Este no quiere ser un artículo (más) de elogio a Alberto Núñez Feijóo, ni es una carta abierta (más) dirigida a él, sino a los lectores: esto no es sino la constatación de lo mucho que tendría que trabajar el hombre que preside el Partido Popular a partir del día en el que se instalase en La Moncloa, que es algo que no tiene tan al alcance de la mano como quieren sus exégetas, ni tan lejos como desearían sus enemigos.
Si hay alguien en España que debe leer con sumo cuidado los resultados de esta primera vuelta de las elecciones francesas, ese es, más aún que Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo. El papel de la derecha moderada en el vecino del norte, y lo mismo le ha ocurrido al centrismo de Macron, ha sido bastante irrelevante; parecido, por otro lado, al del socialismo clásico. Pero, en cambio, es esa derecha la que lidera los escaños en el Parlamento Europeo. Hay quien se lo recuerda con insistencia al líder del Partido Popular, quizá en un afán por no desanimarle, acaso con un punto de lisonjera adhesión incondicional.
Yo creo que, incluso en estos tiempos en los que en Europa las recetas políticas clásicas andan un poco decaídas, Feijóo es quien más probabilidades sigue teniendo de suceder, quién sabe cuándo y en qué circunstancias, a Pedro Sánchez; pero no es esta una sucesión segura, ni mucho menos. Sánchez, que no muestra estar agobiado por problemas que agobiarían a cualquiera, muchos creados por él mismo, es un fuera de serie de la supervivencia y de los manejos en la oscuridad –mírese la que, desde el subsuelo, está montando en Castilla y León, donde se aproximan las elecciones--: aquí todo se va a jugar en los próximos cuatro o cinco meses, dependiendo en buena parte de lo que ocurra en Cataluña. Y Cataluña es territorio que no desgasta al PP… simplemente porque el peso de los 'populares' allí es más bien poco, no nos engañemos. Y ese es un problema.
El papel del hoy líder de la oposición es difícil, muy difícil, en parte porque en España no hay una derecha unívoca, sino varias derechas –una, sin ir más lejos, está instalada en un ala pretérita del PSOE, y otra es lepenista, cuando menos--. Y porque tiene que convencer a los ciudadanos de que, si llegase al poder, no sería un Biden -- ni un Trump, claro--, ni un Macron. Y menos aún un Orbán o un Milei. Ha de persuadirnos de que tiene ideas propias, una acción más dinámica, un lenguaje más contenido y un programa que hoy, la verdad, aparece algo difuminado.
No basta con diagnósticos catastróficos sobre cómo estamos y lo mal que lo están haciendo Sánchez y su entorno, que de acuerdo: es preciso más, un dietario puntual sobre política exterior, políticas sociales, económicas, territoriales, culturales y, sobre todo, morales, porque la moralidad es lo que va fallando estrepitosamente en este país nuestro y hay que restaurarla. Regeneración y nuevos modos e iniciativas son quizá los medicamentos sustanciales a recetar. Pero eso ¿en qué farmacia se expande?
Feijóo –y aquí va la parte buena—es hombre que parece honrado y moderado. Con una sonrisa difícil –y esto no es tan bueno—y un punto de frialdad que le aleja de los populismos, sí, pero también de mucha gente. No es un periodista quién para andar dando consejos a nadie, y menos a un líder político; pero sospecho que mejor le iría a Feijóo si procurase esconder su lógica animadversión por Pedro Sánchez –esto llega ya a lo personal, y no creo, por cierto, que sea Feijóo el principal culpable—y dejar de hacer seguidismo acción-reacción a lo que el Gobierno hace y dice: es precisa una oposición independiente y constructiva, como se demostró con el acuerdo para la renovación de los jueces. Que, sin duda, ha fortalecido más al líder de la oposición, aunque es desde el Gobierno de los mil portavoces desde donde se está sacando mejor tajada. Porque los colaboradores de Sánchez son más, mejor pagados por el poder y muchos de ellos quizá mejores; al final, el poder desgasta menos que la oposición, sobre todo cuando se ejerce sin límites de gasto.
Escribo todo esto inspirado por una entrevista dominical a Feijóo, en la que se le pregunta de casi todo y de cuyas respuestas surgen pocos titulares más allá de los referidos a la mujer del presidente del Gobierno. Siempre digo que un estadista es también aquel que provoca sorprendentes titulares que seguramente los propios periodistas no sabríamos imaginar. Felipe González, que por ahí anda sacudiendo estopa a sus dos predecesores socialistas en La Moncloa, era un maestro en este terreno. El Aznar contundente y un punto antipático, también. Feijóo, y aquí lo dejo, no. Al menos, todavía, que todo, confiemos, se aprende. Porque la alternativa es él, y luego, que se sepa, no hay más.