La escritora Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) recorre los «muchos calificativos» con que se puede apellidar la literatura, pero discrepa de la posibilidad de que exista una tipología en femenino. «No tiene ningún significado, es un prejuicio que se ha colgado a la literatura escrita por mujeres», resalta. La autora de Victoria, obra ganadora del último Premio Planeta, cuestiona a un término, el del literatura femenina, que «ya de principio define una novela escrita por mujeres como literatura un poco aparte».
El arte de escribir tiene para la narradora un elemento de partida que bebe del «pálpito» de querer hacerlo, de una «creatividad» que comparten, cuando las reglas aún se desconocen, aquellos que disfrutan con lo imaginario. «Recuerdo que de pequeña me gustaba mucho inventar mis historias y contarlas a mis amigas y a mí misma». Más allá de ese pequeño don, Sánchez-Garnica define la labor en la que se emplea como un oficio y fía a la disciplina la evolución profesional. «Un escritor se hace y, por supuesto, con lectura. Se puede ser un gran lector y no ser escritor; pero nunca, jamás, se puede ser un gran escritor sin ser un gran lector. Es imposible». El proceso formativo incluye «buenas lecturas», el correspondiente bagaje vital de cada cual y las experiencias y recuerdos vividos.
Sánchez-Garnica construye ficciones verosímiles. El armazón son esos «pellizcos de realidad» que relaciona para fraguar la historia. La escritora trata de ofrecer al lector «un espejo en el que mirarse», una situación, generalmente del pasado, que podría haber ocurrido y que plantea a quien en ella se adentra la pregunta de cómo habría obrado. «Ahora tengo experiencia, más capacidad para ponerme en el lugar del otro. Y sin justificarlas, puedo entender cosas tan obvias o relevantes como la maldad, la perversidad, el desamor, la traición o la lealtad», dice la también autora de Últimos días en Berlín. Sus obras, trufadas de personajes que se parecen a «la gente con la que me relaciono» cuestionan, desde las distancias temporal y moral entre el entonces y el ahora, «cómo puede actuar una persona en un momento determinado».
El ejercicio de contraposición ahonda en el debate de la traslación de las normas y costumbres pretéritas. «Tenemos unas leyes y unos prejuicios que nos condicionan, unos principios morales que nos hacen actuar o pensar de una manera u otra. Pero esto no ha sido siempre así, ni hace 50 años o 100 años, ni en otros países, ni con esas leyes que cambian», añade.
La novelista, una de las más vendidas en los últimos años, se reconoce admiradora de Stefan Zweig, Antonio Muñoz Molina, Carmen Martin Gaite, Benito Pérez Galdós y Carmen Laforet. «Han marcado mi trayectoria ya no solamente como escritora, sino como persona. Sus lecturas han conformado también mi manera de ver y estar en el mundo, y la forma en la que escribo», cuenta sobre ellos.
El espacio de la mujer en la literatura es fundamental para esta industria cultural. «Desde siempre, leen más. Y son las que compran los libros y las que forman parte de los clubes de lectura». Entretanto, y a partir de la consideración de la mujer como sujeto relator, Sánchez-Garnica esboza un recorrido histórico, que «tiene también algo de sociología», en el que se presenta a ellas como contadoras de historias -para otras mujeres y, por supuesto, los miembros de su prole. La premisa se retrotrae al inicio de los tiempos y sugiere que la «amplitud de vocabulario y pensamiento» tendría su origen en las atenciones que aquellas brindaron a terceros desde las etapas más remotas.
La creadora de Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido descarta la existencia de discriminación en el mundo literario, aunque lamenta la pervivencia del prejuicio. «Hay críticos, sobre todo hombres, que todavía se consideran sexadores de lo que es buena y mala literatura. Y que, en principio, consideran a la literatura escrita por mujeres más plana, un poco más mediocre», advierte. Sánchez-Garnica discrepa de la pretendida brecha respecto a ellos. «No soló desprecia a las escritoras, también a las lectoras: parece que los hombres son los lectores de la gran literatura y que las mujeres leemos cosas más blanditas».
Otro de los clichés resistentes aparece entre aquellos varones que se resisten a leer novelas elaboradas por mujeres. La autora se rebela contra «esta idea de que las mujeres escribimos para las mujeres», una premisa que no tiene su igual en el sexo opuesto. «A los hombres jamás se les ha planteado si escriben sus novelas para hombres porque se considera que un escritor escribe de forma universal y para aquel o aquella a la que llegue su historia», explica.
En cualquier caso, el éxito comercial avala la trayectoria de centenares de mujeres novelistas en España, un colectivo cada vez más nutrido y conocido. «Se publican porque estamos haciendo muy buenas obras; las editoriales se fijan en eso», concluye Sánchez-Garnica.