El mentiroso Bárcenas se desinfla

Carlos Dávila
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El extesoreo del PP es un hombre de acreditada insolvencia profesional y, también, económica

El mentiroso Bárcenas se desinfla - Foto: Juan Carlos Hidalgo

Estaba todo preparado para plantear una causa general contra lo que un grupo editorial (prensa, radio y televisión) viene llamando el viejo y el nuevo PP. Se presumía en estos círculos allegados, que Bárcenas ex-gerente y extesorero había rubricado algún acuerdo global o parcial con la Fiscalía más o menos en estos términos: «Tú cantas todo lo que dices saber y yo a cambio estudio para tí y para tu mujer unos beneficios penitenciarios que a los dos os vendrán muy bien». Este era el rumor general en la capital de España, un rumor que, curiosamente, sembró mayor preocupación en el PP de Casado que en el de Aznar o Rajoy, que cada uno de los tres marcha por su lado. Sin embargo y, a la primeras de cambio, la especie, como dirían los juristas, ha decaído. Resulta que el fiscal Romeral, un profesional hasta ahora inédito en los grandes casos, lejos de pasar la mano por el lomo del preso Bárcenas, lejos de estimularle a lanzar todo tipo de acusaciones contra el viejo PP de Rajoy, que es al fin su objetivo, sorprendió al denunciante andando con el carrito del helado, y Bárcenas se contradijo, amenazó sin pruebas y acusó a todo bicho viviente, excluido curiosamente Aznar, de haberse llevado sobres con dinero dentro. Todo, como si el propio Rajoy, Rodrigo Rato, Jaime Mayor, Javier Arenas… fueran émulos de aquellos periodistas taurinos de la antigüedad franquista que explotaban a lo toreros, les cobraban por adjetivos, y recibían el ajustado nombre de sobrecogedores.

Fueron tantas las pifias de Bárcenas en su declaración, que a los abogados acusadores de los mencionados, o sea, otra vez el viejo PP, se les subió la sangre a la cabeza y, sin remilgos, volcaron sobre el fiscal Romeral la basura de «estar comportándose en realidad como el letrado defensor de los presuntos acusados». Y es que, en el transcurso del juicio, las trampas, todas las trampas, del extesorero le explotaron en las manos, de modo que tras lo visto y escuchado en la mañana del lunes, los periodistas presentes en la sala, se fueron a almorzar con la siguiente impresión: «Este hombre está pegándose un tiro en el pie». Natural. Porque, veamos: ¿puede condenarse a una persona sin más pruebas documentales que un alijo de papeles desordenados, tachados y recauchutados como si fueran los de un narcotraficante cogido con la cocaína en las manos?

Parece que no. Si los plazos se cumplen en esta ocasión, lo probable es que a finales de este mes tanto Rajoy como su ahora enemigo José María Aznar acudan a declarar al Tribunal. Ya adelanto que el segundo no va a transigir con la acusación de Bárcenas de haber sido receptor de sobresueldos. Los demás citados harán lo mismo. El mentiroso Bárcenas seguirá insistiendo en que él mismo se comportaba como un mero transmisor: el finado Álvaro de la Puerta le daba el dinero, él introducía el dinero en los sobres y se los entregaba a los chorizos de sus jefes. Tal y como suena. ¿Prueba de ello? Ninguna; la de un personaje inmensamente pulcro, Álvaro de la Puerta, abogado del Estado en vida, que una vez me confesó lo siguiente antes de perder definitivamente la cabeza con un apabullante y rápido Alzheimer: «Pero, de verdad, tú me ves en el papel de colaborador necesario de un delito?»

Bárcenas, sin piedad, le ha echado el muerto al muerto. Una indignidad. Con Bárcenas este cronista mantuvo dos reuniones. La primera en la casa de un conocido común, amigo y confidente del extesorero popular. Fue un almuerzo, al término del cual el anfitrión invitó a un cuarto comensal a visitar su bodega porque «vosotros -dijo- tendréis que hablar de algo». No le dí tiempo a mi interlocutor a explicarme nada; simplemente le formulé dos preguntas; una, «¿te has llevado dinero del Partido Popular, de comisiones o de donaciones?» Haciéndose el muy ofendido me respondió: «Por Dios, Carlos, te juró que no, que toda mi fortuna (30 millones en Suiza se ha sabido luego) deriva de mis negocios particulares». Segunda pregunta: «Tus directivos del PP, ¿han recibido sobresueldos pagados por tí?». Aún más conturbado, me contestó que no y, esta vez, lo hizo añadiendo una coletilla: «Te lo juro por mis hijos».

 

Confesión

Este es el personaje que en una nueva ocasión me citó, y yo estúpidamente acudí, en un hotel de Madrid muy cercano a la sede del PP que ahora quiere vender Casado. Volvió a reafirmarse en sus dos respuestas anteriores y esta vez añadió una confesión: «Digan lo que digan, quédate con esto: yo no tengo papeles de nada, ni recientes, ni antiguos, soy un hombre leal a mis jefes». Relato estos dos sucedidos sin la intención de acreditar la condición de mentiroso -tal es el adjetivo que se lleva en el título- del citado recluso, porque esta condición, la de un trolero aprovechado deberá acreditarse en la sentencia del juicio. Bárcenas ya es un hombre de acreditada insolvencia profesional y también económica. Posee dineros en Suiza que, en su día, si le dejan repatriarlos, tendrá que acrisolar su origen. Ahí queda todo. Ahora, el recluso pretende salvar su tafanario y, para ello, arruinar la vida y hacienda de sus antiguos dirigentes del Partido Popular y, desde luego, la trayectoria política del PP. Ese es su objetivo.

Dicho eso, y como corolario de esta crónica: ¿puede este cronista negar que durante bastante tiempo el PP no recibió para sus gastos y fastos financiación exterior de dudosa procedencia? En absoluto; hay que recordar que hasta 2007 la ley permitía recoger donaciones sin necesidad de informar sobre ellas. A partir de entonces, con una Ley de Financiación de Partidos redactada y aprobada con más trampas que una película de chinos, las organizaciones engordaron sus cuentas y cajas con pesetas y euros de los más diversos orígenes. Es más; el uso común cuando había de por medio algún desaprensivo era éste: «Me das 10 millones de pesetas, luego en euros, y hago tres partes, una, la mayor, para el partido, otra para guardar para eventualidades y otra para mí». Este fue Bárcenas. Su pecado no es el mismo de las personas a las que acusa, porque éstas no se quedaron nunca dinero para su pecunio, pero aquella oscuridad le está costando casi la vida al viejo y al nuevo PP. En una casa agitada, con más puertas que una obra de Jardel Poncela, el criado siempre termina siendo infiel. Esto es lo que está pagando, sin culpa, ni responsabilidad alguna, el nuevo PP de Pablo Casado,