El endiablado calendario político español ha hecho que los dos principales actores nacionales, el Gobierno de Sánchez y el Partido Popular de Feijóo, convocasen sendas 'cumbres' este fin de semana en la provincia de Toledo, a ciento cincuenta kilómetros de distancia física los unos de los otros y quizá separados por millones de kilómetros en sus divergencias anímicas, tácticas y estratégicas. 'Cumbres' ambas celebradas en el feudo del 'barón socialista disidente' Emiliano García-Page, que, como tanta otra gente, se ha mostrado horrorizado ante la desastrosa y muy significativa sesión parlamentaria del Congreso (en el Senado) del pasado miércoles: mucho han de meditar, confiemos en que para bien y no solamente este fin de semana, los responsables de nuestra vida pública acerca de los errores pasados y peligros futuros que jalonan su actividad. Y nuestras vidas, de paso.
Desconociendo aún los muchos rumores que sin duda nos llegarán en las próximas horas sobre lo que se habló en las dos reuniones 'de análisis de la actualidad y preparación del curso político' (en esta definición genérica, opaca, del temario han coincidido ambos), creo que hemos prestado insuficiente atención aún al hecho de que Sánchez y Feijóo, cada uno por su lado y ambos en la comunidad castellano-manchega, Toledo unos y Quintos de Mora otros, hayan llamado a rebato, precisamente ahora, a los suyos.
En un momento, y no sé si alguien se atreverá a ponerlo sobre la mesa de una manera descarnada, particularmente grave para el Estado. Cuando el Parlamento exhibe sus miserias como lo hizo en la sesión del miércoles, cuando el poder judicial se desangra por tantos motivos, cuando un fugado por haber intentado un golpe palaciego secesionista está a punto de forzar, casi 'manu militari', su amnistía. Cuando se cede a Cataluña lo que, como la gestión de la inmigración, o sea de las fronteras, un Gobierno central nunca puede ceder. Cuando la igualdad territorial está a punto de ser papel mojado en el país. Cuando la Constitución... en fin.
Nunca me ha gustado hacer de jinete del Apocalipsis, pero tampoco podemos mirar hacia otro lado cuando aún estamos atónitos ante el desmembramiento de la idea del Estado propiciado desde Waterloo, consentido por el Gobierno central e insuficientemente combatido desde la oposición. Sí, porque si Sánchez ha de reflexionar sobre sus alianzas --hablo, sobre todo, del Puigdemont insaciable, vengativo más que vindicativo--, Núñez Feijóo y los suyos han de hacerlo, y muy a fondo, sobre las suyas con un Vox cada día más alejado de los planteamientos lógicos del sistema. Y ambas partes han de cuestionarse si lo están, lo estamos todos, haciendo bien en la defensa del sistema.
Tampoco nadie se atreverá, ni en Toledo ni en Quintos, a poner sobre la mesa el hecho de que quizá sea preciso un cambio profundo en los equipos, tal vez en las propias cabezas, si se quiere variar algo que quizá ni en una ni en otra 'cumbre' se ponga en cuestión: esta política de confrontación, de entreguismo a los intereses más egoístas, que sin duda llevará al fin precipitado, prematuro y desgraciado, de esta Legislatura, sin que ello tenga por qué significar un bien para la nación, y ni siquiera para el que ve caer, o tirar la toalla, a su rival.
No es una mera reflexión sobre cómo ganar en los variados procesos electorales lo que se les pide, ni sobre cómo alimentar y aumentar las respectivas parcelas de poder, que parece que es lo único que obsesiona a nuestros representantes; creo que es lícito exigirles qué piensen en el Cambio profundo que está experimentando el mundo --ahí tenemos ya dos guerras en las que España casi se encoge de hombros--, en las insuficiencias legales para defender al Estado y a sus instituciones, en la creciente desconexión entre la ciudadanía y quienes aspiran a 'encauzarla', vamos a decirlo así.
Supongo que a muchos les gustaría poder hacer llegar a Toledo y a la finca en Quintos de Mora el mensaje --imposible cuando los oídos están sordos y los ojos cerrados, como los monos estúpidos, más que sabios-- de que piensen en nosotros, en suma, aunque solamente sea un ratito. Y que alguna vez lo hagan también CON nosotros. Y que los 150 kilómetros de distancia física y los cientos de miles de millas de separación anímica entre los que cavilan, con recetas dispares, sobre su/nuestro futuro se vayan reduciendo. Porque así, lo he leído y escuchado demasiadas veces esta semana, escrito y pronunciado por plumas y voces dispares, simplemente no se puede seguir.