Nadie va a reprochar a la propiedad su desembolso. Grupo Ibérica ha conseguido estabilizar económicamente a un club que navegaba constantemente en mares de impagos, deudas y denuncias, y con la angustia cada verano de no saber su futuro. Pero es verdad que, dos años después de su aterrizaje, Fernando Núñez Lirio y sus allegados no han logrado el crecimiento que le importa a sus aficionados: el deportivo. Y estos están más enfadados y cansados que nunca.
Ha llovido tanto sobre mojado que ya nadie se rebela, solo se resigna. ¿Por qué? Porque nadie cree ya en esta temporada 2023/24 que da la sensación de irse por el desagüe el ritmo que pasan los minutos sin marcar un gol. ¿Y qué le pasa al CD Toledo? Es una interesante pregunta que no solo tiene una respuesta. Es como los test para putear, tiene varias correctas.
En las últimas semanas se ha cargado contra los jugadores. Se les veía responsables de unos resultados nada acordes con los objetivos firmados en verano. Y, quizás, tengan razón, pero cuando algo no funciona, suele ser de una cadena de problemas, y un club de fútbol está tan escalonado que las decisiones que se dan desde arriba acaban afectando a lo de abajo. El caso es que este Toledo no funciona ni arriba ni abajo.
Los que mandan han repetido conductas que no han permitido una estabilidad necesaria para poder trabajar. Más allá de tres, cuatro cinco o, a lo sumo, seis meses, nadie ha podido hacer y deshacer. Uno se puede equivocar, pero no se le puede anular tan pronto. ¿Todo el mundo estaba equivocado? No puede ser.
Desde enero de 2020 han pasado ya unos cuantos directores deportivos (o secretarios técnicos, como prefiera): Luis Jaime Puebla, David Vizcaíno, José María Rivas, Sergio Maldonado y Rubén Ramos; y unos cuantos entrenadores: Roberto Aguirre, Diego Merino, Javi Sánchez, Aitor Gómez, Manolo Alfaro, Carlos Gómez y Rubén Gala. Así es imposible.
Esta campaña había un proyecto con un pilar que parecía encajar en la estructura. Había trabajado genial el curso anterior, y se acertó al confiar. Pero en la jornada 6, el runrún ya empezó socavar el equilibrio. Unos cuantos (la mayoría por 'X' o como voces autorizadas por tener el carné por muchos años) ya dudaron de la valía de esta plantilla. Así es imposible.
Encima, los jugadores (o algunos) acudieron a quejarse, como cuando el adolescente dice que el profe de Lengua le tiene manía. ¿Para qué seguir? Mejor cambiar. ¿Cuánto duró el invento? Poco. Al equipo se le vieron buenas maneras, pero ganaba por calidad, por errores del rival, por insistencia… Eso vale, por supuesto, pero estilo del que se alardeaba nunca se llegó a imponer.
Paralelamente, el nuevo responsable deportivo tenía que tocar la plantilla. Obvio. Pero, ¿era necesario tanto? Quizás no. Se prescindió de futbolistas que estaban en dinámica y, probablemente, en su mejor momento. ¿Se mejoró la plantilla? Es difícil responder, el caso es que las lesiones restaron potencial. Y los jugadores se sumaron al vodevil con expulsiones de parvulitos ( 1º de Primaria, para los más jóvenes). Además, de tener a cuatro delanteros, se pasó a dos. Porque, claro, el entrenador nuevo dijo que jugaba solo con uno, y el Sub 23 que a todos gustaba, dijo que se iba. Y con razón.
Todo el despropósito ha dado con una plantilla que ahora mismo está a la deriva. Que en La Solana tuvo mala suerte y no marcó, por supuesto, pero a ver quién justifica haber marcado 3 goles en los últimos 8 partidos. Nadie. Lo de abajo tampoco funciona. No hay un patrón, los futbolistas están desquiciados por la situación, y pensar ahora mismo en 'playoff' de ascenso es dudar, desconfiar y recelar. O te aprietas mucho la bufanda, o no eres capaz de tener fe.
Y lo peor es que el aficionado medio, ese de toda la vida, está anestesiado. Como para enganchar al nuevo. Está muy bien tener mascota, quemar fuegos artificiales y llenar de confeti el Salto del Caballo domingo tras domingo, pero la clasificación no engaña. Primero lo primero, y luego, lo demás.