Entre el desencanto, el estupor y la indignación se mueven las bases de ERC, unos 8.700 militantes que serán los encargados de dar el visto bueno definitivo al acuerdo que están cociendo los equipos negociadores de republicanos y socialistas para la investidura de Salvador Illa.
Los contactos son permanentes mientras se acerca el plazo dado por los republicanos, que han puesto final de mes como fecha tope para alcanzar un preacuerdo que, en todo caso, deberá ser avalado por ese poder en la sombra que son los partidarios. Máxime en una formación de marcado carácter asambleario como es Esquerra.
La cúpula republicana ya avanzó días atrás que ve «posible» sellar un entendimiento (hay fuentes que aseguran que el pacto ya está hecho) pero a la vez, la portavoz del partido, Raquel Sans, alertó de que hay «mucha desconfianza» hacia los socialistas entre sus bases.
Ese recelo es uno de los escollos para convencer a la militancia, pero no el único, admiten voces de la dirección, conscientes de que el partido lleva más de dos meses en el ojo del huracán.
El desencanto por los batacazos electorales es también otro factor a tener en cuenta. ERC acumula cuatro varapalos consecutivos en las urnas: en las últimas generales, municipales, catalanas y europeas. Un ciclo electoral pésimo que coincide con el abandono de la vía unilateral hacia la independencia y la apuesta por la negociación con el Gobierno de Pedro Sánchez para encauzar el conflicto político catalán.
Un diálogo que los republicanos reivindican asegurando que ha dado frutos -indultos, derogación de la sedición y amnistía- y subrayando que ha tenido lugar mientras la Generalitat la presidía Pere Aragonès, primer jefe del Ejecutivo catalán de ERC desde la restauración de la democracia.
aguas revueltas. La crisis interna de ERC hace que las aguas bajen revueltas. La nefasta noche del 12 de mayo llevó a Aragonès a anticipar que abandonará la primera línea política y a pedir que se asuman «responsabilidades colectivas». A partir de ahí, la pugna interior, hasta entonces soterrada, comenzó a aflorar.
El tándem que desde 2011 formaban el presidente, Oriol Junqueras, y la secretaria general, Marta Rovira, llegaba así a su fin: el primero dimitió, con la voluntad de retomar el liderazgo del partido más adelante; la segunda optó por seguir los pasos de Aragonès. El futuro de ERC se dirimirá en un congreso el próximo 30 de noviembre.
Las aguas bajaban turbias y solo faltaba que se destapara el origen de los carteles difamatorios c contra Ernest Maragall y su hermano Pasqual. Una investigación reveló que salieron de las filas del propio partido para generar un movimiento de solidaridad hacia el entonces alcaldable de ERC por Barcelona.
La polémica se mezcló con la pugna interna y llevó a Maragall a darse de baja como afiliado. Militantes consultados están convencidos de que el único objetivo de la «aristocracia» del partido -así la definen algunos afines a Junqueras- es defender sus propios intereses.
clima propicio al castigo. A ello se suma la suspensión sine die del congreso de Barcelona que debía avalar entrar a formar parte del Gobierno del socialista Jaume Collboni. La movilización de los partidarios del «no», más por el momento de la consulta que por el contenido del pacto, hizo que la sala elegida se quedara pequeña.
Una sucesión de episodios, que se añaden a la poca simpatía que despierta Illa en las filas de los republicanos, que hace temer a cargos de la dirección que las bases se revuelvan contra el pacto que encarrilan los equipos negociadores.
«Será la primera oportunidad que tengan los militantes para emitir un voto de castigo», señala una voz con décadas de experiencia en ERC. Otras, más optimistas, confían en que la «madurez» de la militancia permita separar los vaivenes internos del contenido del que debe ser «un buen acuerdo».
Sea como sea, la investidura de Salvador Illa es, ahora mismo, una moneda girando en el aire.