«La ideología es a la educación como la mixomatosis al conejo»

Javier del Castillo
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Nació hace 84 años en la plazuela de San José (Toledo). José Antonio Marina estudió Filosofía y se define «detective cultural», entregado a la investigación de la inteligencia humana.

«La ideología es a la educación como la mixomatosis al conejo» - Foto: Juan Lazaro

Nos recibe en la sala de reuniones de su oficina de Madrid, rodeado de libros y carpetas. Viste chaqueta color beige, una camisa rosa a juego con la corbata, y mira a los ojos de su interlocutor cuando habla de forma pausada. Si, como se lamentaba Antonio Machado, en España de cada diez cabezas nueve embisten y una piensa, está claro en qué grupo se encuadra este pensador toledano. Después de una vida dedicada a la investigación de la inteligencia humana, José Antonio Marina no termina de entender la ineptitud de nuestros políticos para alcanzar un pacto educativo.

No recuerda que en su infancia existiera una prolongación de Toledo fuera de sus murallas. «Se bajaba a la vega en verano – cuenta José Antonio Marina –, pero de excursión. Y la Avenida de la Reconquista era un descampado». Su ciudad natal, tantas veces añorada, invitaba más que ahora al recogimiento y a la oración. «Íbamos los domingos a la iglesia de Santo Tomé, porque era donde se celebraba la misa del colegio. Hasta que se restauró la de San Marcos, que había sido bombardeada en la guerra. Recuerdo haber acompañado a mi tío, que entonces era delegado de Auxilio Social, a las obras de restauración del convento de Santa Isabel. A mí aquello me parecía estupendo. Las monjas veían a un niño de cuatro o cinco años y empezaban a regalarme dulces».

«Toledo ha perdido intimidad y corremos el riesgo de convertir la ciudad en un parque temático»

Al comentar los desastres de la guerra, resulta inevitable referirse a la restauración, mucho más reciente, del Alcázar de Toledo. «Me parece una gran idea – explica el filósofo – que se haya hecho en su interior un Museo del Ejército y una biblioteca. Toledo está muy cuidado, pero, cada vez, más lleno de gente. Eso casi obliga a verlo de noche. Cuando yo todavía vivía allí, había dos hoteles: el Hotel Castilla y otro más pequeño, en la Cuesta de Belén, que se llamaba Hotel Lino. Después, hicieron el Hotel Carlos V, que nos parecía una modernidad. Era todo lo que había. Porque la gente iba y venía, pero rara vez pernoctaba en la ciudad. Cuando veo la Calle Ancha, como popularmente se conoce a la Calle del Comercio, llena de tiendas para turistas, me da la sensación de que se ha perdido intimidad y que corremos el riesgo de convertir a Toledo en un parque temático».

José Antonio Marina recibe el título de Hijo Predilecto de Toledo de manos de José María Barreda. José Antonio Marina recibe el título de Hijo Predilecto de Toledo de manos de José María Barreda. - Foto: Y. SoriaJosé Antonio Marina disfruta recreando aquel Toledo de su infancia. Podría estar hablando durante horas sobre su ciudad natal. Y también de otros lugares de nuestra región, que en 2007 le concedió la 'Medalla de Oro'. «Recibí la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha siendo José María Barreda presidente de la Junta de Comunidades. Después, con Emiliano García-Page de alcalde, me nombraron Hijo Predilecto de Toledo. No necesito más reconocimientos».

«Soy un detective cultural, dedicado a investigar la inteligencia humana»

Pertenece a la Real Fundación de Toledo, que preside Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, y aplaude la labor de promoción de la ciudad que llevó a cabo el abuelo. «El Dr. Marañón puso a Toledo en el mapa moderno –en el mapa antiguo lo ha estado siempre – y por su cigarral pasó toda la gente importante que venía a España. La ciudad, sin embargo, siempre ha tenido un problema: la atracción de Madrid. Cuando me preguntan cuál ha sido la mayor contribución española a la cultura europea, siempre digo que la Escuela de Traductores de Toledo. Pero nadie se ha encargado de publicitarla. Entre los siglos X y XII, Toledo tuvo una influencia colosal».

«La ideología es a la educación como la mixomatosis al conejo»«La ideología es a la educación como la mixomatosis al conejo» - Foto: Juan LazaroRecuerda el profesor Marina que hace algún tiempo le invitaron a colaborar en un proyecto que consistía en «un enterramiento solemne de los restos de dos reyes visigodos, Wamba y Recesvinto, que están depositados en la catedral». «Les dije – cuenta el pensador y filósofo – que me parecía mejor hacer un congreso, con gente importante, sobre la monarquía visigoda, que tuvo la sede en Toledo y que fue la primera en conseguir unir a todo el territorio nacional. La monarquía unificadora de España fue la visigoda». Se resiste a aceptar que su ciudad natal termine convirtiéndose en «un lugar de paso para turistas». 

A José Antonio Marina le cuesta elegir una profesión para su tarjeta de visita. ¿Filósofo, pensador, pedagogo, escritor, ensayista? «Yo, en realidad, soy un detective cultural, porque siempre me he dedicado a investigar sobre la inteligencia humana. Fui catedrático de Filosofía en distintos Institutos y, cuando conseguí disponer de ingresos suficientes cultivando flores, dejé la enseñanza y me puse a investigar. Pasé primero por la psicología infantil, luego por la neurología; de ahí a la filología, a las cuestiones educativas, a la ética, al derecho… Y del derecho a la historia, que es donde estoy ahora. Mis cinco últimos libros son de historia».

«Las redes sociales están siendo absolutamente nefastas, desde el punto de vista educativo»

«La ideología es a la educación como la mixomatosis al conejo»«La ideología es a la educación como la mixomatosis al conejo» - Foto: Juan LazaroEn su libro más reciente, «Historia universal de las soluciones», subraya que la ética es una de las herramientas más eficaces para resolver los conflictos de convivencia. El problema, en su opinión, es que no se está dando ningún tipo de formación ética a los jóvenes. José Antonio Marina, pese a los muchos años dedicados al estudio de la mente humana, no acaba de «comprender las cosas tan raras que hace la inteligencia humana».

Pese a haber peleado con adolescentes durante su etapa de catedrático de Instituto, reconoce que cuesta adentrarse en esa etapa tan decisiva en la vida de las personas. «Hace poco me invitaron a participar en un congreso dedicado a la 'psiquiatría en la adolescencia' porque fui de los primeros en tratar ese tema. La etapa de la adolescencia es fundamental y no estamos sabiendo gestionarla. Desde el punto de vista educativo – explica Marina – las redes sociales están siendo absolutamente nefastas. Y los ordenadores, que nos iban a mejorar la eficacia en la educación, tampoco han respondido a las expectativas creadas. La OCDE lo reconoce en un reciente estudio.  La inteligencia artificial y el 'chat GTP' son avances tecnológicos muy importantes, pero no sabemos cómo utilizarlos. Qué podemos hacer con ellos en las escuelas. Tendremos que formar un tipo de inteligencia que sepa utilizar las nuevas tecnologías; cosa que no está ocurriendo ahora. Ni aquí, ni en ningún sitio. Todo el mundo está desorientado, sin saber qué hacer con todo esto». 

En la trayectoria vital de este ilustre toledano hay un apartado poco conocido, su dedicación a la floricultura. Una vocación labrada en la huerta familiar que cultivaban sus antepasados a la orilla del Tajo. «Teníamos una huerta preciosa, debajo del monasterio de San Juan de los Reyes, que llegaba hasta una presa donde nos bañábamos. Nos subíamos a los árboles, cogíamos moras y contemplábamos las vacas. Pasado el tiempo, conocí a gente que se dedicaba al cultivo de las flores. El mundo de la floricultura es espectacular. Un mundo cerrado, en el que pasan muchas cosas. Empecé a conocer a personas especializadas que cultivaban exclusivamente hortensias, azaleas y orquídeas».

Igual que crecían sus plantaciones en Alcobendas (Madrid), la afición por las flores se incrementando, hasta el punto de asistir a concursos de azaleas que se celebraban en Bélgica, Francia y Países Bajos. «Iba, sobre todo, a Gante, porque allí estaban los grandes cultivadores de azaleas. Yo no participaba en los concursos, pero me gustaba verlos. Era algo espectacular. Al adentrarte en esos terrenos tan especializados, te encuentras a gente obsesionada con lo suyo. Gente muy curiosa y muy rara. La persona que yo tenía allí de empleada era especialista en pintura flamenca de los siglos XIV y XV.  Un descendiente del que fue fundador de la Banca Rothschild fue uno de los grandes cultivadores de azaleas. Lograba cultivar una azalea amarilla espectacular». 

Otro dato biográfico poco conocido de José Antonio Marina tiene que ver con La Moraleja, su lugar de residencia en Madrid. El filósofo fue uno de los primeros habitantes de esta lujosa urbanización ubicada en el norte de Madrid, muy cerca de los pueblos de Fuencarral y Alcobendas.  «La actriz Ava Gardner – afirma – vivía en la finca que había en frente, a la que le había puesto el nombre de 'La Bruja'. Seguí cultivando flores, pero la competencia de grandes firmas, sobre todo holandesas, me obligaba a realizar nuevas inversiones, contratar a cuatro o cinco empleados, comprar un camión de reparto… En definitiva, a vivir sólo para el negocio, y decidí que no merecía la pena complicarme más la vida».

Por lo tanto, recuperó su pasión por la investigación y el estudio sobre la inteligencia, la educación y cuestiones filosóficas aplicadas a la vida cotidiana. ¿Corren malos tiempos para la ética?, le pregunto. «Asistimos a una especie de escepticismo ético. Vivimos un momento de transición, en el que se impone el eslogan de que 'cada uno se las arregle como pueda'. Hasta los años 70 del pasado siglo, se pensaba que los asuntos de la ética los determinaba la religión. Que la religión oficial se encargaba de esa cuestión. Entonces, en cuanto la religión comenzó a perder vigencia en la sociedad, nos encontramos con el vacío. Los ciudadanos dejan de tener un agarradero moral».

«Los últimos ministros de Educación no sabían ni lo que se traían entre manos»

En opinión de este hombre, la sociedad actual impide alcanzar una ética universal bien fundada. El multiculturalismo es otro elemento importante a tener en cuenta. «Cada cultura tiene su ética. En estos momentos no estamos dando ningún tipo de formación ética a nuestros jóvenes. Ninguno. Existe una asignatura que se llama de valores, pero que se imparte sin ninguna convicción. Valores que parecían fantásticos se nos han venido abajo».

En este sentido, España no cree que sea diferente a otros países, aunque sigan latentes en la sociedad los enfrentamientos del pasado. «Estamos más escaldados – explica el filósofo - porque valores como el patriotismo, el todo por la patria, puede llevarnos a cometer verdaderos desastres. Verdaderos disparates. Creo que todavía no nos hemos recuperado de la Guerra Civil. No olvidemos que también fue una guerra de valores. Cada bando estaba seguro de los suyos y eso nos costó muchos muertos. Los fervores patrióticos – apostilla Marina – pueden ser terribles. Tenemos que resolver mejor nuestros problemas y diferencias. En 1641 se declaró por primera vez la República Catalana, con Paul Claris. Eso quiere decir que llevamos casi cuatrocientos años sin resolver el problema catalán. Somos muy torpes».

Después de haber dedicado tantos años – y tantos libros – al problema de la educación en España, José Antonio Marina ha llegado a la conclusión de que «los partidos políticos no quieren un pacto educativo, sino 'su' pacto educativo». Lamenta que la educación esté tan ideologizada y expresa su preocupación con la siguiente metáfora: «la ideología es a la educación como la mixomatosis al conejo, que no deja uno vivo». El resultado de esa falta de acuerdos explica, en su opinión, la vergüenza que pasamos cada vez que se hacen públicos los resultados de los informes Pisa. 

«En el baremo por países – afirma Marina – estamos en el puesto veinte, por debajo de la media. Tenemos una educación catastrófica. Sin embargo, en la clasificación por regiones, algunas comunidades españolas, como Castilla y León, Navarra, Madrid, La Rioja y País Vasco, están entre las primeras. Pero, Castilla-La Mancha, Cataluña, Andalucía y Canarias tienen que mejorar mucho. Si, con un presupuesto similar, unas regiones van mejor que otras, algo en la gestión está fallando. Los últimos ministros de Educación no sabían ni lo que se traían entre manos».

Antes de que su eficaz colaboradora, Cortijo Enríquez, le explique los detalles del viaje a Sevilla, donde tiene una conferencia por la tarde, le pido su opinión sobre la inmigración, el asunto que más preocupa en estos momentos a los españoles, según la última encuesta de CIS.  «La presión migratoria es muy fuerte porque se busca seguridad y mejores condiciones de vida. Yo colaboro con la ONG Karibu (Amigos del Pueblo Africano) y conozco historias terribles. La gente llega como sea a España, después de cruzar el continente africano sometiéndose a todo tipo de horrores. Creo que hay que buscar soluciones más justas e inteligentes para hacer frente a esta tragedia humanitaria. Por ejemplo, formar profesionalmente a los jóvenes que llegan de esos países, y una vez formados, darles una ayuda económica para que monten empresas o talleres en sus lugares de origen». 

«A los 16 años entrevisté al Doctor Marañón. Estaba tan nervioso que le di con el micrófono en la cabeza»

Hasta los 17 años, en que abandonó Toledo para irse a estudiar a Madrid, José Antonio Marina, disfrutó de una infancia de barrio. Sus primeros sueños se fraguaron en la plazuela de San José, junto a la calle Núñez de Arce, en la huerta que tenían sus padres a orillas del Tajo, entre el puente de San Martín y la Fábrica de Armas, y durante sus correrías por el callejón que comunicaba la Puerta del Sol con la mezquita del Cristo de la Luz. 

«Mi abuelo – recuerda Marina – era doctor en Filosofía y Letras y en Derecho. Yo no llegué a conocerle, porque murió muy joven, pero me dejó una biblioteca estupenda, que era mi lugar de juego preferido. Con los libros encuadernados hacía unos castillos fantásticos. También me encantaba ponerme su birrete azul purísimo y rojo. Sin saber todavía lo que significaba aquello, quería ser de mayor como mi abuelo: filósofo y abogado. Me interesaba también mucho el baile, pero no existía en Toledo ninguna academia de danza»

El autor de «Historia visual de la inteligencia» estudió en un colegio muy especial, San Servando, gestionado por el Frente de Juventudes. «Era un centro prácticamente militarizado, dirigido por un genio de la pedagogía llamado Matías Martín Sanabria. Se seguía un procedimiento muy parecido al de los puntos del carné de conducir. Nos daban 10 puntos, que te iban quitando cuando cometías alguna falta. Si te quedabas con cero puntos, te ibas a casa, pero tenías también la posibilidad de recuperarlos dibujando murales. Yo dibujé al Guerrero del Antifaz luchando contra los moros». 

José Antonio tuvo entonces de compañeros de pupitre a Fernando Ledesma, exministro de Justicia; Fernando Hipólito Lancha, que fue subsecretario de Vivienda, y al médico Carlos Perezagua. «El sitio más importante de Toledo era la plaza Zocodover, donde la gente paseaba y daba vueltas, aunque el monumento que más nos llamaba la atención a los niños era el Alcázar, que todavía estaba en ruinas». 

A este sabio, estudioso de la inteligencia humana, le hace gracia recordar su participación, con tan solo 16 años, en una revista hablada que se emitía desde el Salón de Los Luises y que dirigía Tomás Martín, exlocutor de radio. «Un día – comenta divertido – me tocó entrevistar al Doctor Marañón. Estaba tan nervioso que le di con el micrófono en la cabeza y casi le hice un chichón. Pero se portó de forma maravillosa». 

El aterrizaje en Madrid, también fue accidentado. «Mi hermano mayor, estaba ya estudiando Ingeniería  y me consiguió una beca en el colegio mayor Aquinos, de los dominicos. En aquel centro, fundado gracias a la ayuda del entonces ministro de Educación, Joaquín Ruiz-Giménez, estuve tres años, hasta que me ofrecieron ser director de los Teatros Universitarios, cobrando un sueldo».

Volvía los fines de semana y en vacaciones a Toledo, donde todavía viven sus hermanas, a bordo de los autobuses Galiano. «Siendo yo un niño, una empleada de hogar llamó escandalizada a mi madre porque había visto en Zocodover a una mujer con pantalones». Otro momento inolvidable del Toledo de su adolescencia – «el más importante de mi vida» – fue la inauguración del Cine Alcázar.