Un foco hechiceril en Argés en 1783 (y II)

José García Cano
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Uno de los primeros hechos constatados fue que habían imposibilitado a un vecino para poder cohabitar con su mujer, ya que cuando se acostaba con ella los dolores en sus partes eran inaguantables y una vez se retiraba de ella, esos dolores cesaban

Parroquia de Argés, donde se leyó el edicto de Fe que aparece en el expediente inquisitorial.

En la última entrega dejábamos a nuestras hechiceras de Argés declarando ante el tribunal de la Inquisición de Toledo ante las denuncias hechas contra ellas por delitos de hechicería y actos supersticiosos. Las declaraciones continuaron el uno de junio de 1783 cuando llegó al tribunal toledano Juan Arredondo, natural y vecino de Argés, casado con Eugenia López y de oficio jornalero del campo. Una vez preguntado afirmó que el día 6 de junio de 1782 mientras estaba segando en Argés, frente a las casas de Clara Martín y de Manuela de la Soledad (suegra esta última de la primera), junto a un compañero llamado Felipe Vaquero, ambos comenzaron a tirar piedras y rompieron unos envases, tras lo cual salió Clara, quien les invitó a beber agua. Al poco tiempo de aquel suceso el declarante se empezó a sentir mal y a los dos o tres meses no podía ni trabajar, padeciendo ininterrumpidos dolores en todo su cuerpo y sabiendo de la mala fama de Manuela presumió que esa era la causa de sus males. Sabía que en aquellos momentos otro vecino llamado Francisco Carrasco (que ya nos apareció en la primera entrega), sufría también de hechizos y por ello decidieron acudir a Los Navalucillos a consultar sobre sus males y para que les diesen algún remedio una tal María Moreno, como así hicieron a finales de agosto de 1782. Esta mujer les dio un ungüento para que se lo untaran en las partes doloridas, gracias al cual sintieron un gran alivio y pudieron trabajar posteriormente.

La siguiente vecina de Argés que prestó declaración fue María López Casasola, la cual tenía 63 años y estaba casada con Antonio Arredondo y era la madre del anterior confesante. Declaró que las mujeres que en Argés estaban tenidas por maléficas y hechiceras eran Manuela de la Soledad, María Ruano y Florencia Rojo y que todo el mundo sabía que había hechizado tanto a su hijo como a su compañero Felipe. 

A continuación encontramos la declaración de Antonia Ruiz, natural de Manzaneque y casada con Antonio Hernández, labrador de profesión, la cual afirmó que habiendo visto el edicto general del Santo Oficio que el cura de Argés hizo público en la iglesia parroquial, deseó declarar para descargo de su conciencia, que las vecinas llamadas Florencia Rojo, alias Pachita, Josefa la Estanquera, una mujer de Los Navalucillos cuyo nombre ignora, conocida en Argés como la Curandera y otra mujer vecina de Layos llamada la Tirlana que era esposa de Julián Pelestre, practicaban maleficios y hechicerías. Además, añadió que había oído decir a Sebastiana López, también de Argés y huérfana de padre e hija de Ana de Gálvez, que la citada Florencia había dicho que «tenía un Cristo a su cabecera que todo lo malo que le pedía se le concedía». También afirmó que en Argés todos sabían que cierto día, Florencia maldijo a una vecina diciéndole que iba a morir de un carbunco y en efecto, murió por esta causa. 

Una vez se tomaron todas las declaraciones, que pasaron de treinta, el tribunal recopiló las acusaciones a las vecinas de Argés y a la vecina de Los Navalucillos, acusadas de hechicería. Uno de los primeros hechos constatados fue que habían imposibilitado a un vecino para poder cohabitar con su mujer, ya que cuando se acostaba con ella los dolores en sus partes eran inaguantables y una vez se retiraba de ella, esos dolores cesaban, lo que confirmaba que se trataba de maleficios amatorios producidos por magia diabólica. Según lo testificado por algunos vecinos, estas hechiceras habían afirmado que había hechizos de aprensiones, de dolores y otros mil modos de hechizar, y que si se daban en bebida «eran para penar», si los daban en vino espirituado «de ciento salía uno» y si los daban en comida o pisados «la otra persona moría», hechos que también se confirmaron como maleficios. Se recordó el hecho de que estas mujeres cierta noche trajeron muy atemorizado a un sujeto oyendo unos alaridos muy tristes, dándole «muchas volteretas por el aire sin saber cómo», lo que para los comisarios era señal de que se trataba de operaciones diabólicas y propias de brujas. Según otra declaración el tribunal interpretó que una de las acusadas había hecho pacto con el demonio por siete años, con lo cual dieron por hecho que se trataba de un pacto diabólico y había sospechas de idolatría. Estas acusaciones fueron firmadas por los calificadores del Santo Oficio fray Isidro de la Concepción y Alfonso Cabañero, el 22 de mayo de 1786. 

En la parte final del expediente, desde el tribunal inquisitorial de Toledo se ruega al párroco de Argés, que por separado, llame a todas las denunciadas y se las intente corregir en sus prácticas hechiceriles, absolviéndolas ad cautelam y apercibiéndolas de que si en adelante cometiesen otros delitos semejantes se las tratará con todo rigor de derecho y sin tanta misericordia. Como «penitencia medicinal» a cada una de ellas se les impondrá la obligación a los dos meses de la sentencia, de confesarse con el párroco y que en el plazo de dos años, deben confesar y comulgar en alguna de las Pascuas y principales festividades de Nuestra Señora, haciéndolo constar al citado párroco; igualmente en los dos años citados debían rezar todos los domingos o en otro día de la semana, una parte del rosario a María Santísima y hacer los actos que puedan de fe, esperanza y caridad. Por otro lado, el párroco mandará comparecer a Magdalena Muñoz y a Josefa Gómez la Estanquera, para corregirlas y amonestarlas, apercibiéndolas de que en adelante no deben mezclarse ni contribuir en manera alguna a las curaciones, supersticiones y jactancias de las referidas María Ruano y Florencia Rojo.

Para terminar y a modo de conclusión, quizá nos parezca una sentencia muy suave para la cantidad de delitos de los que fueron acusadas estas hechiceras y ciertamente a priori así lo parece, y si este caso hubiera surgido un siglo atrás, con toda seguridad el Santo Oficio hubiera sido mucho más violento y tajante en su condena, pero es cierto, que ya a finales del siglo XVIII la inquisición no era lo que había sido y se intuía que estaba llegando el principio del fin de esta arcaica y añeja institución.