Cada vez la incógnita es mayor y aunque no creo en fetiches ni en bálsamos ni en fechas mágicas -tanto me da un día como otro- pero cuando empieza un año suelo preguntarme cómo será. Porque no todos son iguales ni mucho menos y los trescientos sesenta y cinco, y seis este, días que lo componen pueden dar mucho de sí.
La primera idea que me viene es ya cansina, manoseada, que no sirve más que para perder gran parte del tiempo que dura el año. Es si tendremos la dicha de terminar de discutir, si tal o cual terruño es España, si lo debe seguir siendo y en su caso cuál será la fórmula. Es saber si a la imaginaria cena de la Navidad de los españoles del año que está próximo, se sentarán tales o cuales de los que asistieron a la de este año, si aún en la misma mesa compartirán plato unos comensales, si se les servirá una cena suculenta, mientras otros se tienen que conformar con las sobras. Si compartirán medio de transporte para asistir a la ideal cena o unos viajarán en un AVE con todas las comodidades, y llegarán puntuales al banquete mientras otros lo harán en trenes de gasoil con riesgo cierto de quedar en medio de la nada contemplando el tren averiado por enésima vez.
Porque tan grave es no saber quiénes acudirán a la cena, como no saber en qué condiciones lo harán. Porque, ¿no creen que ya va siendo hora de que un país, nación, estado o como quieran llamarlo, España realmente, después de más de 531 años de historia común sepa quién es y conozca todas sus 'arrugas'?
Lo malo del cuento es que mientras seguimos con esta estúpida duda existencial nos empobrecemos en todos los órdenes: en nuestra economía, en nuestra cultura, en nuestros servicios y en nuestro prestigio e influencia en el mundo. Porque estamos haciendo un país, un estado o una España, díganlo como quieran, llena de paradojas: mientras las listas de la sanidad se salen de nuestras fronteras por largas, los médicos, enfermeros y demás profesionales también han tenido que marcharse por falta de un futuro atractivo. Mientras crece nuestro déficit y nuestra deuda, no se nos ocurren más que gastos improductivos –véanse los traductores de las Cortes- mientras bajamos la ratio de alumnos por clase resulta que nuestros escolares no entienden un pasaje del Quijote, no saben cuantas son dos por dos y desconocen si Almería está en Andalucía o en Francia.
Eso sí, dar la nota internacional nos priva. Resulta que toda Europa está del lado de Israel, que para eso es una democracia, mientras a nosotros nos felicitan los líderes de Hamás y los chiíes hutíes de Yemen, que están encareciendo el transporte por la falta de seguridad en el mar Rojo y mar Arábigo. Lo absurdo es que teniendo esta postura mantenemos bases americanas en nuestro territorio.
Estas infinitas incoherencias son impropias de un país maduro, pero quizá porque los españoles faltamos muchos días a clase y tenemos demasiadas lagunas en nuestra forma de pensar, y seguimos abrazando doctrinas de baratija que son fáciles de 'vender' a un electorado simple que aún piensa que para tener besugo en Navidad hay que hacer 'la ley del reparto de besugo' en lugar de ir a pescarlo…