Otro día triste para el parlamentarismo español, y van ya unos cuantos… Y no sólo por las formas, sino por lo que iba en el envite. El odio corre a raudales por lo escaños de sus señorías; el insulto, la provocación, la vesania predominan. Y no digamos el tú más. Ha habido un momento terrible cuando han tenido que votar los miembros de la bancada azul (los que estaban, claro) y cada vez que le correspondía pronunciarse, casi al unísono, se escuchaba la voz y el dedo acusador, un ¡traidor! preocupante, lleno de connotaciones que uno quisiera olvidar.
Hemos asistido a la ceremonia de la confusión entre la impotencia, la prepotencia, la impostura y la arrogancia. Un pleno del Parlamento en que, en vista de los poquísimos que han estado a la altura de las circunstancias (empezando por el presidente ausente: costumbre que se está haciendo habitual en él), creo que lo pertinente habría sido declararlos incompetentes y haber suspendido la sesión sine die.
Al final, sin embargo, la jaula de grillos se ha pronunciado, tal y como se esperaba (aquí nadie se cantea, ni discute, ni duda, entre otras cosas porque les va en ello el sueldo): 177 el frente popular/ 172 el PP, Vox y alguna coalición minúscula. Amnistía catalana aprobada. En ese momento me ha venido a las mientes la silueta de José Bono (perdido en combate, por cierto), cuando incidía en lo que, para él, como para todos los socialistas de entonces, era el primer mandamiento del partido: todos los españoles son iguales ante la ley. Hay que ver cómo cambian los tiempos, señor Pujol. Y todo gracias a siete escaños, siete, con los que Puigdemont y Comín podrían entonar el himno de alabanza al Dios eterno, repitiendo en catalán: «El Señor hizo en mí maravillas, gloria al Señor».
A veces cree uno vivir una pesadilla; la crónica de una muerte anunciada, con estos señores catalanes, presos del resquemor, que recurren a lo que sea (excepción hecha de Junqueras) con tal de tergiversar la realidad y salirse con la suya (qué tragaderas las del presidente Sánchez, aguantando el chantaje permanente desde Waterloo, del prófugo del maletero, ese mismo que hace unas horas se desdecía por enésima vez, asegurando, ahora, su intención de seguir en política aunque no lo elijan presidente). Pobre Illa, no me gustaría estar en tu pellejo, con la jauría por un lado y con Sánchez como protector: vas aviado).
No sé si, como dijo esta mañana Núñez Feijóo, habrá firmado o no el presidente la carta de defunción del PSOE, o si España va o no hacia una más que posible balcanización, lo que sí me atrevo a decir, como muchos españoles que nos sentimos engañados por Sánchez, es que ha hecho un muy mal negocio con los independentistas catalanes y, de rechazo, con los vascos. Amnistiar a centenares de resentidos que rezuman odio a España por los cuatro costados y, como tales, no sólo no le van a mostrar el más mínimo reconocimiento, sino que en todo momento van a considerar la ley como una conquista, como una batalla ganada (la primera que ganan a España desde 1978: "Rufián dixit), es un dislate. Véase, si no, la manera con que apremian a su valedor para lograr su meta ansiada, el referéndum de autodeterminación (que lo ganarían por lo civil o por lo militar).
Por todo lo dicho, permítanme, señores y señoras del gobierno, preguntarles en qué se basan ustedes para exhibir al final del pleno un júbilo muy fuera de lugar para millones de españoles sensatos y cabales, quienes, más que ver en esta ley de amnistía (para muchos juristas anticonstitucional) un camino a la concordia y al abrazo de Vergara, pensamos (y ojalá nos equivoquemos) que lo único que han hecho, y bien que lo saben, es abrir definitivamente la Caja de Pandora, dejando, de paso, al Gobierno de España atado de pies y manos ante los graves problemas que se avecinan.