mera muleta del PSOE. Manolete, Manolete, si no sabes torear… 
Llegó 2019 y Page repitió, esta vez, con mayoría absoluta. La jugada le había salido perfecta y seguía acariciando el gato. Por delante, cuatro años de tranquilidad sin tener que contar con nadie para aprobar los presupuestos o las leyes que considerara. Las coaliciones terminan convirtiéndose en una agonía diaria, más aún si la lealtad no es la bandera del pacto. Eso lo sabe muy bien Díaz Ayuso, que tuvo en su Gobierno al tipo más desleal que ha pasado por la política: Ignacio Aguado, que tanta paz se llevó como descanso dejó. Una cuestión es tener que reivindicarte cada día, con no poco complejo de inferioridad, y otra es retar a tu acompañante como si fuera tu enemigo en lugar de tu socio. 
Cuando Emiliano García-Page terminó por fagocitar a Podemos conocía los riesgos a los que se enfrentaba en un futuro. Sin ningún partido a su izquierda al que poder recurrir en caso de necesidad, su supervivencia en el Gobierno dependía exclusivamente de él. Y a esa carta arriesgó la partida y la ganó, no sin poco sufrimiento como se vio en la noche del 28 de mayo. En los Ayuntamientos la situación ha sido diferente. En 2019 se decantaron por el naranja en Albacete, Ciudad Real y Guadalajara, bebiéndose todo el zumo hasta dejar seca la fruta. El final de Ciudadanos tiene muchas aristas, aunque una muy evidente se puede explicar por sus pactos en Castilla-La Mancha. Ahora, el PSOE ya no ha podido engancharse ni a Ciudadanos ni a Podemos, donde su representación ha sido testimonial o, directamente, nula. Como hecho insólito, por primera vez en la historia de la democracia, la izquierda extrema -con cualquiera de sus marcas: PCE, IU o Podemos- se ha quedado sin ningún concejal en el Ayuntamiento de la capital alcarreña, lo que ha impedido a los socialistas mantener el Ejecutivo municipal de esta ciudad. 
Más pronto o más tarde, el pez grande termina comiéndose al pequeño, pero en política se da la circunstancia de que pueden salir trastabillados los dos. Eso es lo que está intentando evitar María Guardiola en Extremadura. Conozco bien a su equipo y nada es improvisado. Viendo que la coalición con Vox puede ser una tortura, la estrategia pasa por adelantarse. No es una cuestión de las siglas, que también, sino de personas. Ignacio Aguado en la Comunidad de Madrid no actuó de la misma manera que Begoña Villacís en el Ayuntamiento o que Juan Marín en la Junta de Andalucía. Los tres pertenecían a Ciudadanos, los tres gobernaron con el PP, pero Aguado trató de hacer sombra permanente a Ayuso merced a un asesoramiento demasiado mediocre. Guardiola no quiere llegar a ese escenario. Y de ahí su maniobra arriesgada, forzando una repetición de elecciones en las que aspira a mejorar notablemente el resultado y no depender de nadie. O puerta grande o enfermería. A estas alturas no cabe un resultado diferente. Una marcha atrás o una rectificación será también una derrota.