El giro generacional en el circuito que advirtió en su día Carlos Alcaraz con la conquista del US Open primero y con el éxito en Wimbledon el pasado año, ante Novak Djokovic en la final, agrandó su argumento con la irrupción y la consolidación de Jannik Sinner, erigido a lo grande en dominador absoluto del Abierto de Australia.
Alcanzó la madurez que se esperaba en el Melbourne Park este diestro de 22 años, nacido en San Cándido, acomodado en el cuarto lugar del 'ranking', con un gran número de éxitos a sus espaldas que dinamitó el primer Grand Slam del curso para aventurarse en una amenaza para cualquiera en la carrera hacia la cima.
El estirón dado por Sinner promete un panorama nuevo en el circuito. Había mantenido el tipo hasta ahora el 'Big Three', especialmente Djokovic y también Rafa Nadal, y antes Roger Federer, ante la aparición de cualquier prometedor y talentoso jugador, ante la oleada de raquetas nuevas cargadas de razones con argumentos para derribar el absolutismo impuesto por estos legendarios tipos.
No fue suficiente, por una razón u otra. El aire fresco generado por jugadores como Alexander Zverev, Dominic Thiem, Daniil Medvedev, Andrei Rublev o Stefanos Tsitsipas no terminaba de asentarse, de apartar de la élite a cualquiera de los tres 'genios'. Podían irrumpir en la final de cualquier 'grande'. Ganar alguno, como fue el caso de Medvedev o de Thiem. Pero ninguno fue capaz de cuestionar el dominio de los veteranos.
Sin Federer, ya retirado, y con Nadal a un lado, en pleno rodaje de vuelta, ninguno de esta camada intermedia apuesta decididamente por el asalto al trono de la ATP. Nadie pudo con Djokovic, aún vigente, incontestable, dominador.
El tiempo pasa y también las ocasiones para esta generación que prometía y no cumple. Medvedev, el más solvente, agranda su leyenda de perdedor de finales. La nueva ola, la que lideran Alcaraz y Sinner, y a la que no termina de sumarse Holger Rune, invade el espacio de estos, que parecía reservado.
Punto de inflexión
Algo cambió en el tramo final de 2023 para el italiano, un jugador plagado de condiciones, un talento en bruto que no terminaba de explotar, que reducía su potencial en los grandes momentos, que empequeñecía su tenis ante tipos con más reputación, con más nombre. De hecho, nunca había conseguido vencer en un Grand Slam a un 'Top cinco'. En Australia, sin embargo, superó a Rublev, Djokovic y Daniil Medvedev.
El todavía cuarto jugador del 'ranking', con 11 trofeos ya en su historial, con un Grand Slam en la mochila, dio un salto de calidad en la recta final del pasado curso, cuando cogió la medida de Djokovic. El transalpino, que nunca había podido con el ganador de 24 'grandes', le venció dos veces en dos semanas. Le derrotó por primera vez en las Finales de la ATP, aunque después perdió con él en el duelo por el título. Y después, en la Davis.
En Melbourne, un terreno que parecía acotado para el de Belgrado, que ha levantado 10 veces la copa, Sinner dio una exhibición. El cambio de mentalidad era un hecho. Se lo creyó.
La final fue otro ejercicio de madurez de este tipo virtuoso del deporte que dejó de lado el esquí, donde sobresalía, y optó por la raqueta. No le va mal. No se equivocó. Y ahora, junto a Alcaraz, pretende amenazar el orden establecido en el año de los Juegos en el recinto acotado de Roland Garros.