Seguro que todos hemos soñado alguna vez con tocar el cielo. Ese anhelo por sentirnos los reyes del mundo desde donde observar lo que sucede en el planeta desde una perspectiva única. Bien, pues lo que más se aproxima a esa aspiración, a nivel terrenal, es alcanzar la cima del monte Everest. La montaña más alta del mundo puede ser un objetivo vital grabado a fuego en la mente de muchos. Y tan intensa es esa pretensión que, durante los últimos años, se ha convertido en una atracción turística que cuenta con diferentes peligros tanto para los atrevidos a escalarla como para el propio pico.
Y es que subir sus 8.849 metros de altitud no es, ni mucho menos, una empresa sencilla. Sin ir más lejos, durante la temporada alta de ascensión del año pasado, que abarcó desde el 10 hasta el 29 de mayo, la exigente montaña se cobró la vida de 17 personas que intentaron coronar la cima pero que no lo lograron debido a las duras condiciones. Atendiendo a las cifras actuales, en lo que ha transcurrido del curso 2024, cuatro personas han fallecido y otras tres han desaparecido, con escasas esperanzas de encontrarlas sanas y salvas.
Juntando a los alpinistas expertos (escaladores y sherpas) y a los turistas menos preparados que se lanzan a la aventura, más de 550 personas han logrado alcanzar la cumbre en lo que va de año. Una cifra que va en aumento y que evidencia el hecho de no sorprenderse cuando en las noticias se ven largas colas de personas a las faldas del Everest cada inicio de campaña.
Las causas de este auge por coronar la cumbre situada en la cordillera del Himalaya (Nepal) son varias, pero se pueden condensar en dos: la laxitud en la normativa de escalada y el apogeo de las expediciones comerciales durante los últimos 20 años. Estos condicionantes han hecho del Everest un destino mucho más accesible, tanto para expertos como para principiantes. Pero lo que no hay que olvidar es que la montaña y, especialmente, la naturaleza, es traicionera y alberga muchos riesgos.
Para comenzar, la cúspide tiene aproximadamente un tercio de la presión atmosférica, lo que reduce significativamente la capacidad de una persona para respirar suficiente oxígeno. En relación a esto, los científicos han determinado que el cuerpo humano no puede tolerar estar indefinidamente por encima de los 5.791 metros.
Según los alpinistas ascienden por las laderas, el consumo de oxígeno disminuye y sus cuerpos son más propensos a sufrir distintas dolencias, como edemas pulmonares y cerebrales y embolias sanguíneas. Por si fuera poco, las probabilidades de congelación también aumentan drásticamente a tal altitud, donde los órganos que dan vida son la primera prioridad y los dedos la última.
Por estas razones, los alpinistas utilizan botellas de oxígeno para reducir los efectos de la altitud extrema, aunque este gas embotellado tiene sus propios inconvenientes. Para empezar, es caro, pesado de transportar y las bombonas vacías suelen abandonarse como basura. Además de ser notoriamente poco fiables, respirar de las bombonas solo aumenta el oxígeno relativo hasta aproximadamente el mismo nivel que el aire del campamento base, por lo que si se agota el día de la cumbre, el cuerpo podría no ser capaz de adaptarse a la repentina falta de oxígeno.
Por último, las condiciones climatológicas en este inhóspito lugar no son las más amigables para los escaladores. Las ventiscas, la escarcha y el riesgo de avalanchas suelen estar presentes y las muertes también son frecuentes por hipotermia o porque los que lo intentan quedan sepultados bajo la nieve.
Efecto humano
Por otro lado, están las consecuencias de la masificación para la imagen del Everest. Los restos de basura y desperdicios dejados por los alpinistas se amontonan en los campos base pese a los esfuerzos por controlar la contaminación y retirar los desechos.
El calentamiento global, fenómeno producido por la acción humana, es otro factor que influye en un mayor riesgo de avalanchas que pueden matar a los escaladores. Unos alpinistas que cada vez ven como más personas colapsan la cumbre para cumplir un sueño.