Agapito del Álamo se removía el jueves en su furgoneta de trabajo mientras regresaba de Madrid. «¿Qué puedo hacer, qué puedo hacer?», se preguntaba repetidamente para colaborar con los damnificados de la tragedia. Este currante del aluminio y el PVC decidió promover diligentemente una campaña de recogida de productos de primera necesidad. Eran las ocho de la tarde cuanto ató el destino de las ayudas y difundió, con la complicidad del Ayuntamiento, que viajaría al día siguiente con su furgoneta.
La respuesta de sus vecinos de Consuegra fue impresionante. Incluso a Agapito, de 52 años, le tiembla la voz cuando recuerda ese aluvión de donaciones que llenó finalmente dos camiones y tres furgonetas, incluida la suya. Probablemente, asomaba en el pensamiento la tragedia similar que arrasó el municipio de la Mancha toledana hace 133 años.
Agapito estacionó la furgoneta en los aparcamientos aledaños a la estación de autobuses; como por ensalmo, empezaron las donaciones de empresas y particulares. Incluso procedentes de pueblos como Camuñas, Madridejos o Urda.
Agapito viajó el viernes a Valencia con su hija Felicia María. El destino de ambos era el campo de fútbol de Mestalla. A 25 kilómetros de la ciudad, antes incluso de llegar a Cheste, ambos observaron los efectos demoledores de la riada, que ha matado en los alrededores de la capital del Turia a más de 200 vecinos. Por cuestiones de la organización del caudal de ayudas, este consaburense descargó finalmente los bienes en una empresa, que se encargaba de la distribución final de las donaciones.
«El sábado y el domingo se siguió recogiendo. Ha sido impresionante cómo se han portado Consuegra y los pueblos de alrededor», relata. Ayer mismo, Agapito seguía atendiendo donaciones; como la de una paisana que ofrecía colchones, somieres y una alfombra. «Viene como anillo al dedo», dice el promotor por las carencias.
El 11 de septiembre de 1891, el infierno se apareció en Consuegra, como ha ocurrido en las poblaciones cercanas a Valencia y en Letur (Albacete). Una riada en el Amarguillo desató una destrucción insólita, macabra, insondable. Tanto, que la avalancha de agua mató a 359 vecinos y destruyó buena parte del pueblo. Una tragedia que conmocionó a toda España y generó una corriente de solidaridad liderada por los medios de comunicación de la época. De hecho, uno de los barrios del municipio se llama, hoy, 'El imparcial' como gratitud a la prensa por esas cuestaciones urgentes.