Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Las calles de mi ciudad

27/11/2023

Ignoro lo que ocurrirá en otras ciudades y pueblos de España, pero de lo que sí doy fe es de lo que ocurre en las calles de mi pueblo querido. Salir a callejear por las calles y plazas de Albacete, por la mañana o por la tarde, se está convirtiendo a marchas forzadas en una operación de alto riesgo. ¿Por qué?, me preguntarán ustedes. Ya veo, ya veo que ustedes son de los que cogen el coche hasta para tomar el preceptivo cafelito. Pues, simplemente, porque mientras avanza uno sorteando perros, gatos y demás familia, corres el riesgo –en especial si te detienes a contemplar un escaparate, o a saludar a un amigo o conocido, o a intentar deleitarte con el acabado de algún edificio– de que uno de las decenas de chuchos que pasan te tome por un árbol más, y te rocíe el calcetín y los bajos del pantalón con la impunidad que acostumbran, o que se te enreden entre las piernas con el consiguiente estropicio, o que de repente pises algo 'orgánico' con perdón. Y todo ello mientras soportas el repugnante aspecto de los zócalos de las fachadas de los edificios y las aceras infectas de orines y demás suciedades que te tiran de espaldas.
No tengo nada contra los perros, al contrario, los soporto con ternura franciscana, pero sufrir a diario el espectáculo que ellos y sus amos hacen de las calles de Albacete, me resulta duro de aguantar. Y lo más repugnante es ver cómo los animales de Dios refriegan los hocicos por la mugre infecta de las fachadas y luego los meten en casa donde juegan con los pequeños de la familia transmitiéndole los millones de gérmenes que allí anidan. Ya digo, un horror; tan grande como el que supone verlos acercarse al sufrido plátano, o pino, o acacia y lo riegan inmisericordes, descargando en ellos hasta aliviarse por completo, y todo ello ante la impasibilidad del amo, que aguarda a su vera como quien oye llover (nunca peor dicho).
Es un auténtico desastre, insisto –y les aseguro que sólo exagero un pelín; lo imprescindible para no llorar ni ser presa de la náusea, al tiempo que intento llamar la atención de mi lector. Y, de ese modo, se da la paradoja de que mientras un policía multa, inclemente, a un individuo que evacua en la calle porque va con la vejiga a punto de estallar, los canes del imperio riegan a diario el asfalto de Albacete como si nada.
Aseguran que los anglosajones, hartos de soportar durante la Edad Media los terrenos pantanosos, infectados de insectos que a diario transmitían el paludismo y toda clase de dolencias infecciosas, decidieron actuar de consuno hasta convertir sus campos, ciudades, valles e, incluso, vaguadas en lo que son hoy día un sublime espectáculo del que sus nietos bien pronto se sintieron orgullosos; justo lo contrario de lo que viene acaeciendo en nuestra tierra, donde, de seguir las cosas al ritmo que van, bien pronto regresaremos al pasado, o dicho con más precisión, a la época del '¡agua va!', en que toda la suciedad de las casas iba a parar a las calles, convertidas en albañales inmensos. Será la hora de volver a la mascarilla de la que algunos, sabiamente, no se desprenden.
 Y, a todo esto, las pocas calles anchas de la ciudad van reduciéndose a la vez que las aceras se agigantan con el consiguiente contento de los hosteleros, empeñados en hacer de Albacete una terraza donde los jubilados y ociosos se refocilan; y el disgusto de los currantes y automovilistas, que ven cómo día a día se les hace la conducción más difícil, en una ciudad sin posibilidad alguna de poder contar algún día con un tranvía o similar. Y, a todo esto, sin caer gota, sumidos en una horrible sequía que incluso impide la siembra. ¡Qué le vamos a hacer!, exclama la dama haciéndose aire con el abanico. ¡Que sea lo que Dios quiera!, suspira su amiga, con la que toma un refresco. ¡Estamos en las manos del Señor!, musita una tercera bajando los ojos con aire manso y sumiso. Y, por cierto, dice con un gritito una cuarta, ¿qué hacíais vosotras el día que, hace cincuenta años, asesinaron a Kennedy! Con lo buen mozo que era...