Pedro Sánchez no ha podido aprobar prácticamente ninguna iniciativa en el Congreso en lo que llevamos de legislatura, más de treinta votaciones perdidas, solamente se ha aprobado la ley de amnistía, a la postre el salvoconducto para su investidura, de lo que es fácil deducir que a Sánchez le importa más estar en el poder que gobernar, que son dos cosas muy distintas. Se puede estar en el poder con muy poca capacidad de gobernar. Es lo que estamos viendo, ni más ni menos, y basta con remitirse a las pruebas. El Congreso se ha convertido en una caja de bloqueo de las iniciativas del presidente del Gobierno, una tras otra. La situación se ha agravado con el pacto con ERC para implementar el llamado «cupón independentista» que si bien ha servido para investir a Salvador Illa ha puesto en jaque las relaciones con los de Puigdemont, la otra pata de la mesa del pacto con los independentistas, que ya se ha encargado de bloquear en el congreso propuestas de calado hasta el punto de que el irónico Rufián ha llegado a decir que lo que está ocurriendo es que en el Congreso se está conformado una mayoría de derechas: PP, Vox y Junts. Por más descabellada que resulte la teoría, lo cierto es que ya ha actuado como mayoría de bloqueo. ¿Sería posible una moción de censura con esos mimbres?. La imaginación es libre.
Estamos en la eternización de lo inviable, en palabras de usadas antes del parón agosteño por Emiliano García Page, pero lo eterno no existe en la tierra y esto tendrá que terminar. La ingobernabilidad es extrema y no parece que tenga visos de remitir, más bien empeorar. Se necesita, claro está, un gobierno que tenga un proyecto que ejecutar avalado por las urnas porque ahora estamos en otra cosa, básicamente la permanencia en el poder a cualquier precio, incluso sobre premisas totalmente negadas en la campaña electoral. Algunos analistas dan la legislatura por muerta, pero nadie se atreve a aventurar un final, ni mucho menos a ponerle fecha. En un régimen parlamentario como el nuestro el Congreso es la piedra angular, también para la elección del presidente, pero si no hay una mayoría clara el país se estanca, no funciona o lo hace a fuerza de decretos. Jamás ha habido tantos decretos como en la época de Sánchez como presidente. En el fondo, el presidente alimenta una ilusión presidencialista imposible en un sistema de gobierno como el que tenemos de raíz parlamentaria, por otra parte, el sistema que hace posible y legitima que una presidencia como la suya, sin ganar unas elecciones y a base de aritméticas parlamentarias, sea factible
Los presupuestos se han convertido una aventura imposible, los últimos fueron redactados en lo duro de la pandemia, cuando el país tenía otras necesidades y otras prioridades. «Un país no puede vivir sin presupuestos», le dijo Sánchez a Mariano Rajoy cuando ya tenía puesto el punto de mira en la moción de censura que le llevo al poder. Nuevamente, todo en el presidente del Gobierno es una enmienda a la totalidad de sus propias apreciaciones. Salvo milagro, los presupuestos quedarán embarrancados en las primeras de cambio, y el país seguirá tirando de prorrogas hasta que cambie el ciclo político. España vive empantanada, con todo en estado de prórroga, con un presidente que está pero no puede gobernar.
Sin presupuestos y sin financiación autonómica. Veremos lo que da de sí la ronda de contactos con los presidentes autonómicos, pero la financiación autonómica entendida como un acuerdo entre las partes ha sido dinamitada. En la dinámica de Pedro Sánchez se trata de llegar a acuerdos bilaterales, primero con Cataluña, sobre la base un privilegio fiscal similar al cupo vasco, y luego con los demás a base de dadivas compensatorias o condonaciones de la deuda que sirvan de «trágala» para que las partes acepten el procedimiento y el agravio. Eso es lo que tenemos a la vista. En este caso no habrá una prórroga del sistema de financiación, también muy caducado ya, sino sus sustitución por algo distinto, basado en relaciones de tipo bilateral, primero con comunidades integrantes del cupo de los privilegios y después con el resto. El desajuste con todo lo que ha servido de forma de funcionar y pactar es brutal. El objetivo no es otro que ir tirando, ganar tiempo, y llevar la extrema ingobernabilidad al límite de sus posibilidades. Hasta mucho más allá de lo recomendable.