Es difícil desentrañar a un ser humano; más aún a quien se maneja con un código introspectivo. Por eso, es difícil explicar el porqué de esos viajes anuales de Sixto Ríos, un portento de las matemáticas, a Pelahustán. El hombre respetado por los más prestigiosos científicos envejecía asido a su infancia, a esos tres primeros años de vida en la Sierra de San Vicente. «Papá, ¿vamos a Pelahustán?», sugerían retóricamente sus hijos. Porque la respuesta siempre era afirmativa. Y allí viajaba para fatigarse por el campo y charlar con los paisanos.
Cada año, Sixto regresaba al pueblo. En un remedo de ese viaje que unió a su padre, José María, y a su madre, María Cristina. El matrimonio cuajó en Pelahustán, donde el padre ejercía de maestro de los varones de la escuela unitaria, y la madre, de las niñas. Sixto se crio hasta los tres años entre la iglesia de San Andrés Apóstol y la ermita del Rosario. Entre las encinas, los enebros y los robles de un pueblo de 1.300 vecinos que ha menguado sobremanera, pero que reconoce aún, siglo y pico después, a Sixto como uno de los suyos.
Porque ese niño se desperezó en Los Navalmorales, otro pueblo de la provincia donde ejerció su padre como maestro otros tres años.Allí completaba el salario con clases particulares a los chavales del pueblo que preparaban el Bachillerato.
El joven Sixto, junto a su única hermana, María Encarnación.Entonces, la familia Ríos García se marchó a Madrid, y el pequeño Sixto despuntó en el colegio San Mauricio y en el Instituto de San Madrid. Siempre como número uno de su promoción. Con 19 añitos, amerita el título de licenciado en Ciencias Exactas por la Universidad Central de Madrid, con la calificación de sobresaliente y premio extraordinario; después, revalidó la brillantez con el doctorado en Ciencias Matemáticas. Y llegaron la Cátedra de Análisis Matemático en las universidades de Valencia y Valladolid, y la de Estadística en Madrid. Y logró el doctorado de Ingeniero Geógrafo, y ejerció como profesor en la Escuela de Ingeniero Aeronáuticos y en la Facultad de Ciencias Económicas.
Sixto abofeteaba a cualquiera con sus méritos. Fue director de la Escuela de Estadística de la Universidad de Madrid, director del Instituto de Investigación Operativa y Estadísticas del CSIC o fundador, por encargo de la Unesco, de la Escuela de Estadística de la Universidad de Caracas (Venezuela).
«Fue una persona de familia humilde que logró poco a poco alcanzar los más altos escalafones de distinción académica y científica. Le tocó vivir un siglo XX con dos guerras mundiales y una difícil Guerra Civil en España. Su espíritu científico, investigador y profesional fue siempre incansable. Los que lo conocieron hablan de él como el padre de la Estadística española. Un gran nombre, un gran hombre», compendia un extenso artículo biográfico de la Real Sociedad Matemática Española de 2009.
El Diccionario Biográfico Español, una magna obra de la Real Academia de la Historia sobre las personalidades españolas más relevantes, acentúa que sus investigaciones sobrepasan las doscientas publicaciones, aparecidas tanto en revistas especializadas como en otras destinadas a la divulgación de las matemáticas.
El espíritu de Sixto Ríos ha pervivido en el pequeño pueblo de la Sierra de San Vicente. Meses después de su fallecimiento, un pelacuco, Ramón Verdugo, iniciaba la grabación de un documental sobre la memoria, con el hilo conductor de una misteriosa fotografía anónima rescatada por él años antes en Pelahustán.
Como pirueta del destino, David Ríos, matemático y uno de los seis hijos de Sixto, está convencido de que los protagonistas del retrato son sus abuelos: los padres de Sixto. Como consta en 'Olvido', una disección de la memoria de Pelahustán. Un pueblo que ha vigorizado la figura del célebre matemático con el nuevo centro cultural 'Sixto Ríos'.