Si vas muy rápido no ves nada. Si frenas, si el tráfico se ralentiza, ves las chabolas que crecen por todos lados en la M-30, en la inmensa tierra de nadie entre carriles, rotondas y todo ese espacio perdido que los conejos hace tiempo hicieron suyo. Si vas deprisa no se ve. Si vas despacio la cosa cambia, ves la linde. Como esa escena de Fellini principiando 8 ½. La vida es una cuestión de lindes. «La vida es suerte, sólo suerte, creo». Lluís Clotet termina con esta frase su conferencia en la Escuela de Arquitectura de Toledo y se queda mirando al vacío. A algún lugar o algún tiempo muy lejano. Recuerdo entonces a Neruda: «La suerte es el pretexto de los fracasados». Lluís Clotet junto a Óscar Tusquets levantaron en los felices 70 la casa Vittoria en Pantelleria, una isla diminuta más próxima a África que a Sicilia. Mar. Mediterráneo. Verano. Siempre me viene a la cabeza la fotografía: blanco y negro, dos mujeres con túnica blanca bajan por unas escaleras. Once peldaños. Una de ellas, la más adelantada, se cubre el pelo y buena parte de la cabeza con una especie de pañuelo o turbante, también blanco. Sandalias negras, de tacón, enlazadas al tobillo. Mira fijamente a la cámara, segura. La otra baja con precaución observando dónde pone los pies. Pilares de hormigón descarnado. Un templo en el Mediterráneo con sus diosas y sus quiebros de luz. Es Tusquets quien recoge en su libro Todo es comparable una cita de Mies van del Rohe: «La buena arquitectura se distingue en las esquinas».
La periferia es una esquina. Aunque no lo parezca. Una linde. La periferia es lo que queda más allá. Sin periferia no hay interior. Francesco Pecoraro escupe en La avenida lo que queda y sobrevive en el más allá. En el más allá no hay buena arquitectura. Sólo hay. Quizá porque sólo es necesidad, o nace de ella. A veces comparo las fotografías aéreas del Vuelo americano de los 50, o fotografías en blanco y negro de la época; y las enfrento con lo que hoy las cubre, lo que ocupa su espacio. Observo lo desaparecido: edificios, casas de aluvión, chopos pelados, acacias mutiladas... Y luego —intermedia— recuerdo la periferia descarnada de Saura en Deprisa, deprisa, toda la poesía de los bloques de pisos tirados como dados en los descampados polvorientos, Los chunguitos y el cercanías azul, con su raya amarilla, cruzando todos los vacíos posibles en un país donde el mar es sólo deseo.
Si vas muy rápido no ves nada. Si frenas comienzas a ver.