Editorial

La tragedia de la DANA reafirma los zarpazos del cambio climático

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Las decenas de fallecidos como consecuencia del tren de tormentas que sufrieron Castilla-La Mancha, Andalucía y, sobre todo, la Comunidad Valenciana lleva a plantear varias cuestiones. La primera, ¿cómo ha sido posible?, y ¿qué ocurrió con los avisos, las previsiones y las alarmas? A expensas de que los servicios de Protección Civil, bomberos, la UME, fuerzas y cuerpos de seguridad finalicen con los angustiosos rescates y asistan a miles de familias que lo han perdido todo, las administraciones tendrán que dar respuesta a esas preguntas y a otras tantas para intentar que en próximos fenómenos atmosféricos los daños materiales y, en especial, los humanos se minimicen lo máximo posible. Lo ocurrido en Valencia no tiene precedentes en este siglo. Existen tragedias de alcance superior en muertos y devastación, pero los expertos comienzan a hablar de una alta imprevisibilidad y mayor intensidad en este tipo de acontecimientos meteorológicos. Estos aguaceros y tormentas extremadamente violentos son característicos y se focalizan en las zonas costeras, en concreto, en la mediterránea para la que supuestamente las infraestructuras y el diseño urbanístico deberían estar preparados. Pero tras las imágenes dantescas de carreteras cortadas, puentes arrollados, miles de coches apilados en calles de pueblos y ciudades, es evidente que no. El 29 de octubre pasará a los anales de la historia reciente de catástrofes como una de las jornadas más tristes y a partir de la cual, la sociedad debería asimilar que el estado del clima avanza hacia fenómenos impredecibles y críticos.

La prioridad, ahora, no debe ser otra que la de asistir las zonas desoladas con todos los medios posibles, restituir las comunicaciones e infraestructuras, y, sobre todo, atender a las familias que han perdido a sus seres queridos o que aún se encuentran en paradero desconocido. La solidaridad y el empuje de toda una sociedad es también vital para responder como comunidad y como país.

Una de las primeras lecciones, por tanto, es que se está al borde de un desastre climático y por más que en la opinión pública existan negacionistas, estos episodios, cada vez más frecuentes y virulentos, deben concienciar a la sociedad y demandar soluciones. No puede quedarse solo en llamadas a la solidaridad o en la estupefacción o la indignación por una falta de avisos. Es trascendental que se asuman responsabilidades de los errores, de la falta de previsión y comunicación para hacer entender a la población de que los peligros atmosféricos van a ser frecuentes y más críticos, por lo que habrá que modificar protocolos para, por ejemplo, evitar desplazamientos de trabajadores no esenciales en jornadas de riesgo extremo.