Para poder comprender en toda su extensión la presencia de un diente o colmillo de narval (esa cuasimágica criatura) en la Biblioteca de Castilla-La Mancha es preciso retrotraernos hasta el Renacimiento y examinar, aunque sea someramente, el fenómeno de los Gabinetes de Curiosidades. Estos, también conocidos como Gabinetes de Maravillas o Salas de Rarezas, comenzaron a proliferar en pleno apogeo humanístico con un propósito coleccionista y, por qué no decirlo, afán ególatra de poseer lo más nuevo y singular, de modo que los nobles, burgueses, clérigos y académicos competían entre sí por adquirir objetos exóticos provenientes de los lugares más lejanos de un mundo, a la postre, inmerso en plena era de descubrimientos geográficos. De entre los centenares de gabinetes de los que se tiene constancia, suelen destacarse, entre otros muchos, el del archiduque Fernando II de Austria, en Innsbruck, o el de Rodolfo II, en Praga.
OBJETO DE DESEO.
Aunque resultaban de lo más variopintos, los gabinetes, que podían ser desde simples aparadores o vitrinas a enormes salas, solían dividirse en cuatro categorías: Naturalia, donde se incluían objetos animales, vegetales y minerales; Artificialia, que abarcaba obras de arte, antigüedades y piezas manufacturadas de toda índole; Scientifica, que agrupaba los instrumentos científicos, y Exotica, en el que se localizaban animales, plantas, piedras o cualquier otro elemento con características insólitas.
Visto lo visto, no es de extrañar, pues, que los colmillos de narval fueran objeto de deseo para los dueños de estos gabinetes o Wunderkammern. Y es que el macho adulto de este cetáceo, que alcanza los cinco metros y habita las frías aguas del Ártico y del Atlántico norte, dispone de un diente prodigioso, uno recto y con forma helicoidal, que llega a exceder los dos metros de longitud y puede confundirse fácilmente con el mítico cuerno de un unicornio. De ahí que, desde el siglo XII, se vendiera como tal por toda Europa a precios desorbitados, habida cuenta no solo de su excepcionalidad, sino de los mágicos poderes que se le atribuían, como la sanación de enfermedades o la neutralización de venenos. Poco importó que se descubriera el fraude, pues los colmillos del narval (ya nunca más unicornio) siguieron cotizándose tanto por rareza como por remedio curativo en forma de polvo hasta el mismísimo siglo XVIII.
CARDENAL LORENZANA.
Será precisamente a finales de este siglo cuando el Cardenal Francisco Antonio de Lorenzana, humanista ilustrado, Inquisidor General de España y arzobispo de México y luego Toledo, comience a recopilar, junto a su impresionante biblioteca, un gabinete de historia natural, o lo que es lo mismo, un antiguo «de maravillas», pero más especializado y con mejor organización.
En él, disponía de monedas antiguas, minerales, restos arqueológicos romanos, globos terráqueos, artefactos científicos, mapas, retratos de personalidades, animales disecados… y dos colmillos de narval, probablemente obtenidos a través de su habitual suministrador, el naturalista Francisco Dávila, quien pudo conseguirlos gracias a las artes de pesca de tribus americanas, o quizá por medio del misionero José Crespi, fraile que durante su visita a las costas de Vancouver en 1774 se hizo con piezas de los indios Nutka.
Sea como fuere, el colmillo que nos ocupa, lamentablemente incompleto y aun así de 1,93 metros de longitud, sobrevivió en su peana dorada original a los diversos avatares que sufrió la colección, entre los que se han de mencionar los saqueos durante la Guerra de la Independencia, la Desamortización de Mendizábal, el latrocinio de coleccionistas, la ruina de la Guerra Civil o la dispersión del gabinete por distintos centros, y acompañó al grueso de los fondos de la biblioteca del Cardenal Lorenzana desde el Palacio Episcopal, y pasando por el Hospital de Santa Cruz y la Casa de Cultura, hasta su ubicación en la Biblioteca de Castilla-La Mancha a partir de 1998.
Hoy, permanece conservado en uno de los depósitos de fondo antiguo de la entidad y puede contemplarse durante algunas exposiciones temporales. Sigue enhiesto, aunque partido, apuntando cual mástil sin bandera a los cielos que le han propiciado, de milagro, llegar hasta nuestros días.
(*)David Luna es novelista y divulgador, y ejerce como técnico auxiliar de Bibliotecas en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.