Adolfo de Mingo Lorente
Toledo
El destacado historiador y crítico de arte alemán Julius Meier-Graefe (el mismo a quien el escritor estadounidense Ernst Hemingway tildaba de «estúpido» por el interés que manifestaba por la pintura del Greco, en detrimento -decía- de Goya y de Velázquez) tuvo la oportunidad de contemplar el retrato que acompaña estas líneas en la galería de Ambroise Vollard, personaje clave para conocer el efervescente clima artístico en el París de comienzos del siglo XX. Su autor era PaulCézanne, quien lo había pintado en torno a 1885-1886 a partir de una reproducción en blanco y negro. Probablemente una estampa de Jean Baptiste Laurent publicada en la revista Le Magasin Pittoresque en el año 1860 y significativamente titulada La fille du Greco, pues entonces se consideraba a la modelo de la Dama del armiño la hija del pintor. El gran artista de Aix-en-Provence, quien reconocía el valor de la pintura del Greco como precursora de la modernidad, interpretó con valiente e intuitivo cromatismo lo que no era más que una imagen en blanco y negro. El resultado fue un interesante testimonio que se conserva en la actualidad en una colección privada londinense -en 2012 fue puesto a la venta en Sotheby’s, sin éxito, valorándose entre cinco y siete millones de dólares- y que muy pronto llegará al Museo del Prado para formar parte de la exposición El Greco y la pintura moderna, comisariada por Javier Barón.
Meier-Graefe, quien contempló La femme à l’Hermine, d’après le Greco pocos años después de la muerte de Cézanne, aproximadamente al mismo tiempo que escribía su célebre Spanische Reise o Viaje por España (1910), apuntó con gran lucidez que el Greco era tan diferente respecto a Tiziano como su contemporáneo Renoir lo era comparado con Cézanne.
Este no fue el único artista de la modernidad que se dejó seducir por la bella representación atribuida al Greco. También el suizo Alberto Giacometti volvió la mirada a este retrato, convertido ya en un verdadero icono cultural.