Mientras la España rural es un territorio cada vez más despoblado y vaciado, tanto de personas como de actividad económica, sobre todo en la zona más interior, se da la paradoja de que los fines de semana esos mismos lugares se colman de turistas y viajeros procedentes de las zonas limítrofes y de las grandes ciudades. Es la fiebre por el turismo rural.
Además, se da la circunstancia de que este tipo de actividad de ocio se ha consolidado tras la pandemia, pero sus efectos sobre la despoblación en España se ven reducidos porque está limitado a estancias cortas, casi siempre de fin de semana, y a parajes con riquezas naturales o de otro tipo poco comunes.
Expertos como el profesor del departamento de Geografía de la Universidad de Salamanca, Luis Alfonso Hortelano, o Pedro Aizpun, fundador y director de la agencia de desarrollo rural y turismo responsable Adoshorasde, coinciden plenamente en este diagnóstico. Ambos creen que este tipo de actividad es una herramienta transversal importante para el desarrollo rural, aunque no es la panacea, y también que su desarrollo en las últimas décadas presenta ciertas luces y sombras.
De hecho, y a pesar del buen momento, el turismo rural vive un cierto estancamiento y debe evolucionar hacia una gestión más profesional, que se aleje del modelo vertical de los años 90, el de los alojamientos impulsados por fondos europeos, y se dirija hacia proyectos que ofrezcan experiencias más completas, al tiempo que genere más empleo local indirecto y más arraigo al territorio, señalan los analistas. El objetivo último de la llegada de esos visitantes debe ser el hecho de fijar población y crear empleo y riqueza en la zona.
En los últimos años, este tipo de iniciativas de ocupación en la España vaciada se ha consolidado, pero no logran desplazar al clásico de sol y playa. Así, según el INE, en 2023 las pernoctaciones en alojamientos rurales aumentaron algo menos que las del turismo convencional, un 3,7 por ciento, y supusieron un 9,1 por ciento del total.
El Observatorio de Turismo Rural, que se define como «la investigación más grande de España» en esta materia, señalaba recientemente que el 45 por ciento de los españoles mayores de 18 años ha practicado este modelo en 2023, lo que representa un 2,5 por ciento más que el año anterior. Lo que supone su plena consolidación.
En esta idea coincide con la ofrecida por otro estudio reciente, publicado por Caixabank, que valora «el despunte del sector tras la pandemia de la COVID-19 y sus implicaciones para la resiliencia económica de la España rural».
Un impulso insuficiente
La pregunta es hasta qué punto este desarrollo económico basado únicamente en las pernoctaciones de viajeros puede suponer un elemento clave en la lucha contra la despoblación de esa España interior. Y allí es donde Hortelano expone sus dudas. «Si queremos que este modelo contribuya de verdad a luchar contra la despoblación necesitamos algo más, actividades complementarias que den empleo en el territorio. El movimiento de visitantes ayuda, pero de manera laxa. Incide en determinados escenarios y casi solamente los fines de semana», señala.
En esto coincide con Aizpun, que sin embargo es algo más optimista: «El turismo rural ha dado un salto de calidad y se está actualizando, enriqueciendo las experiencias». «El modelo anterior generó muchas dudas, la gestión de fondos de la UE debe ser repensada, la solución no es montar 20 casas rurales en cada sitio. Pasa más por proyectos de mayor coordinación y dimensiones», explica.
Hortelano, autor de varios trabajos sobre turismo y desarrollo rural relata cómo «este turismo de interior surgió como una alternativa dentro de la política agraria de la UE, y después de pensar que las explotaciones agrícolas pudieran dar cierta oferta turística, evolucionó a la oferta de alojamiento». «Actualmente crece en determinadas zonas, pero hay que reinventarlo», concluye Hortelano.
Aizpun cree que «el desafío es pasar del momento visita a las medias estancias e incluso a la posibilidad de cierta estabilidad».
Y para que esas estancias más largas pudieran beneficiar al territorio, propone inventar fórmulas, como alguna suerte de empadronamiento parcial o temporal, que permitiera justificar inversiones en infraestructuras y servicios en las poblaciones rurales receptoras.
Reto demográfico
Los datos no engañan y demuestran que ocho de cada 10 municipios de menos de 5.000 habitantes han perdido población durante los últimos 10 años, contabilizando más de 6.815 localidades con una población por debajo de ese umbral. Un drama que solo puede solucionarse, aseguran los expertos, con una planificación coordinada que desarrolle el territorio desde todos los ángulos posibles, desde un impulso al turismo sostenible hasta un fomento de la economía local, el emprendimiento y el desarrollo de los servicios públicos.
Solo con el apoyo de todos los actores, incluidos los propios habitantes de los pequeños municipios de forma mancomunada, se podrá vertebrar la España interior y reducir la cada vez mayor brecha que separa el mundo urbano del rural en pleno siglo XXI.
Con estos mimbres, los objetivos de cualquier plan de revitalización, subrayan, deben sustentarse en dos finalidades, como son el hecho de garantizar la igualdad de derechos con sus homólogos urbanos y generar oportunidades económicas en los territorios con mayores dificultades para competir con otros modelos. Solo así, se podrá construir un modelo de sociedad nacional que a la vez que crece corrige sus desigualdades territoriales.