Hace apenas unas semanas, los periodistas celebrábamos a nuestro santo patrón, San Francisco de Sales, sin grandes fastos ni celebraciones llamativas. Tal vez sea porque en nuestro oficio no existe el corporativismo. Ni siquiera una norma que impida a quienes no han cursado esta carrera ejercer una profesión que, sin embargo, es esencial en una democracia. Ahí están personajes televisivos de escaso fuste, pero amplia cama, otros que incluso dirigen medios sin haber pasado por una facultad y ya, para más inri, esos 'influencers' que, por ser graciosos, simpáticos o guapos, se ganan el favor del gobernante de turno y se convierten en máquinas de ganar dinero, mientras aquellos talentos que salen de la Universidad demuestran que la suya, la nuestra, es una profesión puramente vocacional.
Pues sí, queridos lectores, el Periodismo, aún décadas después de crearse las facultades de Ciencias de la Información, continúa plagado de intrusos que se autocalifican como comunicadores cuando su única lectura se ciñe a los contenidos de las redes sociales y su cultura se limita a acumular 'likes' en ese mundo virtual.
Pero los profesionales de la información, aquellos que hemos estudiado en los muros de la universidad, con el consiguiente sacrificio de nuestros padres para pagarnos una carrera, totalmente devaluada, pero, insisto, obligada a mantenerse intacta ante presiones de políticos y de sectores económicos, nos hemos acostumbrado, sin resignarnos, a estar rodeados de esos merodeadores que asumen funciones para las que no están cualificados.
Pero no estamos solos. Toledo se ha llenado de ingenieros. Eso no había ocurrido nunca. Es más, el prestigio de esa profesión, en cualquiera de sus especialidades, siempre ha sido tan sagrado como el de los médicos. No cabe mayor honor para una familia que tener entre sus miembros a un ingeniero. Con su título, sus duros y prolongados años de estudio y sus prácticas, que les confieren unos conocimientos que los demás debemos admirar.
Pues no. Ahora, desde que se habla del diseño del AVE Madrid-Lisboa a su paso por Toledo, los ingenieros, esos profesionales que se ocupan de resolver cuestiones técnicas que escapan al resto de los mortales, han visto invadidas sus competencias por cualquier vecino o politiquillo que cuestiona las soluciones que plantean esos expertos, que nada tienen que ver con el partido que manda en la administración para la que trabajan. Sin ir más lejos, Page se ha venido arriba y, en su afán por construir una segunda estación de tren en Toledo, a saber con qué intenciones, ha salido a despotricar contra quienes han diseñado el 'Toledo central', que prevé una única estación en Toledo y un viaducto, ¡qué miedo!, sobre el Tajo. La ignorancia es muy atrevida y los intereses urbanísticos muy afilados. Demasiado. Me temo que con tanto ingeniero, Toledo está condenada a permanecer en el medievo. Si viera los argumentos que algunos exhiben para rechazar una obra de vanguardia, Juanelo Turriano se echaría las manos a la cabeza. Y qué decir de los romanos.