Se ha muerto Antonio Cano, periodista de La Mancha, natural de Quintanar de la Orden y autor de una de las revistas señeras de esta comunidad autónoma, La Encina. Me lo ha dicho Álvaro Toconar, paisano suyo, secretario general de las Juventudes Socialistas de Castilla-La Mancha, amigo y conocido de ambos. Me ha dejado la mañana fría, desabrida, de este noviembre desconocido, el cuello helado. Antonio Cano es uno de esos hombres viejos de la Mancha que levantaron a pulso la realidad cuando nada había y apenas era imposible soñar nada. Un camino por conocer y descubrir el que marcaron muchos de estos profesionales de otra época, que fueron mostrando la senda que habíamos de seguir quienes veníamos detrás. Antonio era Mancha pura, sol y viento de Quintanar entre las aspas de sus molinos. Venía a Toledo y conocía a los que ya también somos mayores y cumplimos años: Antoñito de Abc; Ismael Barrio, director de comunicación de CMM y también paisano suyo; Julio García, director de Radio Toledo en tiempos y quien esto escribe, por ejemplo. Pertenezco a una edad que casi olvido, pero me ha permitido conocer a estos maestros del barro periodístico, quienes no tenían más que arcilla para publicar textos y escribir noticias. Cuánto aprendí de ellos y cuánto aún hoy aprendo recordando su ejemplo.
Antonio Cano es de la estirpe de aquellos periodistas que se hicieron a sí mismos. En la cabeza tengo a Julio Barbero, Domin Villarejo, Elisa Laderas, Pedro Pintado y tantos otros que dibujaron la Mancha en sus breves, con un lienzo de palabras improvisadas que lanzaban al viento. Diego González Ayllón, Luis Campos, Ángel Navarro, mi mismo compañero Alberola, Pepe Seguido… Otro tiempo del periodismo, el reloj de la profesión, el Antiguo Testamento del micrófono… Pero con una realidad meridiana, la que nos impulsó a los más jóvenes a seguir el camino, pujar con ellos, aprender de los maestros y conquistar el mundo. He dicho mil veces que la Mancha es llanura abierta y los manchegos, las alpargatas de España. Sólo tenemos tierra y cielo para correr, sin nada en nuestras manos que no sea el talento del que brilla el ingenio y hace prosperar las generaciones. Nuestros padres levantaron una España que hoy no se reconoce y crearon con los pocos materiales que encontraron un país hermosísimo y próspero que dejaron a los hijos. Hoy los nietos no saben si pelearse de nuevo y malgastar el legado, mientras que los que estamos en medio vemos ahora la magnitud de los errores.
Antonio Cano y su Quijote azulado inundaban de claridad cada octubre cuando convocaba las jornadas cervantinas en Quintanar. Recuerdo un año que me llevó y disfrutamos como niños hablando de nuestra pasión, la vida y obra de don Miguel y su ilustre personaje. Amigo de Marciano Ortega, alcalde de El Toboso, otro grande de la Mancha, o el inolvidable Rosell Villasevil, bargueño universal, todos ellos componen una paleta de colores imborrable en mi vida y en mi alma. Jamás, ningún mes faltó sobre mi mesa el número de La Encina que Antonio me enviaba. Se mueren las personas pero dejan la obra. Hace poco el alcalde, Pablo Nieto, me advirtió de su delicado estado de salud. Quintanar lo honrará como sabe, como buen hijo suyo. Vivía, sentía, palpitaba Quintanar en cada poro de su piel. Yo le decía en broma que podía estar tranquilo, porque si uno cosa era cierta es que su pueblo salía en el Quijote. Ahora ya duerme el sueño del hidalgo, el escudero y su creador. Antonio Cano, periodista añejo, de tiempo, de arte, de cuajo. Descanse en paz.