Aunque algún tolonista de postín no lo crea, hace cuatro años di la bienvenida a la nueva corporación local con la ilusión de que llevara por el buen camino a una ciudad que iba perdiendo trenes, convertida en una postal a la que hacer fotos para después huir en busca de enclaves que ofrecieran calidad de vida, riqueza cultural y un ocio apropiado a lo que exigen nuestros tiempos. De la imagen que nos dejaban los flamantes ediles que tomaban posesión en 2019, marcada por la repetición de mandato de la señora alcaldesa, poco a poco fuero desaparecieron caras de fieles colaboradores, por enfados o riñas, mientras los doce concejales socialistas se convertían en trece, gracias a un disidente de Vox. Se iniciaba un periodo aciago, marcado por desgracias imprevistas y crueles, como la pandemia, Filomena o alguna que otra DANA, y aderezado por el imperio de la soberbia, tanto para en el triunfo como en el fracaso. Y esta trayectoria ha marcado el auge y la caída del tolonismo, cuyo tiempo ha pasado. Amén.
Los ciudadanos, el 28 de mayo, abrieron la posibilidad a un nuevo gobierno, con Carlos Velázquez como alcalde, al frente de un equipo en el que el pacto con Vox era inevitable, como lo fue en su momento el abrazo entre los socialistas y Ganemos. O, anteriormente, con IU. En fin, demonizar acuerdos entre partidos no es el mejor modo de presumir de demócratas. Recurrir al miedo no cuela y la gente vota lo que quiere en cada momento. Cada cuatro años. Y eso es sagrado.
Así pues, saludemos al nuevo gobierno y esperemos que logre lo mejor para nuestra ciudad, porque sus éxitos serán los nuestros. Yo, de momento, aplaudo que el cuartel de la Guardia Civil no vaya a la Peraleda, como pretendía Tolón, al acecho de otros intereses que buscaban convertir nuestro malherido recinto ferial en un barrio residencial, otra isla seguramente ligada a los más poderosos. Y es que una, cuando es progresista, parece que no tiene que justificar ni lo que construye ni dónde, caso de los bloques grises de la avenida de América que, en verdad, son el único legado tolonista.
Personalmente, me gustaría que el equipo de gobierno pusiera orden en Vega Baja, que investigase qué se trama en la zona, porque eso no pinta bien. Piedras, montañas de tierra y cintas para perimetrar no son garantía de una actuación adecuada en ese entorno, que ha de marcar el futuro de la ciudad.
Pero hay más asuntos pendientes: solucionar los problemas de movilidad, que la limpieza de los barrios no sea una quimera, apostar por un Casco vivo o conseguir esos añorados árboles. Todo por hacer. De momento, yo le pido a Carlos Velázquez que gobierne con humildad, con la complicidad de los vecinos, sus jefes, que les escuche, que sea cercano, que sepa aceptar las críticas y esté abierto a las propuestas, que sea valiente y que tenga claro que difícilmente podrá ser buen alcalde si no es buena persona. Así su huella perdurará más allá de los avatares políticos, a veces caprichosos. Que la ambición no cebe sus ilusiones y mantenga los deseos de la 'gloriosa Toledo' a la que cantó en su toma de posesión. Como decía Tolstoi, «no hay grandeza donde faltan la sencillez, la bondad y la verdad». Suerte, alcalde.