Es curioso cómo algunos inventos que parecen novedades revolucionarias que cambiarán el mundo, a los pocos años son superados por otros y pasan al olvido, mientras que otros, mucho más antiguos y aparentemente llamados a ser sustituidos por otros posteriores más avanzados, resisten y permanecen de modo acaso sorprendente. De lo primero son buen ejemplo los llamados compact disc de música, o incluso los DVD de vídeo. Presentados en su momento como soportes maravillosos, capaces de almacenar gran cantidad de información dispuesta para ser reproducida con impresionante calidad de audio y vídeo, fueron sin embargo pronto superados por la música y la imagen de alta calidad suministrados directamente por todo tipo de plataformas o empresas, y que no requieren soporte alguno. De lo segundo, en cambio, creo que es muy buen ejemplo la radio. Desde que el 14 de mayo de 1897 el italiano Guillermo Marconi realizó la primera transmisión, mucho tiempo ha pasado, muchos otros inventos más modernos podrían haberla desbancado, y la propia radio, por supuesto, se ha transformado enormemente en tecnología, calidad y vías de transmisión, pero permanece fiel a la misma idea inicial: solo sonido para contar, describir, narrar, transmitir debates, ideas y sensaciones, noticias, música, historias de mil y una formas, pero siempre a través de la voz y del sonido.
Seguramente la televisión sirvió para redimensionar el público de la radio, pero este nunca ha desaparecido, y creo que, a pesar de las muchas alternativas que hoy existen, la radio sigue gozando de buena salud. A veces colaboro con algunas emisoras de radio para contar cosas que piensan que yo puedo decir y pueden interesar, pero casi siempre lo hago a través del teléfono. Hace no mucho tiempo, sin embargo, volví a un estudio de radio para participar en un debate en el que otros tertulianos estaban en otros estudios en diferentes ciudades. Me gustó volver a vivir esa experiencia, y sentir esa extraña sensación de que, a pesar de estar totalmente solo en ese fantástico estudio cerrado hablándole a un micrófono, estaba hablando a miles de personas. Pero no es menor la satisfacción, cotidiana y acaso imperceptible, que experimento como oyente de la radio. Puede que no esté físicamente con nadie, en casa o en el coche, en realidad si estoy escuchando la radio no me puedo sentir solo. Si no hay nadie, la radio me acompaña, me envuelve, me entretiene, me mantiene receptivo. Alguien me susurra al oído, o acaso me grita y me hace vivir con pasión un partido de fútbol (seré raro, pero casi me gusta más escucharlos que verlos). Si la escucho con otras personas, la radio ejerce de nexo, acaso de pretexto para una conversación. La buena radio es una experiencia mágica.