Algunos llaman a colegas míos -quién sabe si a mí mismo- 'pseudoperiodistas'. No defenderé los excesos de alguno que se dedica a las tareas de (des)informar, pero se trata de una minoría, y lo digo en el día en el que se celebra la jornada mundial de la libertad de expresión. Sea como fuere, prefiero, como Jefferson, prensa sin Gobierno que Gobierno sin prensa. Sobre todo cuando hay mucho 'pseudopolítico' pululando por un fango que inventan ellos y ensuciando con sus tretas e inveracidades la política, nobilísima actividad que 'ellos' dicen querer limpiar.
Y claro que no hablo (solamente) de Pedro Sánchez, ni de algún político que, desde la oposición, aprovecha las claras deficiencias del Gobierno en materia de trato a y con los medios para erigirse en el campeón de la libertad de las libertades, que es la de expresión. Tengo que acusarme, acusarnos, de que desde el santuario de una información libre nos situamos muchas veces en el seguidismo y en la consigna, o sea, en el antiperiodismo. Por ejemplo:
Por ejemplo, siento decirlo, no estoy de acuerdo con los compañeros que aseguran, en el fragor de la campaña electoral catalana, que Salvador Illa es un 'aliado del independentismo' porque vaya a tener que formar Govern, si gana por margen suficiente, con alguna formación independentista, qué remedio. Creo que Illa es más bien la última esperanza del constitucionalismo en esa Cataluña que, dijo Ortega y Gasset, no tiene otro arreglo que la conllevanza. Y también discrepo, desde luego, del optimismo oficialista que quiere ver un triunfo personal de Pedro Sánchez en la eventual victoria de Illa el próximo día 12. Cierto, Illa ha dado un salto en las encuestas, dicen que por esa trampa 'pseudopolítica' de Sánchez retirándose a meditar como un eremita en La Moncloa por amor, dijo. Un salto basado en la superchería, no por parte de Illa precisamente. En fin, ya se sabe que en la guerra y en las campañas electorales la primera víctima es la verdad, que anda ya casi cadáver. Y las armas que la matan son esas maniobras orquestales siempre en la oscuridad en busca de un voto tantas veces engañado.
No podemos los periodistas caer en la loa a una de las dos partes del muro, hoy dos Españas, que han levantado 'ellos', ni podemos pontificar sobre lo que es el verdadero periodismo en sedes partidistas, ni lo nuestro es recibir condecoraciones sino, más bien, improperios de quienes no entienden que 'noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique'. Ellos colocan, a quienes discrepan, a quienes investigan lo que quieren escondernos, en la 'fachosfera' o en el 'pesebrismo', según de qué lado creen que cargamos. Hablan de 'pseudoperiodistas' sin precisar, para que la ciudadanía piense que 'pseudoperiodista' es cualquiera de nosotros que se aparte del camino recto, sea cual sea este camino, que cada día está eso menos claro y es menos recto el camino en el que ellos transitan.
Celebro que, por fin, desde los órganos corporativos de la prensa se haya dado una reacción decidida en la denuncia de la falta de transparencia, el sectarismo en el trato -amigos o enemigos, eso es lo que somos para ellos- que recibimos quienes pretendemos simplemente acceder a la noticia que ellos manejan a veces en la oscuridad, porque, insisto, quieren evitar que lo que hacen sea noticia.
Será cosa de la veteranía, que es un grado, pero cada día me fío menos de lo que nos dicen, soy más 'equidistante', acusación maldita, no entiendo bien por qué. Circunscribiéndonos al acontecimiento trascendente que nos viene, el resultado de las elecciones catalanas dentro de una semana, cómo aceptar que, por ejemplo, Puigdemont es aliado de Pedro Sánchez cuando, en el fondo, le respalde o no en el Congreso de los Diputados, que ya se verá, el fugado de ex Waterloo se ha convertido en el mayor enemigo del presidente del Gobierno, y viceversa. Lo que pasa es que a algunos titulares esto no les conviene, ni que Sánchez pueda decir, pseudopolítica, que es él quien ha ganado en las urnas para ocupar la presidencia de la Generalitat.
Para que nadie me llame equidistante, aunque pretenda serlo, diré que sí, que el Gobierno nos maltrata, y puedo decirlo desde la autoridad de comprobar que los ministros desdeñan acudir a las llamadas de esos grupos de informadores que se juntan para, espalda contra espalda, tratar de defenderse y arrancar, a base de preguntar, unas migajas de información en el desierto de la opacidad. Se extiende por los ámbitos oficiales esa pseudopolítica que consiste en no reconocer el papel de los medios como uno de los poderes del Estado; claro que, cuando ni siquiera se reconocen ya de manera efectiva los otros poderes clásicos de Montequieu --el Judicial, el Legislativo, cada día más devorados por el Ejecutivo--, como admitir los controles legítimos, imprescindibles, del llamado cuarto poder. No se trata de condecorarnos, sino, simplemente, de dejarnos que cumplamos con nuestra obligación con la sociedad: informarla lo mejor posible.
Muy legítimamente, los medios y los periodistas podemos tomar posición editorial y personal por unas u otras ideas. Lo que no podemos hacer es falsear la realidad ni faltar, como hace tantas veces la pseudopolítica, a la verdad. Lo digo en este viernes en el que estamos celebrando una jornada, la de la libertad de expresión, que, en realidad, deberíamos celebrar todos los días del año, aunque a algunos 'pseudos', periodistas y sobre todo políticos, no les guste.