S.O.S para Sudán

M.G
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Víctor García, coordinador de Emergencias en Médicos sin Fronteras relata el infierno de la población civil en un país devastado. La organización denuncia la falta de ayuda humanitaria

Víctor García Leonor, miembro de Médicos sin Fronteras, nació en Toledo capital - Foto: MSF y Jeroen Oerlemans

A Víctor le abrasan todavía en la retina las imágenes de desolación, de pueblos desérticos y las miradas de los sudaneses al llegar a la frontera con lo puesto para intentar sobrevivir, sin nada, nada que comer, y nada que cargar a cuestas. Volvió el 10 de mayo a Barcelona después de pisar durante más de un mes el campamento de refugiados de Metche y de Alach, en el este del Chad, a muy poca distancia de la frontera con Sudán. 

La llegada de sudaneses al campo de refugiados situado a 7 kilómetros de Sudán resulta esperpéntica, familias enteras que llegan con lo puesto, con el estómago encogido de hambre, con la mirada puesta en los más pequeños y con la fuerza que da haberse salvado de la muerte en fuegos cruzados y ensordecedores combates que han desangrado un país partido por el conflicto entre las Fuerzas Armadas de Sudán y las Fuerzas de Apoyo Rápido que se inició a mediados de abril del año pasado y se extendió con rápidez por todo el territorio sin freno, con enorme violencia, incluida la sexual, y constantes ataques por motivos étnicos.

«Hay mucha necesidad», explica Víctor García Leonor, coordinador de Emergencias en el Chad y Sudán de Médicos Sin Fronteras, organización de la que forma parte desde hace casi 25 años. A este cooperante toledano le llama la atención las cifras porque de alguna manera alumbran el desolador panorama de un conflicto «olvidado» tanto para la comunidad internacional como para los medios de comunicación. 

Víctor García Leonor, miembro de Médicos sin Fronteras, nació en Toledo capitalVíctor García Leonor, miembro de Médicos sin Fronteras, nació en Toledo capital - Foto: MSF y Jeroen Oerlemans«24 millones de personas están en riesgo de hambruna y más de 8,4 millones se han desplazado dentro de Sudán». También han cruzado 500.000 sudaneses la frontera del Chad. En los campos de refugiados se hacinan miles de personas con casi nada que comer, falta de agua y sin apenas acceso a atención sanitaria. El Banco de Alimentos distribuye los pocos alimentos que llegan. «Da para lo básico, sorgo, aceite y sal». Y cuando falta alguno se sustituye por arroz.

La situación es tan inhumana «que hay muchos niños malnutridos que MSF atiende en el centro terapéutico». La opción temporal del autoabastecimiento tampoco es viable «porque en el campo no se ha podido plantar nada». Incluso desde la ONU, con menor presencia en este conflicto de la que le gustaría a Médicos sin Frontera, alertaron a principios de mayo de la falta de sustento en Sudán, que obliga incluso a comer pasto y cáscaras de maní para intentar sobrevivir.

Los días en la frontera del Chad varían poco. «La gente llega muy mal porque no viene porque quiera , sino porque han sido expulsados y sacados a la fuerza de sus casas». A Víctor le sobrecogía la entrada de mujeres solas con los niños, pero aún más la de los pequeños cansados y polvorientos «que llegan solos porque a sus familias las han matado».

En los campos de refugiados en los que se encuentra MSF se respira cierta tranquilidad a pesar de las carencias. Allí convive el personal de Médicos sin Fronteras, más de treinta expatriados y más de 300 miembros locales que tratan de atender a miles de personas, pero resulta imposible lanzar un número porque no se sabe, el goteo es constante. Aun así, Víctor habla claro de la situación. «En Chad hay alfombra roja para trabajar», así que no entiende la falta de implicación gubernamental y de apoyo de distintas organizaciones. 

«La situación ya estaba mal en Sudán antes de la guerra, pero se ha vuelto catastrófica». Víctor lo ha vivido de cerca en cada una de las expediciones a Sudán. Viajes de ida y vuelta al campamento de refugiados que no estaban exentos de riesgos, con lo que Médicos sin Fronteras trata de aprovechar al máximo los desplazamientos. También la organización tuvo que enfrentarse al robo de un coche y fue necesario «negociar con las autoridades para recuperarlo».

«He ido a Darfur en vehículo y ver las casas quemadas es impactante. Hay kilómetros y kilómetros de viviendas vacías. Todo está muerto, no hay vida, ni escuelas y cuesta ver así las capitales». La violencia extrema y los continuos saqueos agravan las circunstancias y los organismos internacionales, Acnur, sobre todo, no puede hacer frente a todo. «En esta zona hay muy pocos actores humanos y faltan manos», se queja Víctor, obsesionado con visibilizar el conflicto para que los sudaneses cuenten con oportunidades.

Asistencia médica. En medio del caos, de la pobreza extrema y del fuego cruzado de una guerra que no amaina, Médicos sin Fronteras ha levantado un hospital con distintos servicios: maternidad, emergencias, pediatría y salud sexual y reproductiva. Un centro que se presta también como alojamiento de los cooperantes, que limitan sus movimientos por seguridad y suelen desplazarse desde allí a la oficina y poco más, salvo cuando toca ir a Darfur. 

Víctor recuerda una de esas expediciones que se realizaron en abril. «Llevamos a un hospital de Darfur la cadena de frío y material de farmacia». El material es insuficiente si se cuenta con una población pediátrica de 37.000 niños. Médicos sin Fronteras intenta mejorar la atención sanitaria en los hospitales de Zalingei y Kreinik, pero es consciente de las dificultades que ofrecen las ciudades sudanesas a causa de un conflicto que no cesa y se recrudece con continuos saqueos, como el ocurrido en abril en el hospital de mayor tamaño de Darfur, «en el que se llevaron las placas solares». 

«Aquí no hay energía ni luz y suele ser prácticamente imposible conectar un móvil», comenta el coordinador de emergencias de MSF. A esas dificultades se suman las epidemias, los heridos de la guerra y la población con problemas de desnutrición. «El 70% de los hospitales y de las estructuras sanitarias están destrozadas por la guerra». Y aunque las vacunas pueden ayudar a evitar ciertas epidemias, conseguir mantenerlas en frío se convierte en una misión prácticamente imposible.

Los ataques contra hospitales no cesan. Las fuerzas de apoyo rápido se cebaron hace unos días con uno de ellos, situado al norte de Darfur, el único que mantenía actividad en esa zona, y abrieron fuego dentro de las instalaciones. Las organizaciones que operan allí no saben si el asalto produjo heridos o muertos, pero los constantes ataques de estos guerrilleros dejaron más de un centenar de muertos en una aldea a su paso. Y las cifras siguen creciendo sin freno.

Víctor ha pasado más de un mes en este infierno imposible de olvidar. Desde Barcelona, continúa   cooperando y denunciando «el vacío humanitario» que se está produciendo en Sudán a pesar de que se trata de uno de los conflictos actuales más cruentos que ha sumido a la población al borde de la inanición y sin apenas asistencia sanitaria. Aun así, Médicos Sin Fronteras continuará allí y sus integrantes se esfuerzan a todas horas para intentar mantener operativo el hospital de Darfur Central para dar cobertura a unas 300.000 personas que viven en la ciudad.

Víctor no apartará la mirada de Sudán, un «país devastado» que sigue desangrándose sin posibilidades de paz de momento. Un país que pide a gritos S.O.S.