Maquiavelo dejó escrito que la política no tiene que ver con la moral y en eso están quienes llevan días señalando -con razón- las atrocidades que perpetra el Ejército de Israel en la franja de Gaza pero pasan de puntillas sobre la matanza perpetrada por Hamás el 7 de octubre del 2023, origen sin duda de tan desproporcionada respuesta.
Tampoco brillan por su diligencia instando a la Corte Penal de La Haya para que procese por similares crímenes de guerra -mayores si acaso en número de víctimas- al derrocado presidente de Siria Basar al Àsad. Medio millón de muertos en el contexto de los últimos diez años de guerra, -dos mil de ellos residentes en los alrededores de Damasco-, gaseados con armas químicas que han dejado a varios miles más con secuelas de por vida. Hoy sabemos que el dictador huido a Moscú mantenía abiertas cárceles secretas en las que se torturaba y vejaba a los opositores políticos al régimen.
Todos estos horrores venían siendo denunciados por la oposición siria y por organizaciones humanitarias, pero en el plano exterior el dictador ahora derrocado contaba con la indiferencia cercana a la aprobación por cuenta de una parte de la comunidad internacional. En 2001 estuvo en España y visitó Córdoba para conmemorar las glorias del califato omeya. Nadie puso reparos a su visita. Al frente del Baaz, partido adscrito en la esfera política a la Internacional Socialista, Háfez al Asad, padre del ahora derrocado, instauró un régimen dictatorial que ha durado medio siglo. De esta organización también formó parte el partido de Sadam Hussein, dictador y verdugo del pueblo iraquí.
Ambos regímenes se beneficiaron el apoyo de Rusia, país en el que ahora ha encontrado asilo Basar al Ásad, un criminal responsable de un genocidio que tiene abierta causa en la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra. Se ha escabullido sin apenas ruido mediático en algunos medios pese a dejar tras de sí un reguero de sangre y horror. Quizá porque la sombra de la Rusia de Putin es alargada y eso explica por qué una parte de la izquierda española ni ha organizado manifestaciones en las calles -como si lo ha hecho por Gaza- ni parece que en sus medios de comunicación califiquen de genocida al dictador caído. Un caso llamativo de doble rasero moral.