Se hace tarde y no he escrito la columna para La Tribuna. Arrastro la costumbre de escribir en la raya de las ocho de la tarde del jueves, con media hora o poco más de margen. No sé si algún día me reformaré o ya va siendo demasiado tarde, como casi para todo. Pero hoy voy a escribir. De la actualidad. De la de verdad. Esta madrugada, mucho antes de la amanecida, el mirlo cantaba dueño y señor de su territorio de medianerías. Hace tiempo que no escucho al colirrojo tizón, ahora discreto y escondedizo. Pero el mirlo proclama su tiempo y su lugar mucho antes de que alboree. Luego me he quedado con los aviones comunes, volando como posesos en su pequeña colonia bajo el alero de un adosado, diez o doce nidos, algunos rotos o caídos, pero en plena efervescencia, aprovechando cada segundo. Enfrente les han roto la tierra: pronto una nueva promoción de adosados. Tierra blanca, veteada de arcilla a un par de metros. Bolos de caliza. Tengo que estudiar y aprobar –otra vez, treinta y tantos años después– cimentaciones. A ver si me pongo.
La raya del Guadarrama, Gredos, al fondo, limpios pero ya con el reverbero del verano que asoma. Entre ayer y hoy la orilla ha cambiado. Dorado de trigales ensangrentados de amapolas de mayo. Verde frío de centenos. Pajizos de avenas. Amarillo espeso de retama negra. Aroma suave de retama blanca, colonizando. Milanos negros sobre la autovía. Primavera que ha sido y sigue siendo radiante. De libro. De las antiguas. Cardos inmensos. Bandas de jilgueros como forajidos asaltándolos sin piedad. Golondrinas suicidas, pocas, en los requiebros de las esquinas. Paro Desayuno un café. Escucho. Arriba. Vencejos. Pocos. Vuelan sobre la calle ancha que se despierta. Este año veo menos vencejos. Quizá esta primavera miro menos al cielo. Hablo con Fernando en la radio desde una gasolinera en una vía de servicio. De aguiluchos cenizos y cosechadoras, alondras y totovías, de tierras de sisones y avutardas. Mientras, por encima pasan aviones inmensos, azules, rojos, plateados… como los de Manolo García. Adelfas y basura, botellas, plásticos, envoltorios y el fulgor perfecto de una lavandera blanca. La belleza. Siempre la belleza.
Arriba, muy altos pasan buitres negros. Me cuesta ya ver las letras, leo bien sólo cuando hay mucha luz, pero cada vez identifico mejor las águilas y las lejanías. Ser buitre negro. Ser vencejo. El Mediterráneo es la patria de las diosas. Escucho al halcón de las cariátides. No lo veo. Halcones en el cielo. Días inmensos de mayo que nunca acaban, que se van sólo un segundo con un hachazo de luz a poniente. Alboradas imprevisibles, urgentes. Noches leves de autillos y latigazos de lechuzas. Lo importante. Lo fundamental.