Es un caso muy curioso e hipnótico. El sonido capta la atención de cualquier oyente porque para nada se trata de una sinfonía al uso. Las plantas siempre han cantado. En la brisa, en el crujir de sus hojas, en la sinfonía secreta que resuena en sus tallos. El vino también ha tenido su propia música, fermentando en barricas, vibrando con la historia de la tierra que lo vio nacer. Pero, hasta hace poco, estos cantos eran inaudibles para el oído humano. Ahora, a través de un método innovador, es posible «hacer cantar a las plantas o el vino», por ejemplo. Cuesta creerlo, pero es una realidad. Julio Sanz tiene en sus manos un proyecto pionero que quiere dar la vuelta al mundo.
Este compositor, violinista, especialista en música electroacústica y enamorado de las notas, con una dilatada trayectoria profesional, cuenta con un sistema propio que permite «recoger el intercambio de energía para llevarlo después a escala sonora». A partir de ahí, tan solo basta con escuchar y disfrutar de los cánticos de la madre naturaleza.
Usa la tecnología actual con sintetizadores y un par de arcos, uno de un tamaño más grande que otro. El altavoz le permite ampliar el volumen y, por supuesto, cuenta con «un algoritmo que he creado que me permite transducir las vibraciones de las plantas para convertirlas en música». Con este aparato artesanal hace una magia. Evidentemente, ese algoritmo es «un secreto y está sujeto a patente».
Este proceso parte de «encontrar el sonido oculto de la naturaleza aunando diferentes teorías, principalmente la de las cuerdas». Es decir, teniendo en cuenta que «somos vibraciones» y que, «a partir de ellas, se genera la música, tan solo nos quedaría escuchar la vibración fundamental». Julio ha conseguido procesar toda esa información para que el humano pueda escucharlo. Es un trabajo que le ha llevado más de una década y cuyas investigaciones se han recogido bajo el amparo de la Asociación El Huerto del Sonido. Aunque, realmente, es «un trabajo de toda la vida, porque también es necesario tener todos los conocimientos técnicos». Y es que este emprendedor conquense ha ejercicio durante 30 años en el gabinete de música electroacústica de Cuenca, pionero en España.
Las últimas mediciones le llevaron ayer mismo hasta la secuoya del Parque de los Moralejos para hacer una prueba en vivo para La Tribuna. Una demostración de apenas unos segundos con esta especie de 59 años, casualmente los mismos que el propio Julio, que confirma que el proyecto es realmente impactante. Lo mismo ocurre tras hacer lo propio con el vino. Una acción que se puede repetir en la copa, en la cepa o en cualquier espacio donde esté presente este maravilloso caldo. Como es «un producto natural de la planta, también hemos conseguido hacer música». Y es que, en realidad, «se puede hacer con cualquier materia que tenga vibración o bionergía». De hecho, en septiembre colgará en sus redes sociales una treintena de sonidos a partir de analizar 30 especies diferentes de hongos. También se puede hacer con humanos y animales, obvio.
Entre sus vivencias y acciones para desarrollar el proyecto, Julio Sanz ha hecho cantar a distintos olivos de un municipio conquense que están apadrinados por el Papa Francisco, la familia Obama o Rozalén, entre muchas otras celebridades. Allá por donde ha ido siempre ha cautivado a todos sus espectadores.
Ahora, Julio, que participó en la cuarta edición del programa UFIL Cuenca (Urban Forest Innovation Lab) y pasó por programas de aceleramiento empresarial, confía en encontrar el rendimiento económico para «cruzar el puente del arte a empresa». Quiere explotar comercialmente su innovadora iniciativa. El reto es «rentabilizar la idea» y es cuestión de que lo hago porque por su mente viajan infinidad de propuestas, sumado a ese afán sin cesar por investigar cada día de su vida.
El proyecto, nacido de la convergencia entre tecnología, música, naturaleza y arte, busca establecer un puente entre el ser humano y la naturaleza a través del sonido. Gracias al talento de Julio Sanz, el canto de las plantas y del vino se alza, por fin, en un escenario donde todos pueden ser testigos de su melodía ancestral.