Entiendo que ustedes, queridos lectores, pensarán que yo iba a hablarles hoy del asunto de la amnistía que el presidente Sánchez ha avalado. Pues no, no es el tema de hoy, aun a pesar de que lo que voy a narrarles hoy tiene que ver con la permeabilidad de lo malo, de lo innecesario, de lo inverosímil, de lo que quiebra lo más básico. Porque seguir viendo casos de acoso escolar en plena calle me sigue resultando aberrante. Siguen permeando esas ideas de que 'son cosas de chavales' o 'mi hijo nunca haría eso'. ¡Pues sí! Y me es absolutamente molestísimo. Les cuento lo que me sucedió.
Hace unos días, pasaba a mediodía por la puerta de una institución docente donde hay alumnos de Primaria y Secundaria. En la puerta, tres chavales que no pasarían de los trece o catorce años, de esos que llamaríamos 'populares'. Y junto a ellos, casi implorando su atención, un pobre niño de unos diez años, alicaído, con una mochila casi más grande que él. Y no solo la de los libros, sino también la de los desprecios que ha recibido. El presunto 'lider' de estos personajillos respondía con malas palabras y con vulgaridad a las peticiones de ese pobre niño para que le dejaran juntarse con ellos. Y me enfadó tanto que me quedé un momento observando la escena. Y miré desafiante a ese 'reyezuelo' adolescente. ¿Cómo lo corriges si ahora resulta que tiene más predicamento el hecho de que sea adolescente que el hecho de que sea un agresor? Porque lo es. Porque los que practican eso del bullying son agresores. Y lo dice este columnista, que lo ha sufrido en carne propia, y que ahora sabe que ese perfil en el fondo es el de cobardes a los que se les dan alas.
¿Dónde están los padres de ese tipo? ¿Dónde están sus profesores? ¿Se nos llena la boca con protocolos absurdos en el ámbito de los colegios e institutos que no sirven absolutamente para nada? ¡Venga ya! A ese chaval le valió bastante más mi mirada desafiante, a la que respondió un gesto cabizbajo y acobardado, que todas esas patrañas que no sirven para nada. Que ese niñato perpetrase ese acto contra ese pobre chico demuestra que algo no funciona en el sistema. Y demuestra que -y que me perdonen los que no tienen culpa- hay padres que no han tomado conciencia de lo que es educar a sus hijos con la debida rectitud. Por lo tanto, siguen permeando esas ideas que en este siglo, donde tanto se vende el respeto, no demuestra sino una cosa: boquilla y nada más. Si alguien identifica este patrón, ruego que reprenda duramente a quien la cometa. El respeto que no se exige en la infancia y en la adolescencia no se puede lograr en la edad adulta. Y eso es así.