Han pasado 20 años y Eva ha vuelto a subirse un tren. También Esther. Era su rutina diaria para llegar a Madrid, desde Talavera, y aquel 11 de marzo de 2004, otro día más, no pudieron llegar a Atocha, por apenas unos minutos. Sintieron de cerca el atentado más sangriento que ha experimentado España en su historia reciente, el peor de Europa en el siglo XXI, con más de 190 muertos y casi 2.000 heridos, pero aún con dolor, se ha quedado como un mal recuerdo que les sigue emocionando.
La talaverana Eva Laguna cogió el tren regional como cada día, a las 6,50 horas en la estación de Talavera, destino a Fuenlabrada. Aquí cogía el Cercanías hasta Atocha, donde llegaba sobre las 8,20 horas, «si no había retrasos». Ese día no pudo llegar. Apenas 40 minutos antes, comenzaron a explotar las bombas casi simultáneas que los yihadistas dejaron en cuatro trenes de Madrid causando el pánico y la desolación en la capital y en el resto de España.
Tuvo mucha suerte. No sufrió de cerca ninguna explosión, tampoco nadie cercano, pero piensa a menudo lo que pudo pasar. «Tanto mis compañeros del tren como yo teníamos un montón de papeletas, teníamos todas las papeletas compradas, pero no nos tocó. Si se retrasan más en explotar esas bombas, nosotros estamos en esos trenes», asegura.
«Teníamos las papeletas, si se retrasan las bombas, nos toca" - Foto: EFELa hora elegida por los terroristas estaba sin ninguna duda maquinada estratégicamente. Trabajadores y estudiantes, muchos de Talavera, utilizaban estos trenes matinales para acceder posteriormente a sus lugares de trabajo. El de Eva, una central de compras de recambios de automóvil, se encontraba a apenas unos metros de Atocha, en Méndez Álvaro, y ese día no pudo llegar por los controles de Policía y la zona acordonada.
Hasta el centro de Madrid llegó por sus propios medios después de que el Cercanías no pudiera entrar en la estación de Atocha. El tren se paró en un lugar indeterminado, sin saber por qué, hasta que las llamadas de familias informaron de lo sucedido y el nerviosismo se apoderó de la situación. «Nos decían que había heridos, pero nosotros sabíamos que no eran heridos sino muchos muertos, porque a primera hora los vagones van llenos». Después de eso, los teléfonos estuvieron un tiempo sin funcionar, generando aún más confusión.
Ya por la tarde, cuando se dirigía al coche que la trasladaría a Talavera, se encontró con una de las imágenes más terroríficas que ha visto en su vida. En una de las zonas de Atocha «había sacos negros de cadáveres, esa imagen no se me ha borrado, no se me va de la retina, es una sensación terrible», asegura emocionada.
«Teníamos las papeletas, si se retrasan las bombas, nos toca" - Foto: EFEEsther Mellado, abogada, vivió una situación similar. Dormida en el tren antes de llegar a Fuenlabrada, conoció la terrible noticia por sus familiares, que llamaban para saber si se encontraba bien. La incertidumbre se volvió miedo ante el desconocimiento y la falta de información en un tren que paró en Humanes provocando el pánico entre los viajeros. «El revisor nos avisó de todo y la gente comenzó a levantarse nerviosa, mientras los móviles de familiares asustados no paraban de sonar», recuerda, en una época en la que internet aún no era tan habitual, o al menos no tan ágil, en los dispositivos móviles.
Con órdenes de no abandonar el vagón y la sospecha en el aire de posibles mochilas con explosivos, el caos se adueñó de la situación. Alterados por la noticia aunque sin conocer el alcance real de la tragedia, los viajeros esperaron hasta que, «horas después», el tren continuara hasta su destino final: Fuenlabrada.
«Llegué al trabajo como a las 11, cuando entraba a las 8,30», explica Esther.
Antes, recuerda que vio mucho humo a lo lejos, oía sirenas de policía y un olor característico «que duró mucho tiempo después, se notaba la tragedia». Y las vías, una sensación extraña de muchas cosas en el suelo, todo muy desolado, parado, un silencio brutal», asegura. Algunas de sus compañeras recuerdan con horror el sonido de los móviles dentro de las bolsas.
El día después. Esther también volvió a Talavera en coche, uno pequeño que tenía para moverse desde el tren hasta su lugar de trabajo «y que no estaba para salir a carretera, pero no hubo otra opción».
En él también regresó a Madrid al día siguiente, el viernes 12 de marzo, cuando lo de volver a subir a un tren eran palabras mayores. La tragedia seguía más que presente pero había que regresar al trabajo, y en tren, aunque ya el lunes, día 15. También Eva.
Y es que si difícil fue el 11-M, no lo fueron menos los días siguientes. Ambas comprobaron con los corazones encogidos que el atentado había calado hondo y el ambiente era irrespirable dentro de los vagones. «La sensación era muy rara, siempre que montabas en el tren había mucho bullicio pero ahora era un silencio aterrador», indican, destacando que este silencio «sepulcral» aumentaba cuando se acercaban a Madrid. En las estaciones de Torrijos e Illescas, incluso, había policía armada, con metralletas, y helicópteros sobrevolando los trenes. «Cuando llegabas a Atocha era muy extraño, todo el mundo en silencio, mirándose para ver si portaban algo, con desconfianza...», asegura Eva Laguna, que recuerda como en los días siguientes, desde su trabajo, comprobaron la salida despavorida de decenas de personas de Atocha ante otra amenaza de bomba. La imagen de uno de los trenes explotados, aún en las vías el lunes después, «fue un momento también muy duro».
El olor a los altares improvisados, las velas, las flores, el caos y el color negro generado por los explosivos, quedó grabado en su memoria. «Te ibas con el estómago encogido y con mucho miedo los primeros meses».
En el recuerdo, incluso 20 años después y de forma recurrente, «lo que pudo pasar y no pasó, porque podía haber sido mi tren».