El Nuevo Frente Popular ha conseguido frenar a la extrema derecha en Francia, a la vez que ha conseguido poner a las puertas del gobierno a la extrema izquierda. Hay que celebrar la derrota de Marine Le Pen, pero sin echar las campanas al viento. Con cautela.
A Jean-Luc Mélenchon le ha faltado tiempo para pedir (exigir) al presidente de la República, Emmanuel Macron, que nombre un primer ministro de izquierdas. Pero – como algún periódico nacional recordaba ayer -, el entusiasmo con el que se celebra la derrota de la extrema derecha no puede hacernos perder de vista el riesgo que entraña un gobierno que alimente la división y el enfrentamiento.
Las fuerzas políticas moderadas – tanto de izquierdas como de derechas – están perdiendo la batalla en los países de nuestro entorno. La falta de soluciones a los problemas reales de los ciudadanos desemboca en la búsqueda de alternativas que ponen en peligro la estabilidad y el equilibrio en naciones libres y de larga tradición democrática. A falta de liderazgos fuertes, de políticos con carisma que conciten el apoyo de amplias mayorías, se está imponiendo últimamente la fragmentación y el resurgir de nacionalismos e ideologías excluyentes y reaccionarias.
Lo que acaba de ocurrir en Francia es el ejemplo más palpable de la deriva en la que estamos. Las certezas ya no existen. En su lugar, se imponen las dudas. Y el miedo a las arriesgadas apuestas de claro perfil demagógico y populista. El desencanto que genera la clase política actual y el descrédito de algunas de las instituciones que sustentan los sistemas democráticos son, en mi opinión, el caldo de cultivo en el que se desarrollan los extremos.
Lo que está ocurriendo en Francia, y lo que anteriormente ocurrió en Italia, Austria, Hungría o Polonia, sólo es un aviso para navegantes. Y me temo que la solución para frenar a la extrema derecha no es, precisamente, la extrema izquierda. Es verdad que no tiene tan mala prensa en algunos países como el nuestro, pero las consecuencias de sus políticas puede ocasionar los mismos daños.
Aunque todas las miradas están ahora puestas en lo que pueda ocurrir en la Francia de Macron, tampoco conviene olvidar a la otra Francia. La de Didier Deschamps, con la que nos jugamos esta noche el pase a la final de la Eurocopa2024. En ambas selecciones – francesa y española - participan jugadores de muy distinta ascendencia, aunque la selección francesa es la que mejor representa a la Europa multicultural y multiracial, surgida de la inmigración. La mayoría de sus componentes son hijos de ella.
Sin embargo, en los extremos de nuestro combinado nacional destacan precisamente dos delanteros de origen africano: Nico Williams y Lamine Yamal. El primero de ellos nació en Pamplona (Navarra), pero es hijo de un matrimonio de Ghana – su hermano mayor, Iñaki, lo hizo en Bilbao –, y el segundo vino al mundo en Esplugas de Llobregat (Barcelona), fruto del amor entre un marroquí y una ecuatoguineana. Son dos piezas muy importantes para derrotar a Francia.
Prefiero a los extremos de la selección española que a los extremos que dificultan la convivencia y la tolerancia entre ciudadanos de ideas diferentes. ¡Aúpa España!