Faltaba un minuto para las 19:00 horas y la plaza resonó con una unánime ovación. Por la ventana del palco asomó Felipe VI. Junto a él, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el ministro de Agricultura, Luis Planas, la presidenta de la Asociación de la Prensa, María Rey, y Francisco Rivera Ordónez, como asesor. Acto seguido sonaron los acordes del himno de España, y hasta ahí lo más solemne y vitoreado de una tarde anodina en la que Victorino no dió la talla y la terna tampoco enmendó la plana.
El segundo sirvió a Borja Jiménez para mostrar su conocimiento de los grises de Victorino. En su reencuentro con los de la A coronada en Madrid, el torero de Espartinas atisbó voluntad ante un torrente de embestidas que pasaba por los trastos con emoción y que siempre tuvo el ¡uy! de los tendidos y el silencio del respeto. Bordeó una faena de gran calado, pero el uso de la espada y del verduguillo dejó en leves palmas la labor del espada y ovación en el arrastre para Garañuelo.
El cuarto quedó muy mermado tras su paso por el caballo. Llegó mortecino a la muleta de Borja Jiménez y el espada no pudo más que pasarlo por ambos pitones y quedó inédito. Lo más destacado fue el cariñoso brindis de admiración al eterno 7 del Real Madrid, Raúl González Blanco.
Las filias y fobias que despertó el tercio de varas al sexto por parte de Espartaco, solo fueron comparables con la horrible lidia de Vicente Varela y lo discreto de Javier Pascual con los palos. Se salvó Juan Sierra, con más voluntad que acierto, antes de un trasteo de muleta que naufragó entre tiempos para colocarse, idas y venidas, y recortes a embestidas reponedoras. Quiso justificarse entre las protestas y la espada tampoco enmendó lo ocurrido.
Ovación el palco, y palmas cariñosas a Álvaro de la calle, que actuó como sobresaliente, a pesar de no haberle dejado dar un pase.