Mantener viva la memoria, la historia y las tradiciones de un pueblo que murió bajo las aguas. Con este argumento principal escribió Óscar García Rodríguez, maestro y licenciado en Antropología Social y Cultural por la UEX, el libro 'El Eco del Agua. Memorias de un pueblo hundido', publicado hace dos años por Círculo Rojo y que se presentará en la Biblioteca Niveiro-Alfar del Carmen el próximo 2 de marzo.
El pueblo anegado es Talavera La Vieja, la Augustóbriga romana, del que ahora solo quedan los restos de un Templo de Curia, Los Mármoles' que llama la atención junto a la carretera en el extremeño Campo Arañuelo. Allí, ahora bajo las aguas del pantano de Valdecañas, surgió la historia de Cecilia y Servando, abuelos paternos del autor y protagonistas de la novela de ficción histórica con muchas historias prestadas de la realidad.
Óscar García, natural de Rosalejo (Cáceres) aunque nacido en Talavera de la Reina, es uno de los nuevos hijos del pueblo de colonización creado, en parte, tras acoger a los vecinos que vieron ahogar su municipio. Sus abuelos, junto a muchos otros talaverinos y residentes de localidades cercanas que perdieron tierras también por esta nueva presa, formaron el nuevo pueblo dándole forma uniendo costumbres, tradiciones y vivencias que se perdieron del anterior.
«Les cambió mucho la vida, te quitan tus raíces, tienes que volver a empezar de cero en un lugar que no es el tuyo y sin tener las herramientas necesarias para hacerlo», indica el autor, que ha encontrado en la novela, «la forma más amena que tenía de contarlo, una forma cercana para que la gente conociera lo que allí pasó».
El libro, que pretende rendir tributo a esas gentes que empezaron de cero, «y fomentar nuestras raíces a través de la cultura», se inicia en 1936, con el estallido de la Guerra Civil y la huida de su abuelo, republicano que, afortunadamente, vuelve al acabar la contienda. Hasta 1963, finalización de la novela con el 'hundimiento' de Talavera La Vieja, narra momentos de la posguerra y otros aspectos de la historia de España, como la visita de Evita, el estraperlo o los maquis. Todo, sobre el escenario ya perdido de un pueblo que lucha por seguir vivo, al menos en la memoria colectiva.
«Cuando todo les iba bien, les dicen que tienen que abandonarlo todo porque su pueblo se hundirá bajo las aguas», algo que no ocurre en localidades de alrededor, como Berrocalejo, Peraleda de la Mata o El Gordo, que solo pierden algunas tierras de cultivo.
El cambio de ubicación y de vida no fue fácil, «más que por la pérdida material por la pérdida sentimental, el desarraigo». En los nuevos pueblos de colonización se unieron vecinos de diferentes municipios, con sus propias costumbres y vivencias, que trataban de imponer, pero sin identidad. De ahí que muchos decidieran quedarse pero otros muchos marcharan a vivir a Madrid, Barcelona o País Vasco, zonas industrializadas, en los años 60.
La historia y la memoria de Talavera La Vieja y de los talaverinos permanece así en el eco de las aguas de Valdecañas y con ello, en las páginas de esta novela donde también aparece El Greco. Los tres cuadros que pintó para la iglesia de Talavera La Vieja, entre 1590 y 1591, únicos vestigios del gran pintor cretense en tierras extremeñas, sirven al escritor como hilo argumental de su obra, ya que fue su bisabuelo, Justo García, quien en la Guerra Civil los rescató del templo -así lo dejó escrito en el reverso- para evitar su expolio, causa por la que fue asesinado al acusarle de robo.
Así empieza su novela y acaba, décadas después, con su llegada al Monasterio de Guadalupe y su vuelta a Extremadura, tras años en Toledo. «Era una de las cosas que le dolían a mi abuelo, que los cuadros que había rescatado su padre, no se pudieran disfrutar en su tierra, y con ello la memoria de mi bisabuelo descansa en paz».
Vínculo con Talavera. Más allá del nombre y de la escasa distancia, Talavera La Vieja y Talavera de la Reina mantienen vínculos especiales. Además de estar unidos en época romana por la calzada que unía Emerita Augusta con Caesarobriga, de los arcos y muros de su iglesia se construyó el interior de la talaverana iglesia de los Santos.