La región con mayor extensión de viñedo de Europa, Castilla -La Mancha, tiene una reestructuración pendiente, y no es exactamente la que siguen acometiendo los viticultores con los fondos de la ahora denominada Intervención Sectorial del Vino (ISV), antiguo PASVE.
Algo más de la mitad de la superficie, unas 240.000 hectáreas (ha), se mantienen hoy en el modelo tradicional de vaso, y en secano. Y eso, a largo plazo podría representar un problema por la acuciante falta de mano de obra que ha animado estos años a miles de viticultores a acometer importantes inversiones para reestructurarlas o reconvertirlas, aprovechando la amplia cobertura de las subvenciones públicas de hasta el 70 por ciento.
De hecho, el proceso de transformación continúa y con gran demanda, como demuestra la resolución de la última convocatoria de ayudas de la Consejería que ha aprobado el reparto de 63,2 millones de euros para otras 7.000 ha que cambiarán 2.100 productores de uva en el año 2024 y 2025. El doble de una resolución anual y ordinaria, incide la Junta.
Hasta el momento son ya más de 200.000 las hectáreas reestructuradas (desde el año 2000), con una gama varietal de uvas tan amplia como diversa que ha permitido a las bodegas y cooperativas romper con una constreñida oferta que limitaba la carta de vinos, al mantener un gran peso todavía de los graneles. Hoy, esa misma carta ha multiplicado las referencias y los maridajes posibles, incluso en graneles de gran calidad como estos días han ofertado al mundo los gerentes que acudieron a la feria de Amsterdam.
En este sentido, la reestructuración del viñedo ha sido también la mejor palanca para aumentar los embotellados que dejan siempre un mayor valor añadido, empujando a las empresas de los viticultores a hacer obras, mejoras y otras inversiones en sus instalaciones para dotarlas de la mejor tecnología, lo que también redunda en una excelente calidad como hoy se puede comprobar en cualquier comarca productora, y no digamos, en cualquier Denominación de Origen o en la propia IGP 'Vino de la Tierra de Castilla', uno de los mayores aciertos de marca colectiva para valorizar un producto que, de otra manera, seguiría malvendiéndose como un vino de mesa corriente o genérico.
Sin embargo, todo el esfuerzo por adaptar miles de hectáreas a los caprichosos gustos de un mercado tan cambiante, más allá de la necesidad de resolver el problema laboral por falta de vendimiadores o de productores que mantengan esas superficies de secano, cada vez más castigadas por el Cambio Climático, no ha venido acompañado de ninguna estrategia comercial clara que haya servido de guía para los que ponían viña nueva.
Es decir, en una mayoría de los casos, las reestructuraciones acometidas se hicieron -podríamos decir cariñosamente al 'tum tum'-, siempre con el mejor propósito, pero posiblemente siguiendo la moda del momento, los consejos de los viveros, o la estela de la intuición. Plantear un estudio de mercado que justifique tan importantes gastos hubiera sido lo lógico, especialmente en algunos momentos en los que las nuevas tendencias eran tan cambiantes.
Y así se ha intentado alguna vez. Por ejemplo, en las últimas convocatorias de ayuda donde la consejería de Agricultura optó por dejar fuera del derecho a la subvención pública a la uva airén, lo que no estuvo exento de contestación y protesta. Se trataba de inducir los proyectos hacia otras variedades tintas, incluyendo uvas foráneas que tampoco resolvían demasiado. Al final, sin embargo, la región se decanta siempre por cencibel o por la autóctona airén. No en vano, son las que mejor se adaptan al terreno donde siempre se cultivaron.
Y de ahí el fracaso o la decepción de algunos viticultores hacia uvas como la syrah -que goza de una gran consideración en el mercado- por todos los fallos en las plantaciones donde terminaron por secarse o dar problemas de amarre.
Quizás por este tipo de problemas, muchos viticultores han preferido seguir poniendo la blanca más universal en nuestra tierra, aunque ello implicase renunciar a las ayudas tan generosas. Pero en un mercado tan inestable o imprevisible como el vitivinícola, pesaba más el objetivo de asegurar precio por kilos, a dejar las cuentas en manos de un destino tan caprichoso.
Y en ese punto estamos, sabiendo que la nueva Intervención Sectorial del Vino mantiene los grandes presupuestos para adaptar la viticultura española a la demanda que trazan los propios consumidores. No solo con líneas como la reestructuración o reconversión del viñedo que sigue siendo la principal apuesta, sino también a través de la línea de inversiones, antiguo programa VINATI, que dejará en la región otros 23 millones de euros este año, para impulsar 67 proyectos aprobados por bodegas privadas y cooperativas, también para los dos próximos ejercicios.
Pero si los mercados prefieren ahora más blancos que tintos, o elaboraciones más refrescantes, más aromáticos, de menor graduación a las que se acercan nuevas generaciones de consumidores que conviene atender, en un mercado que sufre hoy un frenazo en los consumos por la crisis económica derivada de la guerra, ¿hacia dónde dirigir esta reconversión?
Este dilema ya ha ocurrido en otros momentos. En su día se puso mucho blanco, y los mercados empezaron a pedir tintos. Ahora, todo cambia y prefieren blancos, aunque hay tintos muy bien posicionados porque las uvas se han puesto de moda como ha ocurrido con la garnacha; de estar casi denostada por su alta graduación, y tradicionalmente vinculada a los graneles y pitarras, a ser una de las más envidiadas en algunas regiones vitícolas donde nunca hubo ni una cepa.
Por tanto, ¿hacia dónde tirar? Y sobre todo, ¿cómo acertar?
El Plan Estratégico del Vino de Castilla-La Mancha redactado con la colaboración de la Universidad regional y aprobado en 2019 sirvió para hacer una radiografía; después inspiró la ley que regula al sector y que llegó a las Cortes en la última legislatura, pero nada más se ha sabido de aquel amplio documento que planteaba varios caminos.
Es evidente que en unos años, el proceso de transformación en la estructura del viñedo habrá llegado a su fin, o quizás toque techo, lo que no significa que desaparezca totalmente el viñedo de secano y en vaso. Porque para muchas bodegas es el mejor legado y el patrimonio más envidiado por parte de aquellos que no lo pensaron y arrancaron todo en 2009, cuando la Unión Europea puso sobre la mesa cheques de 6.000 euros por cada hectárea que eliminaran. Se trataba de cepas viejas, pero exclusivas y muy valiosas para el toque mágico en la elaboración de vinos únicos; esa pérdida -que representó una salida digna para muchos- ya tiene hoy poca solución.
Asaja sin embargo ve conveniente diseñar un plan de arranque en línea con lo que han hecho regiones francesas como Burdeos que subvencionará la supresión de unas 10.000 hectáreas cuya producción estaría provocando ciertos desequilibrios cada vendimia. Porque ese debate renace, especialmente en campañas voluminosas y excedentarias.
Sintomático es en este sentido que la ayuda agroambiental, diseñada expresamente en el nuevo Plan de Desarrollo Rural (PDR) de Castilla -La Mancha para cepas de más de 50 años, no haya tenido la respuesta esperada. Apenas 3.000 peticiones en la solicitud única de la PAC para optar a unos 100 euros por hectárea, quizás es muy poco dinero, que hará que sobre presupuesto y tenga que redirigirse, probablemente, a otros fines o cultivos, quién sabe si para el girasol que perdió en la PAC la ayuda con esta misma orientación. La otra opción es que se lo quede Bruselas, al igual que pasaría con los 208 millones de euros presupuestados hasta el año 2027 si no se gastaran a tiempo en la reestructuración.
Para que no ocurra, el Ministerio de Agricultura acaba de modificar el real decreto para que el FEGA pueda hacer cambios que evite la devolución o la pérdida de ese dinero consignado en situaciones extraordinarias como ya pasó en pandemia.
Y por ahí va la reestructuración pendiente: la que debe acometer el sector vitivinícola español para agrupar la oferta en condiciones y no tener que pensar en mecanismos de intervención que ya desaparecieron como las viejas destilaciones de crisis, para no perder posiciones en los lineales donde cada vez aparecen más referencias de cualquier rincón del mundo.
Después de algunos movimientos importantes de integración, la realidad es que el proceso parece haberse frenado, especialmente en el ámbito de las cooperativas vitivinícolas. Incluso, algunas alianzas selladas en las denominadas agrupaciones de productores agroalimentarias han sufrido bajas en el camino o salidas inesperadas, superados los compromisos y otras fechas por las que recibieron apoyos.
Cierto es que los tiempos han cambiado. La inseguridad o inestabilidad que generan las incertidumbres económicas y conflictos geopolíticos abren un nuevo espacio en el que quizás quepan otras fórmulas asociativas diferentes a aquellas integraciones o fusiones. Pero quedarse el sector esperando a que escampe, podría suponer que se acelere una reestructuración empresarial forzosa. La que imponga la propia globalización o los mercados.