Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


«Yo soy Toledo»

23/05/2024

Con el paso de los años, el Corpus no sólo huele a tomillo y romero, sino que nos trae un entrañable aroma a nostalgia. Esa fiesta grande que vivimos en nuestra infancia ha quedado parada en el tiempo en esas calles engalanadas con mantones, reposteros, faroles, flores y guirnaldas de boj, bajo esos toldos que protegen el paso de la Custodia en procesión. La ciudad se vuelve mágica y luce más hermosa que nunca. Y así ha sido siempre.
Mis Corpus de niña, con vestido y zapatos nuevos, comenzaban con esa caminata desde el Poblado hasta Toledo, como decíamos nosotros, muy de mañana, para buscar un buen sitio para ver ese desfile que a mí se me hacía eterno, lo confieso, pero que valía la pena por el despliegue de colorido de esos caballeros de época, ataviados con ropajes de telas excesivamente gruesas para esa primavera que languidecía ante la fuerza del poderoso estío toledano. Esas elucubraciones infantiles se transformaban en puro asombro ante la llegada de la Custodia, el sonido de sus campanillas, el brillo de sus magníficos metales y el poderío de una joya única, regada por el incienso, bajo la alfombra de ese tomillo que, aún hoy,  se esparce de madrugada por las calles que acogen la procesión. Un desfile milenario que ha resistido al paso de la historia y sus múltiples avatares.
Hay tradiciones que perduran y han marcado nuestra peculiar forma de ser. Si hablamos de los toldos, sabemos que siempre se mojan. Como también tenemos a gala disfrutar de una víspera de gigantones, Tarasca, patios, y de ese «ir a ver las calles», con el pertiguero y las autoridades recorriendo la carrera procesional. Y que no falte la costumbre de madrugar el día del Corpus para contemplar los tapices de la colección del Cardenal Porto Carrero que adornan las fachadas de la Catedral sólo durante esa mañana. Gloria bendita, como el sonido de los acordes de los órganos del Templo Primado, que estallan a la entrada de la Custodia. 
Estos recuerdos, que entremezclan el Corpus de mi infancia con los de años posteriores, en los que he tenido el honor de conocer y entrevistar a multitud de  personas que han trabajado por mantener el esplendor de nuestra Fiesta Grande, me lleva a reivindicar, más que la pertenencia a un barrio, el orgullo de ser de Toledo. La esencia de nuestra ciudad debe mantenerse más allá de ideologías, ajena a sectarismos baratos, con la ilusión única y común de hacer de Toledo no sólo el compendio de un impresionante legado patrimonial, sino un lugar donde vivir sea un privilegio. En esto, los tiempos han cambiado, por lo que se hace imprescindible que luchemos por una ciudad viva, que además de lucir sus mejores galas en fiestas como el Corpus, ofrezca detalles, pequeños lujos cotidianos, para que no sólo los que aquí nacimos, sino aquellos a quienes hemos acogido y han encontrado en nuestros barrios su hogar, digamos con orgullo «Yo soy Toledo».