Algunos la han encasillado como la autora referente de la generación milenial, pero los mensajes que lanza Beatriz Serrano (Madrid, 1989) a través de las páginas de sus libros van mucho más allá. Comunicadora en mayúsculas y de pluma ágil, se erigió el pasado año en uno de los fenómenos literarios del panorama patrio con su obra El descontento, una novela ácida y ocurrente, que se convirtió en una de las más vendidas y en la que consigue, con una prosa fluida y sin ambages, sacar a la luz las miserias laborales y vitales de los treintañeros que pensaban que el éxito estaba al alcance de la mano. Nativa digital y periodista en El País, logró alzarse en 2023 con un Ondas al Mejor Podcast Conversacional con su Arsénico caviar y hace algo más de un mes se consagró en el mundo de las letras tras ser la finalista del Premio Planeta con su segunda novela: Fuego en la garganta. Una historia «más luminosa» que su obra anterior, que vuelve a centrarse en su generación, esa que creció con internet, y en la que la protagonista, una niña a la que abandona su madre y que se convierte en una adolescente gótica llena de dualidades, es capaz de obrar milagros. Serrano, que deja patente que se lo pasa muy bien escribiendo, ahonda de nuevo en la salud mental, disecciona las relaciones familiares y ensalza la importancia de la amistad en este genuino y delirante relato iniciático.
¿Cuánto hay de autobiográfico en su novela?
Son varias cosas. Una es el escenario, sobre todo de la primera parte. El barrio en el que se sitúa Blanca es muy parecido al paisaje de mi infancia. Cuando me puse a darle vueltas a la hora de escribir, la mente me llevaba a mis propios orígenes y se dibujaron enseguida algunos momentos de mi niñez. Quería contar algo muy específico que era la vida de los niños de extrarradio de barrios de provincia, ya que tienen sus particularidades. Son barrios que, al mismo tiempo de ser muy acogedores, son muy chismosos, donde todo el mundo te conoce y sabe de quién eres hija. Son lugares que cuando llega la adolescencia y vas buscando tu identidad se hace más difícil.
La soledad está muy presente.
Sí, por otro lado, Blanca tiene una infancia muy solitaria. Yo nací en Madrid, pero pronto me fui a vivir a Valencia y en los noventa, que no estábamos tan hiperconectados como ahora, la gran parte de mi familia estaba en la capital. En mi caso, por ejemplo, no podía ir a casa de mis abuelos los fines de semana como hacían otras amigas. Creo que tanto el barrio en el que vive como esa soledad son las cosas en las que más me puedo parecer a la protagonista.
Fuego en la garganta aborda el tema de los silencios en el hogar y el peso que tienen en el desarrollo vital. ¿Se sobrevalora a la familia?
Indudablemente. Creo que hay gente que tiene la suerte de pertenecer a una familia donde se les permite ser quiénes son, pero considero que ese tema de los lazos de sangre por encima de todo hay veces que perpetúa malos comportamientos, toxicidades e impide que una persona no pueda desarrollarse plenamente cómo es. Vivimos en una sociedad que ha destacado mucho la importancia de la familia, yo también creo que es importante y tengo muy buena relación con la mía, pero, particularmente, soy más anárquica en el tema de las relaciones. No me gusta establecer esas prioridades. Tengo amigos que cenan solos en Navidad, la mayoría de ellos forman parte de la comunidad LGTBi y han sido rechazados por sus propias familias.
Un día se te puede caer esa máscara y darte cuenta de que todos estamos fingiendo"
¿Es complicado encontrar nuestro lugar en el mundo?
Depende. Hay gente que se siente más cómoda en una rutina, en una estabilidad y personas que eso les incomoda mucho. Algunos encajan mucho mejor con el sistema, piensan en casarse, comprarse un piso y tener hijos, mientras que hay otros que no, que lo tienen más difícil. Tengo la teoría de que muchos seguimos al rebaño, pero todos nos sentimos al mismo tiempo ovejas negras.
La salud mental está muy presente. Habla de la grieta, de ese clic en la cabeza que lo cambia todo. Trata de concienciar sobre un problema que ha estado muchos años escondido. ¿Está la sociedad enferma?
En mi primera novela, el Descontento, ya trataba el tema de la salud mental desde el punto de vista de la alineación del mundo laboral, la extrema identificación entre quiénes somos y lo que hacemos, y de cómo, en un momento dado, se te puede abrir esa grieta, se te puede caer esa máscara y darte cuenta de que todos estamos fingiendo, que todo es una pantomima y que si la vida es solamente ir a trabajar, comerse el túper e ir después al afterwork con un grupo de gente que igual te parecen unos gilipollas integrales. En esta novela me voy a una época anterior, donde las mujeres vivían como una especie de falsa libertad, pero también tenían muchas exigencias. Tenían que ser la mujer completa y siempre ponerse en un segundo plano. Eran mujeres tristes e insatisfechas, porque sabían que podían ser algo más. Me gusta explorar en ese aspecto de si la sociedad está enferma o es la que nos enferma a nosotros.
También hace una crítica velada sobre la excesiva prescripción de medicamentos para atajar sus problemas…
Leí un informe que desvelaba que en España, más o menos la mitad de la población, que es una barbaridad, toma ansiolíticos o antidepresivos. Es un dato muy alarmante. ¿Se trata de un problema colectivo o individual? La deriva tras las sucesivas crisis, con un coste del alquiler disparado, la imposibilidad de acceder a comprar una vivienda, los salarios de mierda, los trabajos precarios... ¿Qué es lo que hace que la gente se tenga que tomar una pastilla para dormir? ¿Es porque tienen problemas de sueño o porque tienen tantos problemas en su vida que no son capaces de conciliarlo?
Empezamos a normalizar el 'estoy bien' cuando te encuentras fatal"
¿La amistad es en ocasiones una tabla de salvación?
Es siempre una tabla de salvación. Creo que es algo supernecesario.
Mi abuela decía que los amigos se cuentan con los dedos de una mano.
Podía tener razón, pero esos pocos amigos seguramente estaban ahí para todo lo que ella necesitara. No se trata de tener conocidos, de tener un amplio grupo, se trata de que no fallen. Mi protagonista tiene tres y su madre, igual. Son dos mujeres que no pueden hablar nunca de lo que les pasa y no se sienten escuchadas hasta que conocen a un grupo de personas que las aceptan, que comparten inquietudes y descubren que no pasa nada malo con ellas. La amistad siempre nos salva en ese sentido, porque nos sentimos comprendidos. Es, como canta Ian Curtis: Llevo esperando toda mi vida a una guía que me coja de la mano.
¿Se penaliza, como recoge en la novela, el hecho de sentir demasiado?
A la gente le incomoda el exceso de sentimientos. Sólo hay que ver cómo desviamos la mirada cuando vemos a alguien llorando en el metro o cuando el camarero llama la atención a dos chicas que están comiendo en su local porque se están riendo a carcajadas. Parece que hay que sentir, pero no demasiado. Todo el alarde de emociones se penaliza.
¿Nos hemos acostumbrado a olvidar y a ocultar los llantos?
Tenemos la sensación de que al trabajo o a la calle se viene lloradita de casa. Hay muchas veces que, por no llamar la atención, por no incomodar, nos olvidamos de nuestro lado humano y empezamos a normalizar el estoy bien cuando te encuentras fatal y a no decir cómo verdaderamente estamos.
Las relaciones de pareja es otra de las claves. ¿Considera que el matrimonio sigue siendo una cárcel para las mujeres?
Espero que no. Creo que ha evolucionado muchísimo y que no es como antes. Sí que considero que las mujeres seguimos aguantando y seguimos teniendo el polvo del machismo del pasado. Esto se ve claramente cuando te fijas en quién se sigue cogiendo la excedencia para cuidar de los hijos, por poner un ejemplo. Más del 90 por ciento son mujeres. Somos nosotras las que seguimos teniendo todo el peso de esa carga mental de los cuidados y del hogar más que los hombres, pero, afortunadamente, yo lo que tengo alrededor me hace pensar que las cosas han mejorado y han cambiado un montón, de lo cual me alegro, pese a que ha pasado muy poco tiempo.
A la gente le incomoda el exceso de sentimientos. Ese 'alarde' de emociones penaliza'
Habla de que existe un hastío general entre su generación, que no acaba de ver la luz al final del túnel. ¿No piensa que esta situación ha sido una constante a lo largo del tiempo?
Por supuesto. Muchas veces nos olvidamos de aquella generación silenciosa, de posguerra y que posteriormente vivió el franquismo, que ha sido la que ha construido este país sin quejarse y ahora está olvidada. Yo lo que tengo es un marcado discurso de clase. Todo se debe un poco a que me han puesto la etiqueta de autora generacional y me preguntan mucho por ello. No creo que sea un problema solo de mi generación. Mi madre trabaja en una residencia de ancianos. Tiene sesenta años y cuando se quedó sin trabajo lo pasó muy mal. El problema es más bien de clase e intergeneracional.
La protagonista, Blanca, vivía dos vidas a la vez los últimos años de instituto. ¿Las apariencias engañan?
Nunca sabes por lo que está pasando otra persona. En estos tiempos en los que todo pasa tan rápido, tan individualistas y en los que todo el mundo está preocupado por lo suyo, nos falta tener un poco de empatía y pensar que el de al lado seguramente lo esté pasando igual de mal que tú. Otro de los temas que he intentado tratar en la novela es el asunto de los prejuicios. El personaje de la madre de Blanca al principio se construye desde la base del chisme. Cuando hay una ausencia, hay un silencio, todos esos huecos se rellenan con las opiniones y los prejuicios de los demás, hasta que tomas el mando del relato y te das cuenta de que la historia es distinta. Todos, en un momento dado, vivimos dos vidas; la que tenemos con los más íntimos y la vida de cara a la galería.
¿Tendemos a romantizar siempre los recuerdos pasados?
¡Hum! (largo silencio). Sí y no. Lo que romantizamos de la infancia es cierta calidez de hogar y la sensación de vivir sin preocupaciones. Muchas veces la nostalgia tira de que el pasado fue mejor, pero en general era peor. Yo cruzaba descampados llenos de jeringuillas, había yonkis por todas partes y era una sociedad mucho más machista, homófoba, súper racista... Lo que sucede es que, como nosotros éramos pequeños, tendemos a mirar el pasado desde la óptica de esa inocencia de la niñez. Pienso que también es muy peligroso dejarse arrastrar por la nostalgia, porque, al final, la nostalgia es muy subjetiva y la realidad era otra.
Ahora que ya ha pasado más de un mes desde el fallo del premio y que puede tener más perspectiva. ¿Hasta qué punto ha cambiado su vida ser finalista del Planeta?
Muchísimo. Mis dos novelas las he compaginado con mi trabajo y con un podcast, con los que me pagaba mi alquiler. La promoción de El Descontento era solo los fines de semana y ya llegué muy, muy cansada. Lo que hacía era levantarme muy temprano y arañarle unas horas al día para poder escribir y luego irme a trabajar. Esta vez me he cogido una excedencia. Ahora no me puedo permitir escribir porque la gira está siendo muy intensa. Mi chico y yo tenemos una frase de cuando estábamos en la playa en Almería y un día se ponía a llover, que dice: Recuerda que el peor día de playa siempre es mejor que el mejor día de oficina. Ahora sería de gira (ríe). Mi vida es otra desde esa noche y me siento una privilegiada en todos los aspectos.
Valencia sufrió hace un mes la peor DANA de su historia con más de 220 muertos. Usted es valenciana de adopción. ¿Qué cree que ha fallado?
Ha fallado todo. Desde lo poco en serio que se tomaron los avisos, hasta la hora en que se envió el mensaje de alerta que ya pilló a la gente con el agua hasta el cuello. Ha fallado que un tema como el cambio climático esté tan politizado, ha fallado no acometer una obra para desviar ese segundo cauce, haber construido en terrenos inundables. Han fallado tantas cosas antes y la gestión ha sido tan terrorífica… En Alfafar, la población donde vive mi madre, hasta cinco días después no entraron los camiones del Ejército, porque los políticos estaban diciendo que 'si mandas tú o que si mando yo'. Eso no se puede permitir.
En Valencia se ha visto que el pueblo está por encima de sus gobernantes'
También hemos podido ver esperanza entre tanta tragedia.
Eso ha sido precioso y nos ha hecho ver que el pueblo está muy por encima de sus gobernantes. Todas esas localidades han salido adelante por la ayuda de los vecinos y por los voluntarios que, en un acto de solidaridad y generosidad tremenda, se han puesto las botas, han sacado las palas y han empezado a recoger. Pero no hay que olvidar que en nuestro sistema existen los impuestos, que todos pagamos para que este tipo de catástrofes no se tengan que solucionarse así. La ayuda debe llegar antes para la gente que más la necesita.