Leo al magistrado de la Audiencia Provincial de Madrid, Luis Sanz Acosta, Magistrathor en X, antes Twitter, señalar con acierto la disminución del espíritu crítico respeto a los políticos, es decir, la existencia de ciudadanos que hoy asumen ideas y defienden acciones políticas que hace unos años jamás hubieran aceptado. Y que no lo hacen por dependencia económica respecto de los políticos -aunque de eso hay que excluir al ejército de ministros, altos cargos, consejeros, asesores y demás tropa, que son muchos miles y que perderían altos ingresos y un presente laboral si cambia el signo político o dicen una sola palabra contra quien les nombró- ni siquiera en el caso de los que reciben subsidios, subvenciones, ayudas o pensiones y que votan a los que les dicen que si vienen los otros, se los quitarán.
No, Magistrathor dice con razón que es una dependencia emocional que conduce a aceptar sin cuestionarlas sus ideas y acciones por muy disparatadas que sean. Lo estamos viendo todos los días y, como él dice, no sólo en personas sin formación, teóricamente más permeables a la influencia sino también en ciudadanos formados, incapaces de asumir una posición crítica contraria a su partido o a su bloque político. Y termina apuntando que el sectarismo nos está matando como país.
Esa disminución del espíritu crítico responde, en mi opinión, a un cáncer social que es la progresiva infantilización de la política y de la sociedad, fomentada y favorecida por el poder político como una manera de atraer, de convencer y de agitar sin necesidad de razones, sólo con emociones. Cuando sólo se tienen respuestas parciales y precarias a los problemas de fondo, se pretende cambiar la percepción de la situación, en lugar de cambiar la situación.
Es como la vuelta al patio del colegio. "O eres de mi grupo o estás contra mí". Esa es la práctica permanente y radicalmente estéril que practican todos los partidos, desde Vox a Podemos y que secundan todos los que siguen con fidelidad perruna a unos y otros. Que una vicepresidenta del Gobierno califique de "mala persona" a otro miembro del Gobierno porque no acepta lo que ella quiere imponer es de un infantilismo absoluto. Sin entrar a valorar la medida en sí y sus consecuencias ni que esa política defienda a capa y espada la reducción de la jornada laboral, mientras aumenta año tras año la edad de jubilación. Que otro partido, exija que nadie pierda la beca aunque suspenda, es otra manera de reclamar el aprobado para todos, que es lo que gritábamos a coro en el colegio. Algunas cosas pueden ser atractivas, aunque carezcan de rigor y de profundidad.
Este proceso de infantilización de la política viene de muchos frentes: el primero, posiblemente, los cambios rápidos y complejos ante los que muchos prefieren dejarse llevar. Pero también hay otros muy importantes y casi todos tienen que ver con un sistema educativo caduco y acrítico: la rebaja permanente de los estándares educativos; la división falsa entre amigos y enemigos; la bajeza del debate político, que, a veces, llega también a los medios de comunicación; la simplificación del lenguaje, no sólo entre los más jóvenes, de forma que las palabras signifiquen cualquier cosa; las frases prefabricadas, la desinformación, la falta de transparencia, los bulos y los eslóganes vacíos que apelan a las emociones y no a la razón o al discernimiento; la manipulación de las palabras y la corrupción intencionada del lenguaje político- Gobierno de progreso, la casta, es por ti, lo que importa, comunismo o libertad- para que cada uno entienda lo que quiere entender. Muchos prefieren analfabetos políticos y personas hostiles que ciudadanos formados, críticos, capaces de pensar por sí mismos y acordar con los otros. Decía Alejandro Nieto que "el que sabe pensar y sabe escribir, lo único que necesita es información y esfuerzo". ¿Qué sociedad queremos? Sólo depende de nosotros.