El relato complejo del señor de Orgaz

Á. de la Paz
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Leticia Ruiz, especialista del Museo del Prado, desgrana las claves de un retrato de la ciudad que conjuga el poder humano con lo divino

Ruiz dictó la conferencia ante el lienzo explicado. - Foto: Ayuntamiento de Toledo

El ciclo de actividades correspondientes a la segunda edición de Tiempo Greco en Toledo y sus espacios incluyó una ponencia sobre El entierro del señor de Orgaz dictada por Leticia Ruiz, jefa de departamento de Pintura Española en el Museo del Prado. La especialista trazó una semblanza biográfica del artista, recorrió sus principales obras y desgranó las claves que encierra uno de los lienzos más importantes de la ciudad.

La célebre pintura «es una excelente representación de la ciudad de Toledo a finales del siglo XVI», subraya Ruiz. Se trata de una obra grande también por sus dimensiones, la mayor de la carrera del manierista. La conferenciante señaló la paradoja del tamaño para quien se inició en el arte como maestro del temple sobre pequeñas tablillas de iconos bizantinos. Era Creta, cuna del pintor, la ciudad que más de aquellas muestras exportaba hacia Europa occidental.

La intención del Greco con la pintura que cuelga en la capilla de Santo Tomé centró buena parte de la disertación. Ruiz definió la tela como «un cuadro sencillo en su composición». La apariencia elemental, sin embargo, se contrapone con una «narrativa muy compleja». El cretense elabora un «retrato de la ciudad» en la que vive. La composición incluye «una escena urbana muy característica de Toledo» en la parte inferior, y «una gloria arriba» que simboliza lo divino, el milagro que se pensaba mera leyenda.

La historia se proyecta a través de un oficio de difuntos, una escena que protagoniza Gonzalo Ruiz de Toledo y que fue característica de aquella sociedad castellana. Se trata de «un milagro de extravagantes», define Ruiz. El lienzo cuenta «la salvación por las obras»; el conde se presenta «como un ejemplo de ciudadanía».

Ruiz ahonda en los rostros que rodean la escena del difunto junto a san Esteban y san Agustín. «También es un retrato de ciudadanos muy conocidos de la ciudad», detalla. De aquellos, hoy «conocemos poquitos», una circunstancia que permite que se «siga especulando quién es quién». Además, la experta pictórica alude a la «ausencia de mujeres como procedía en un oficio de difuntos».

El Greco recibió el encargo el 18 de marzo de 1886. Lo finalizó después de dos años de trabajos. El pintor recibió 1.200 ducados.