Juan de Eguio murió en la plaza de Zocodover el 1 de enero de 1651. Lo había condenado la Inquisición a ser quemado vivo por ateo, «porque negaba todo lo que no veía». De nada sirvieron los informes médicos diagnosticaron su locura. A Eguio lo metieron en la hoguera y cuando el fuego quemó sus sogas, salió corriendo. El verdugo lo asió con garfios y entonces los niños de la ciudad lo lapidaron. Eguio fue el más desafortunado de las 83 personas condenadas en el auto de fe con el que terminaban aquellas Navidades en Toledo, un acto que duró nada menos que 16 horas entre un público enfervorizado. ¿Cuáles fueron los delitos que merecieron tal castigo? «unos eran judaizantes, otros embusteros casados a dos y a tres veces; y uno cuatro y con una misma mujer en diferentes partes, por coger prebendas. Beatas, hechiceras, hubo Penitencias, corozas, Sanbenitos, azotes, galeras». Algunos ya habían muerto, alguno se había suicidado en la cárcel, y unas estatuas ocuparon su lugar.
El historiador Felipe Vidales retrocede en la última entrada del blog Tulaytula al 1 de enero de 1651, cuando se desarrolló en la plaza de Zocodover un auto de fe en el que se sentenció a 83 personas, 62 de ellas por ser judías. «Cuando desde arriba se alienta el dio contra una minoría, al final hasta los niños se suman al a violencia», apunta horrorizado.
El 1 de enero de 1651 «coincidía con 'el día de la Circuncisión de Cristo' a la vez que se celebraba la militante persecución al judaísmo en los reinos peninsulares de la Monarquía Hispánica. No es inocente la elección ni la condición de los reos: de las 83 personas penitenciadas, 62 fueron acusadas de practicar el judaísmo en la intimidad», explica el historiador.
Aquel auto de fe navideño consistió en la lectura pública y solemne de las sentencias de los inquisidores, «el proceso era siempre secreto, pero el castigo debería ser pedagógico y público, buscando el disciplinamiento colectivo pero también la celebración del éxito de la lucha contra la herejía». El historiador recuerda que, como aquellos, a lo largo de los siglos han sido cientos las personas condenadas pública mente en Toledo porque «habían ofendido a Dios» y describe su proceso. La Inquisición «fue perfeccionando esta forma de escarnio público y castigo ejemplarizante, a la vez que teatral y festivo. Hoy nos cuesta entenderlo en ese contexto porque el sadismo de la violencia pública -afortunadamente- nos horroriza, pero los autos de fe fueron convirtiéndose con el paso de los años en eso, en una fiesta colectiva que resalta las esperanzas pero también los miedos compartidos de la comunidad».
Auto muy documentado. Varios testimonios históricos dan fe de aquellos hechos de comienzos de 1651 en Zocodover. A muchos toledanos les sonará el cuadro expuesto en el museo del Greco, que en su parte superior recoge la leyenda «Auto Público de Fe en la Santa Inquisición de Toledo. Año de 1651». La obra, apunta Vidales, probablemente es de algunos años después, de la escuela de Francisco Rizi, aunque no hay certeza sobre su autor. Evidentemente, el cuadro recoge una plaza muy distinta a la actual, pero hay que tener en cuenta que muy posiblemente el autor ni siquiera la conociera y desde luego no hizo la pintura desde allí es un Zocodover «muy idealizado». Además, fue antes de un enorme incendio que destrozó la plaza.
Pero también hay constancias escritas de lo ocurrido. Recoge Vidales que uno de los asistentes al auto fue el historiador José de Pellicer, que salió de Madrid un día antes «para ser parte de lo que hoy nos cuesta entender que fuera una fiesta, tan cargada de sadismo como de reafirmación de una identidad colectiva». Al volver a casa, con fecha de 7 de enero escribió una carta a su amigo Juan Francisco Andrés de Ustárroz, también historiador, narrando de primera mano lo que vio, «y lo que vio no le gustó a él y hoy nos horroriza a quienes lo leemos».
Además, la propia Inquisición también constató por escrito lo ocurrido en su 'Relación del auto de fe'.
Nombres y apellidos. De tal forma que nos han quedado los nombres y apellidos, incluso un resumen de las vidas, de quienes sufrieron aquel final de Navidades. Vidales recoge algunos de ellos y explica que solo un conflicto comercial y financiero justifica aquello, motivado también por los conflictos políticos tras la muerte del conde duque de Olivares. Así, «lenceros, sastres, mercaderes de telas y de paños, tejedores de gasas, tratantes de jabón y cosméticos, etc., madrileños -de origen portugués la mayoría- fueron sacados al auto de fe».
Fueron personas como la toledana del Sierpe Felipa Núñez, condenada por «leer a escondidas libros prohibidos» a perder todos sus vienes, o Antonio Gómez Borjes, mercader de lienzos y telas, de origen portugués y vecino de Madrid, condenado a la hoguera como Eguio, pero que pudo salvar la vida en el último momento por arrepentirse. Fue acusado «de haber azotado un crucifijo en compañía de otros, una acusación de sacrilegio habitual entre las fake news que servían para alimentar el antijudaísmo patrio, como últimamente están estudiando Cloe Cavero y Yonatan Glazer-Eytan».