Luis Miguel Romo Castañeda

Tribuna de opinión

Luis Miguel Romo Castañeda


El perro que ladra a la polis

09/07/2024

«En un mundo dado se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son asumidas por las personas biempensantes y aceptadas sin discusión alguna. Y cualquiera que ose a desafiar aquella ortodoxia se encontrará silenciado con sorprendente eficacia». Es una invitación de George Orwell en Rebelión en la granja para rebelarnos contra todo aquello que no solo ponga en peligro nuestra independencia, también todo aquello que sea absurdo, injusto o inmoral, y carezca de fundamento racional. De un tiempo a esta parte parecemos estar más predispuestos a rendirnos a estremecedores autoritarismos, demenciales modas, normas absurdas, anquilosados academicismos, demoledores prejuicios y convenciones estéticas.

Es curioso constatar cómo la única salida posible sea resurgir la escuela filosófica que, a pesar de haber sido difamada hasta la extenuación, aprendió de Sócrates a quebrantar el orden establecido de la polis. Hablo de la escuela cuyo filósofo tomó al perro como modelo de existencia hasta recibir el nombre de cínico -del griego kynikós, que significa "perruno"-. Sin embargo, este filósofo no era un adolescente que protestaba por protestar, su perrería la ejercía racionalmente y con dos herramientas que hoy en día descuidamos. Primero, con parresía, palabra griega que hace referencia a "hablar con franqueza"; tal y como lo hace Miércoles Adams, desde la verdad, pero con ironía, sarcasmo y sátira. No para hinchar su ira, sino para extraer los desvíos ocultos con su burlesca lengua bífida. Y segundo, con anaideia, término referido a la "desvergüenza"; no para ser un payaso, sino para ser tan subversivo como Diógenes de Sinope cuando demandó a Alejando Magno que se apartara porque le tapaba el sol. Consecuentemente, ambos métodos nos llevan a provocar: palabra procedente del latín provocare, que significa «llamar para hacer salir»; de ahí el dicho que decora la entrada de numerosas casas de Pompeya, Cave canem: ¡cuidado con el perro! Pues este animal, incapaz de hipocresía, no huye del combate. Su conducta es descaradamente sincera y valiente.

No obstante, en la vida civilizada, el miedo a no ser aceptado por los demás puede anularnos la razón. De hecho, Heidegger afirma que la mayoría vivimos existencias anónimas, en el "se dice" y "se hace": decimos lo que la gente dice y hacemos lo que la gente hace. Así lo demuestran los experimentos perceptivos de Asch, psicólogo que demostró cómo podemos terminar amoldándonos con un 75% de probabilidad al juicio grupal por temor a su rechazo. De esta forma, surgen quienes, pretenden subyugarnos a la autocensura, dictándonos cómo pensar, preguntar y actuar. Hoy son más las afirmaciones que no pueden hacerse sin provocar gresca; las preguntas que no pueden formularse sin generar repulsa; y las acciones que no pueden realizarse sin suscitar sospechas. Como dice Fangoria, no rindamos cuentas a quienes no lo merecen. Las justificaciones a Hacienda, que uno ha de ser sui juris, juez de sí mismo, pero jamás abogado.

¿Que nos llaman albortotadores por protestar contra el autoritarismo de quienes han especulado con Vega Baja de Toledo? ¿Marginados por no seguir esa moda de acumular seguidores en Instagram para demostrar reconocimiento social? ¿Inadaptados por ponernos mitones de piel en verano? ¿Rebeldes por reclamar a la academia más ciencia y menos ideología? ¿Gamberros por tatuarnos los brazos? ¿Incivilizados por no devolver una sonrisa fingida por la calle a quien nos ha hecho daño? Ok. No rebatamos nada. Como rezan los versos de la señora Álvarez de Toledo en Política indeseable: «No hay nada más despreciable que esa gente que va por la vida preguntándose "¿Qué dirán?"». Hagamos como el cínico: criemos fama y echémonos a dormir. Confiemos en nosotros mismos, no comprometamos nuestra autenticidad por nadie y llevemos nuestra individualidad con orgullo. Y, sobre todo, poseamos un pensamiento crítico lo suficientemente armado como para rechazar la doxa (opinión de la mayoría) -dúctil, irracional y sin fundamento- y amar la adoxía (ausencia o incluso mala fama). Sí, viva la mala fama y la buena vida. Total, como dice el político estadounidense Adlali Stevenson, toda sociedad libre es aquella en la que resulta seguro ser impopular. Al fin y al cabo, despertar antipatía implica que otro nos saque de la indiferencia, lo que, teniendo en cuenta estos tiempos donde todos piensan, dicen y hacen lo mismo… es positivo. Así que, si negarnos a decorar nuestra casa con cercas de madera y rosas en el jardín implica el vituperio de la muchedumbre, que así sea con tal de ser auténticos.

El cinismo nació en el helenismo, una época que no se diferencia de la nuestra. Precisamente porque aquellos griegos comparten con nosotros esa sensación de desarraigo con una polis donde el autoritarismo era más visible, la presión social más fuerte y el miedo a ser señalado más patente. Asistimos a una crisis de identidad muy parecida a la acontecida en aquellos tiempos. Llamativo es, cuando menos, que nuestras constituciones afirmen que somos ciudadanos libres mientras cada día es más difícil guiarnos por nuestro juicio. Y que nunca hayamos tenido una juventud tan obsesionada por la diversidad y tan homogénea como la nuestra. Hoy en día, como ustedes saben, hemos dejado de ser conscientes de que cuanto más autogobierno poseamos, más libres seremos; y cuanto más libres seamos, más plenos nos sentiremos. Y que esa plenitud muchas veces solo la conoceremos, guste o no a Platón, mediante el cínico: el perro que cuestiona el statu quo de la ciudad sin escuchar a la estandarizada multitud. El ágora, nuestra plaza pública, hoy necesita menos influencers, likes y followers, y más ladradores, esto es, atrevidos para pensar la vida y vivir el pensamiento. Es innegable que, en este mundo tan irracional, hipócrita y alienante, comportarnos como perros sea tal vez lo único que nos devuelva la cordura. Porque son sus ladridos los que, de una u otra forma, hacen avanzar la polis.

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