Alguna vez he contado que algunos de mis colegas extranjeros corresponsales en España y ciertos diplomáticos en embajadas acreditadas en Madrid me preguntan si pienso que Leonor de Borbón llegará a reinar. Estas inquietudes se intensifican estos días en los que la princesa de Asturias es la protagonista de muchas portadas, incluidas las revistas del corazón, una de las cuales llega a calificarla como 'la princesa más bella de Europa'. La leonormanía. En principio, déjenme decirles una cosa: a doña Leonor, la cadete Borbón, le quedan, en teoría, un mínimo de diecisiete años, o veinte, para ocupar, en su caso, la jefatura del Estado.
Porque en 2043 Felipe VI tendrá, si todo discurre normalmente, 75 años, que entonces será más o menos la edad oficial de jubilación, que ciertamente no es trámite al que tenga que someterse, claro está, el monarca. Ni seguramente sería conveniente una tal retirada, porque, hoy por hoy, la figura del actual Rey, con un altísimo grado de aceptación entre la ciudadanía, es la mejor garantía de la pervivencia de la forma de Estado. Así que, de acuerdo con lo previsto e, insisto, si nada ocurre en el país donde todo lo inesperado sucede, doña Leonor no reinaría mucho antes, y seguramente después, de los 38 años. Su padre accedió a la Corona a los 45 y su abuelo Juan Carlos I sucedió a Franco a los treinta y siete.
Ahora considere usted la cantidad de cosas que han ocurrido en el país en la última década, desde la abdicación de Juan Carlos en 2014. Se ha producido una reversión incluso de lo actuado en el pasado, desde la Transición de 1978, y el 'espíritu constitucional' que la acompañó. Ahora, cuando nuestra ley fundamental, que Leonor jurará el próximo martes en solemne ceremonia, está a punto de cumplir cuarenta y cinco años, esa Constitución está sometida a tantas interpretaciones y retorcimientos que parece impensable que, dentro de década y media, o de dos décadas, el texto, sin duda obsoleto en algunos aspectos, siga incólume.
Si la Constitución no se ha reformado cuando convenía hacerlo, hace años y por consenso entre los dos grandes partidos, ha sido por el temor de estos a que se 'abriese el melón' de la gran cuestión latente en el país, al margen de la territorial: la dicotomía Monarquía-República. Porque lo cierto es que las fuerzas antimonárquicas, claramente minoritarias en lo cuantitativo, ejercen una tal influencia que son las que permitirán la gobernación del país a través de la investidura, que cada vez se considera más probable, de Pedro Sánchez. Y el PSOE, de raíz republicana, con una militancia muy inclinada a la izquierda --como se demostrará en la próxima consulta que Sánchez dirigirá a sus 190.000 afiliados--, lo cierto es que, tanto con Felipe González y Zapatero como con Rubalcaba y ahora con Pedro Sánchez, es de hecho el gran sostén de la Monarquía en la izquierda gobernante.
Así que, ateniéndonos siempre a lo previsible, la joven cadete que el martes llega a su mayoría de edad y jura la Constitución tendrá un largo período para formarse en las que serán sus altas funciones, para ser conocida (no lo es) en todo el territorio nacional... y para lograr una aproximación a los independentismos catalán y vasco, algo que su padre, pese a sus esfuerzos y a su prudencia en este sentido, no ha logrado. No va a ser fácil, no, este período de espera, y doña Leonor tendrá que formarse en asignaturas y realidades diferentes a las que ha tenido que sortear su padre y, más aún, su abuelo.
Es más o menos lo que respondo a quienes me interrogan sobre si Leonor de Borbón Ortiz, hija, nieta y tataranieta de reyes, logrará acceder al trono en un mundo, una Europa y una España en frenético cambio. Escribí algo semejante cuando, al cumplir Felipe de Borbón los dieciocho años, entrevisté para el que entonces era mi periódico al entonces príncipe de Asturias pocos días después de su juramento en las Cortes. Cómo iba yo a imaginar en aquel 1986 que la hija de aquel joven, también desconocido en aquellos tiempos por la mayoría de los españoles, iba a llegar al solemne acto en las Cortes en una España tan radicalmente diferente que no la iba a conocer, Alfonso Guerra dixit, ni la madre que la parió. Tan diferente que quién podría aquí desentrañar el futuro a diez, diecisiete, veinte, años vista. Eso también tengo que decírselo a mis interlocutores extranjeros.