Desde que se abrieron las Cortes en 1977, todos los presidentes nombrados, fueran hombres o mujeres, pertenecieran a un partido o a otro, se esforzaron en ser árbitros democráticos y, aunque militaran en un partido de ideología contraria a muchos de los diputados, nunca actuaron con el apasionamiento y subjetividad que se atribuye al forofo de un club de fútbol.
Hasta que llegó doña Francina Armengol, quien nada más sentarse en el sillón de la presidencia, y sin que se hubiera votado absolutamente nada, aseguró que allí se hablaría en las lenguas autonómicas, como si estuviera en la cocina de su casa dando órdenes a la asistenta, o en la farmacia de su padre, indicándole a un mancebo o auxiliar, cómo se deberían organizar las estanterías de los fármacos.
Aquél discurso me hizo recordar la objetividad y esfuerzos de todos los presidentes que ha habido, desde Fernando Alvárez de Miranda hasta Meritxel Batet, a la que, de vez en cuando, se le asomaba la afición socialista, pero hacía esfuerzos por contenerse.Doña Francina, no. Si los representantes del secesionismo, o de la izquierda, anuncian que van a delinquir, o insultan o injurian, doña Francina mantiene la calma, pero si los improperios o casticismos vienen de la derecha, no puede evitar el desasosiego, e intenta imponer la censura para que esas palabras no se perpetúen en el Diario de Sesiones, o, mucho más drástica, le quita la palabra al diputado, como si fuera un empleado de la farmacia de su padre, y decidiera despedirlo porque ha confundido el bicarbonato sódico con el cloruro de sodio.
Comprendo que no le haya producido satisfacción que los baleares o gimnesienses la hayan rechazado como presidente de su Comunidad, pero el cargo de presidente del Congreso de los Diputados, no es un premio de consolación que le haya concedido su partido por decir amén a todo lo que anuncia su jefe, sino que representa a la tercera autoridad del Estado, tras el Rey y el presidente del Gobierno. Ocultar a los representantes de la sociedad el informe de los abogados del Estado sobre la Amnistía, durante seis días, precisamente durante el plazo de presentación de enmiendas, significa que es una estulta o, mucho peor, una sectaria, a la que no hay que tener respeto, porque ella demuestra que le ha perdido el respeto a quienes nos representan democráticamente.