Mucho antes de convertirse en la sede de congresos y mítines que reunieron a numerosos miembros del partido nazi, antes de ser una de las ciudades más bombardeadas de Alemania por las fuerzas aliadas, y también antes de que tuviera lugar el proceso judicial más conocido de la Historia contra criminales de guerra, la ciudad bávara de Núremberg fue un hervidero de artesanos, artistas, científicos, cartógrafos y humanistas que se habían establecido desde el siglo XIV en la Ciudad Imperial Libre atraídos por el florecimiento cultural y económico que vivía gracias al comercio con Italia y las ciudades del norte de Europa.
Este contexto, unido al incipiente negocio que supuso la invención de la imprenta, fue propicio para acoger la publicación de una de las obras más ambiciosas de la Baja Edad Media: el Liber Chronicarum, la Schedelsche Weltchronik o Crónica de Núremberg, según el idioma utilizado. El lanzamiento de tan espléndido volumen solo pudo ser posible gracias al trabajo conjunto de un selecto grupo de personas, todas procedentes de la ciudad de Núremberg. Así, por ejemplo:
Hartmann Schedel da nombre al título con el que se conoce la obra en Alemania. Nació y murió en Núremberg, pero durante su juventud tuvo la oportunidad de estudiar Derecho canónico en Leipzig, y Humanidades y Medicina en Padua. Imbuido de las nuevas corrientes humanistas, volvió a su ciudad, donde ejerció como médico municipal y formó parte del Gran Consejo. Era un apasionado coleccionista de libros con los que creó una extensa biblioteca que le sirvió de consulta para elaborar el complejo texto de la Crónica.
Un sinfín de ilustraciones recorren las páginas de este libro. - Foto: David PérezDel activo taller de Michael Wolgemut salieron retablos y pinturas religiosas que hoy pueden verse en algunas iglesias y museos de Alemania, pero su especialidad era, sin duda, el grabado en madera. Wolgemut perfeccionó este arte elaborando planchas de una gran calidad. Las xilografías que salían de su taller se utilizaban, sobre todo, para la ilustración de libros, aunque algunas se vendieron sueltas. Es el responsable de las ilustraciones que pueblan por las páginas de La Crónica de Núremberg y que han hecho de esta obra una joya, pero no trabajó solo; su hijastro Wilhelm Pleydenwurff, que se convertiría en su socio, fue coautor de estas imágenes, sin que podamos distinguir la mano que se encuentra detrás de cada una de ellas. Frecuentaba, además, el taller un joven aprendiz de nombre Alberto Durero, también natural de Núremberg, que tuvo que ver cómo se gestó la Crónica. No es descabellado pensar que colaborara en algunos de sus grabados. De hecho, acabaría superando a su maestro en el arte de la xilografía y se convertiría, como sabemos, en el mayor exponente del Renacimiento alemán.
En la misma calle que el gran artista vivía su padrino Anton Koberger. Dedicado en sus inicios al trabajo de la plata, acabó convirtiéndose en librero e impresor y llegó a ser uno de los más poderosos editores de Europa, ya que contaba con imprentas en otras ciudades como Estrasburgo o Lyon, y agentes comerciales que se dedicaron a vender lo que salía de sus prensas. A él debemos la impresión de la Crónica, un proyecto editorial de proporciones monumentales que contó con dos ediciones: una en latín y otra en alemán, ambas de 1493. La elección del mejor editor del momento fue posible gracias a la financiación del rico comerciante y también humanista Sebald Schreyer y su cuñado Sebastian Kammermeister, ambos nacidos en la ciudad bávara.
El resultado de todo este trabajo de colaboración es un volumen de gran formato que nos cuenta la historia universal basada en el relato de la Biblia, desde la creación del mundo hasta el momento de la impresión de la obra. Se estructura en seis edades, cada una de las cuales narra hechos clave de las sagradas escrituras, más una séptima para el Apocalipsis. Por la fecha de impresión, se trata de un incunable. La obra incluye 1804 grabados xilográficos, algunos de los cuales se repiten, puesto que solamente se utilizaron 652 planchas. Era muy inusual que un libro de esta época tuviera tal profusión de ilustraciones, las cuales, además se referían al texto. Por eso se ha hablado de él como «el incunable de los incunables».
Imágenes de la creación del mundo, de Adán y Eva, del arca de Noé, un mapamundi ptolemaico, retratos de personajes históricos, bíblicos, mitológicos, criaturas fantásticas, un espectacular juicio final, una danza de la muerte y un sinfín de ilustraciones recorren las páginas de este libro. Mención especial merecen las vistas de las ciudades más importantes de Europa y Oriente que, aunque repetidas en algunos casos, dan una idea de la importancia que empezaba a suponer la ilustración con respecto al texto. Por encima de todas ellas destaca el grabado de Núremberg a doble página completa: un homenaje a la ciudad que había visto nacer a estos hombres que hicieron de ella el centro del humanismo en el norte de Europa.
La colección Borbón-Lorenzana, que se conserva en la Biblioteca de Castilla-La Mancha, cuenta nada menos que con tres ejemplares de la Crónica de Núremberg: uno de ellos procede del Colegio de San Bernardino de Toledo, germen de la Universidad de Toledo junto con el de Santa Catalina. Se desconoce la procedencia de los otros dos. El número de ejemplares aquí, en Toledo, da idea de la amplia difusión que tuvo este texto, una especie de bestseller de la época.
(*) Carmen Toribio es técnica de bibliotecas de la Sala Juan Sánchez de la Biblioteca de Castilla-La Mancha.