Estuve el pasado fin de semana en Sevilla y, de camino hacia el hotel ya de recogida, contemplé estupefacto una gran bola que surcaba el cielo despaciosamente, acompañada por una cola imponente que dejó una impresionante y fugaz estela a su paso. Pensé en aquel momento que aquello podía ser una maravilla más de la capital andaluza, una gracia extraordinaria de su natural donaire y duende peculiar, una Giralda celeste que quería poner su guinda a la primavera de vírgenes y ferias, con olor a azahar y naranjos rebosantes. Al poco, curioseando, comencé a ver que la cuestión rebasaba mi improvisada imaginación, y que tenía su explicación precisa, no era ningún artificio lanzado al aire desde Triana, pongamos por caso.
Las noticias explicaron el asunto enseguida: el objeto habría atravesado la Península Ibérica y fue avistado en Castilla-La Mancha, Andalucía, Madrid, Extremadura y Galicia. Al parecer se trata de una roca procedente de un cometa, un meteoro que pudo caer finalmente en la zona portuguesa de Castro Daire, lo que nos deja de nuevo con la certeza de que esto que llamamos planeta Tierra no es más que una minúscula parte del Universo muy sobrada de soberbia pero también de vulnerabilidad. ¿Y si ese meteorito fuera tan grande como para llevarse todo por delante?. ¿Podríamos reaccionar de alguna forma?. Quizá son preguntas demasiado infantiles, dejemos hablar a los científicos. Sin embargo, esta vez, como casi siempre, fue bonito mientras duró, un instante.
El caso es que en este punto y hora, en el que no ganamos para sustos desde hace ya unos cuantos años, ver atravesar el cielo a un objeto volante no identificado de esas dimensiones provocó a más de uno un gran estupor, una desazón muy profunda de apocalipsis sobrevenido en la noche de un sábado primaveral. ¿Y qué vendrá después?. Afortunadamente todo quedó en una bella imagen y en chascarrillo para un fin de semana en el que Toledo celebró al Ángel Custodio en uno de los cigarrales más bellos de la ciudad al tiempo que se van ultimando detalles para un Corpus que este año nos llega a final de Mayo, justo cuando mejor nos puede caer, antes de los intensos calores toledanos que en Junio ya aprietan bien y pueden ser agobiantes el día de la procesión, que ni con toldo se llegan a aliviar.
Ya sabemos que el Corpus es una fecha variable que viene dada en función del término de la Semana Santa y siempre después de la Ascensión y Pentecostés. Los más religiosos pudieron ver en esa bola de luz impresionante como un nuevo Pentecostés, cuando el Evangelio relata como el Espíritu Santo cayó suavemente en forma de llamaradas de fuego sobre los apóstoles reunidos, temerosos y desorientados, tras la muerte de Jesucristo. Fue una idea que se posó suavemente sobre la imaginación de alguno, agarrado a la esperanza, pero que se diluyó con la misma rapidez con la que pasó la bola celeste por su vista, ya que al poco comprobó que todo seguía igual que antes y ningún Espíritu Santo nos había visitado.
Lo cierto es que con el espectacular fenómeno cada uno arrimó el ascua a su sardina: desde el apocalipsis más terrorífico hasta una señal que augura tiempos de frondosidad y buenos alimentos, pero la mayoría permaneció indiferente, saturados como estamos en esta época de señales reveladoras que indican que algo pudiera ocurrir que no termina de pasar, porque en la pandemia nos vacunamos de todo, y también de espanto, y ya lo más extraordinario pasa ante nuestros ojos con la misma soltura con la que el vecino nos dice en el ascensor que hace un calor insoportable. Así viene la vida últimamente, para bien y para mal. De unos años a esta parte nos hemos acostumbrado al continuo movimiento con cambios a todas horas y lo mejor que se nos ocurre es poner la cámara del móvil a funcionar con furor por si hubiera algo que se nos escapara, aunque es muy posible que todas esas imágenes, compartidas al instante por redes sociales, terminen en la papelera en menos de un click, hasta la próxima, que a la velocidad que vamos ahora puede ser mañana o pasado mañana, quien sabe, no hay más que mirar al cielo o al suelo para descubrir alguna sorpresa, por no mirar a los noticiarios, o las redes, que es aún peor. Al menos esta vez la sorpresa fue bonita y fugaz y nos dejó finalmente la sensación, una vez que descartamos el desastre, que del cielo llegan buenas noticias a día de hoy, incluso cuando menos las esperamos, ya pensando más en el sueño que en la vigilia.